CAPÍTULO 56

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Faith.

La bulla que las chicas arman en la cocina mientras siguen cada uno de los pasos que les indico para hacer las magdalenas, los pasteles y las galletas para la tienda de mi madre ni siquiera me molesta. Sólo puedo pensar en todo lo que ocurrió ayer. Creo que sólo he dormido unas dos horas, porque no he podido pegar ojo el resto de la noche por el dolor de la mano y porque no podía parar de llorar y de pensar en Can y en que seguramente estaría cuidando de Pembe, mientras yo estaba llorando a moco tendido porque fue demasiado ingenuo como para creer a su ex novia y dudar de mi palabra.
Las chicas se pelean entre ellas por hacer las cosas y recuerdo cómo se han presentado cuando se han enterado de que me he roto los dedos porque le he pegado a Pembe. Han llegado histéricas, preocupadas y sin poder creerse que mi novio haya preferido creer a esa víbora antes que a mí. Incluso querían ir a buscarlo y darle un buen rapapolvo por eso, pero yo les he dicho que era mejor que se mantuvieran al margen de la situación, y han acabado haciéndome caso (por suerte). Cihan y Mesut también se han pasado, pero han acabado yéndose con mi madre cuando les ha pedido que la ayuden a colocar el pedido que ha llegado esta mañana a la tienda.
El móvil me suena por tercera vez en esta hora y el nombre de Can vuelve a aparecer. Me apuesto el cuello a que se ha enterado de que me he destrozado la mano y sólo quiere calmar su conciencia preguntándome cómo me encuentro. Dejo que la llamada termine y bloqueo el móvil con la mano buena. Prefiero no mover ni los dedos buenos de la mano derecha porque cada vez que lo hago el dolor es demasiado tortuoso.
-¡Faith! – me grita Damla, sacándome de mis pensamientos -. ¿Me estás oyendo?
-No, perdona. Estaba distraída – contesto con voz trémula -. ¿Qué me decías?
-Que si le echo más colorante o no – repite lo que me estaba diciendo. Miro la masa para las magdalenas de frambuesa que están preparando.
-No, está bien así – le digo.
Me recoloco las gafas y suspiro de forma pesada.
-Oye – habla Azra esta vez. Levanto la cabeza y la miro -, ¿estás bien?
-¿Física o sentimentalmente? – respondo.
-Ambas – especifica.
Bajo la mirada y me miro la mano vendada. Me muerdo los labios y luego me los humedezco con la lengua, empezando a sentir cómo las lágrimas y las ganas de llorar se empiezan a adueñar de mí de nuevo.
-Físicamente, estoy jodida porque no puedo cocinar, no puedo tocar música y ni siquiera puedo lavarme los dientes sin llenarme media cara de pasta. Y, sentimentalmente, estoy más jodida aún, porque mi novio, el hombre del que estoy completamente enamorada hasta los huesos y por el que daría mi vida, ha decidido creer en la mentirosa y provocadora de su ex novia e irse con ella al hospital antes que estar conmigo y confiar en mí – les cuento, dejando que una lágrimas caiga por mi mejilla y exprese lo dolida que me siento -. Así que no, no estoy nada bien. Sentí que no le importaba nada, ¿sabéis? – sorbo los mocos y sollozo.
Las tres dejan de hacer los dulces y se sientan a mi lado.
-Pero te ha llamado, ¿no? – dice Gamze -. Sé que las llamadas que han sonado han sido de él.
-¿Y qué? Seguramente Engin le ha dicho que me he roto los dedos y quiere preguntar para no sentirse mal – contesto -. Eso no va a cambiar nada.
-Es que... por más que lo pienso, no entiendo qué hizo que Can creyera a Pembe y ni siquiera quisiera escucharte – reflexiona Damla.
-Pues yo sí – las tres me miran, expectantes -. Creo... creo que la sigue queriendo – digo lo que llevo pensando desde anoche y me duele cada centímetro del cuerpo al pronunciarlo.
Azra, Damla y Gamze me miran como si me hubiera vuelto majara del todo.
-No digas tonterías, Faith – bufa Azra -. Eso es imposible.
-No, no lo es. Es la única explicación que encuentro para que me gritara así y que la creyera del tirón sin ni siquiera pensárselo. Tú estabas allí, Gamze, y viste cómo se puso – mi amiga asiente con expresión apenada y yo sollozo de nuevo y dejo que las lágrimas caigan -. Y creedme, a nadie le jode más que a mí decir esto, pero creo que es la verdad. No encuentro otra razón.
-No llores, cielo, por favor – me pide Damla, acariciándome el brazo de forma reconfortante.
Puedo asegurar que el dolor que siento al pensar que lo que acabo de decir pueda ser cierto duele de tal forma que preferiría que me clavaran mil puñales ahora mismo. Amo a Can. Lo amo tanto que a veces creo que voy a desintegrarme. Pero... si cabe la posibilidad de que él siga enamorado de Pembe, no me queda otra opción que dejarle ir y que sea feliz con ella, por muy infeliz que eso me haga.
-Mejor dejemos de hablar de esto – me limpio las lágrimas con el dorso de la mano y sorbo los mocos -. Tenemos que terminar los dulces para decorarlos y todo.
Me levanto de la silla y las chicas me siguen, a pesar de que piensan que me conviene más dormir un poco, porque tengo unas ojeras que ni la niña de la curva. Es lo que tiene no dormir. Me tomo una pastilla más para el dolor de la mano y las chicas me piden que les indique cómo tienen que hacerlo todo, aunque saben de sobra, porque no es la primera vez que me ayudan. Sé que lo hacen para mantener mi mente ocupada. Pero desgraciadamente, no funciona mucho.
El timbre de la puerta suena unos minutos después y les digo a las chicas que yo abro. Necesito hacer algo o me volveré loca. Miro a Sam que no se separa de las chicas y deduzco que no debe ser nadie conocido, porque si no, estaría en la puerta esperando.
Camino hasta la puerta, medio arreglándome la cara para no parecer un zombi ante la persona que esté llamando al timbre, y abro. Lo que menos me espero es que sea Can quien está tras la puerta.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora