CAPÍTULO 70

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Faith.

Las semanas van pasando. El día de Halloween vamos todos a casa de Can y Engin a ver pelis de terror porque está cayendo el diluvio universal y no tenemos muchas ganas de coger una pulmonía. Al día siguiente Engin va con Can y el señor Azad a pedir la mano de Gamze a sus padres (las chicas y yo estamos presentes a petición de mi amiga) y dos días después anuncian en una gran cena que organizamos en el barrio con todos (padres incluidos) que van a casarse. Can se levanta un rato mientras todos están bebiendo y se aparta, pensativo.
     -¿Estás bien, Can? – le pregunto, un poco preocupada. Ha estado muy serio hoy.
     -¿Mmm? – se gira y me mira -. Sí, sí. Sólo me duele un poco la cabeza. Estoy bien, tranquila – sonríe, aunque es una sonrisa que no le llega del todo a los ojos. Y eso me preocupa.
     -¿Seguro? – insisto.
     Asiente.
     -Ven aquí, abrázame – abre los brazos, invitándome.
     Avanzo hacia él y le rodeo el torso con los brazos. Aspiro su olor y escondo la cabeza en su cuello. Can me besa el pelo y me acaricia los rizos con una mano, apretándome contra él con la otra.
     -Te quiero – le digo en un susurro.
     -Y yo a ti, mi vida. Mucho.
     Y cuatro días después estoy que me subo por las paredes. En dos días es el cumpleaños de Can y no tengo ni idea de qué regalarle. Me he recorrido el centro de punta a punta en compañía de Gamze, Damla y Azra en busca del regalo perfecto, pero no encuentro nada que me convenza lo suficiente.
     -Decídete por algo de una vez, Faith – bufa Azra -. Llevamos más de cuatro horas dando vueltas. Se va a hacer de noche.
     Hoy se supone que Can iba a venir a casa a cenar. A este paso, o llego tarde o me voy sin el regalo.
     -Es Can, Faith. Cualquier cosa que le regales le parecerá perfecta sólo porque se la regalas tú – interviene Damla.
     -Eso es verdad – coincide Gamze con ella -. Por cierto, Engin dice que ha llamado a algunos antiguos amigos que hace tiempo que Can no ve para invitarlos a la fiesta, y al italiano creo que también.
     Esquivo a una señora que está regañando a su hijo por coger una gominola del suelo y entramos en otra tienda, esta vez de ropa.
     -¿Sabéis que no quiere una fiesta, no? – les recuerdo.
     Y no lo digo porque lo conozca de sobra, si no porque me lo dijo textualmente cuando saqué el tema de su cumpleaños para ver si me descifraba qué quería que le regalara. Estábamos preparando la masa para unas tartaletas de manzana y le dije:
     -Falta poco para tu cumpleaños – llené los moldes de masa.
     -Nada de fiestas, aviso – contestó, abriendo la puerta del horno para meter las bandejas.
     -¡Pero si no he dicho nada! – me defendí -. Sólo quiero saber si hay algún deseo que tengas por tu cumpleaños, algo que te gustaría tener… esas cosas.
     Can cerró la puerta del horno y me miró con los ojos entrecerrados, una sonrisa burlona y me acorraló entre la encimera y su musculoso, perfecto y cálido cuerpo embutido en unos vaqueros oscuros, un jersey fino de color verde y unas botas.
     -Os conozco a todos lo suficiente como para saber que querréis organizarme una fiesta. Y no quiero fiestas – me retiró un rizo rebelde de la cara y me recolocó las gafas con un gesto tierno -. Y, respondiendo a tu duda… sólo quiero pasar mi cumpleaños contigo. Tú y yo solos. Con eso me basta. Así que no te comas la cabeza pensando en qué regalarme y todo eso.
     Luego me besó antes de que contestara.
     Y ahora diréis: si te dijo que no quería que le regalaras nada, ¿qué coño haces dando vueltas como un trompo en el centro? Pues que no me caracterizo por hacer caso a la gente la mayoría de las veces, y quiero regalarle algo a Can, teniendo en cuenta que van a organizarle una fiesta, cosa que no quiere.
      -Ya sabemos que no quiere fiestas – interviene Damla, sacándome de mis pensamientos -. Pero creo que hace como dos o tres años que Engin y su padre no están con él durante su cumpleaños, así que la ocasión lo merece. Además, a lo mejor así se anima un poco, porque últimamente está de un borde… no sé cómo le aguantas estos días.
     Eso es verdad. Hace unas semanas que está más serio y borde con todo el mundo. Pero cada vez que le pregunto si está bien, me contesta que sí, que no le pasa nada. Pero sé que algo le ronda la cabeza, y no pienso parar hasta descubrirlo.
     Y entonces vemos una joyería y se me ocurre una idea.
     -Esperad aquí un segundo. Creo que ya sé qué voy a regalarle a Can por su cumpleaños – les digo, mirando la tienda.
     -¿El qué? – se interesa Damla.
     -Vuelvo enseguida – les digo.
     Entro en la joyería, dejándolas con la palabra en la boca. Empiezo a mirar los escaparates, buscando lo que quiero. Observo los relojes, los collares, los anillos… Can no usa reloj, collar ya le regalé uno y anillos tiene para aburrir…
     << ¿Una pulsera que sea bonita?>>, sugiere mi mente. Puede. Sólo necesito encontrar la pulsera perfecta.
     -¿Puedo ayudarla en algo, señorita? – un señor de unos cincuenta años con camisa blanca, pantalones elegantes y zapatos de vestir se acerca a mí con actitud amable.
     -Sí, quería regalarle una pulsera a mi novio por su cumpleaños. Pero no quiero que sea la típica pulsera. Quiero que sea algo especial – contesto.
     El hombre sonríe.
     -Sígame, le enseñaré lo que tenemos. ¿Cómo le gustan las pulseras a su novio?
     Le digo que Can usa muchas pulseras de plata, cuero o algunas finas de cuerdas, y él saca un par de cajas con distintos modelos.
     -Tenemos distintos tipos. ¿Qué le parece esta? – me enseña una pulsera de plata con un corazón.
     -Demasiado cursi – arrugo la nariz.
     Me enseña un par de pulseras más, pero ninguna me convence del todo.
     -¿A él le gusta viajar? – me pregunta el hombre.
     -Sí, se ha recorrido el mundo entero por trabajo. Selvas, islas, campamentos de refugiados, grandes ciudades… - me apoyo en el mostrador.
     -Pues entonces, esta seguro que le encanta – saca una pulsera de plata, preciosa, con una especie de nudo en el centro -. Este nudo se conoce como el nudo de amor verdadero, porque una vez se hace es muy difícil deshacerlo. Puede añadir alguna inscripción en esta parte de aquí – señala los extremos del nudo, las partes de las que salen ambas partes.
     -Esta es perfecta – sonrío -. ¿Y podría poner una inscripción, dice?
     -Sí – saca un papel y un boli -. Escriba aquí lo que quiere poner y en una hora puede recogerla.
     -Estupendo – cojo el bolígrafo que el hombre me tiende.
     Pienso durante unos segundos en qué poner. Y recuerdo la tarde que vino a casa después de que ocurriera mi enfrentamiento con Pembe y me dijo que yo era lo mejor de su vida, que me quería, que quería estar conmigo siempre, y que siempre sería la única mujer en su vida. Recuerdo que le dije que él también sería el único para mí, aunque pasaran mil años. Sonrío al recordarlo. Y escribo en el papel. Una vez termino lo leo: “Siempre serás el único para mí, F.”.
     -Aquí tiene – le doy el papel y el boli al hombre.
     -Muy bien, pues en una hora podrá recogerla.
     Paso a la caja y pago la pulsera, antes de decirle al hombre que volveré en un rato para recoger el regalo. Las chicas me atosigan con preguntas cuando salgo, queriendo saber qué le he comprado a Can, pero decido no contarles nada hasta que vengamos a recoger la pulsera. Puesto que tardará una hora, les propongo ir a comer algo por aquí cerca y nos sentamos en un bonito restaurante.
     -Ya sé como quiero mi vestido de novia – menciona Gamze mientras comemos -. ¿Me acompañáis mañana a buscar el que sea perfecto?
     -Claro que sí – dice Damla.
     -Sí, claro. Iremos todas contigo – sonrío.
     -Genial – sonríe ella -. Tengo frito a Engin con los preparativos de la boda. Pero el pobre no se queja. Está encantado.
     Sonreímos. Me encanta que una de mis mejores amigas vaya a casarse y que esté tan feliz. Y me encantará preparar la tarta y el menú de la boda, que es lo que Gamze me ha encomendado, aparte de ayudarla junto a las chicas con todo lo demás.
     <<Estás encantada con eso, pero te niegas a casarte con Can. Eres pura contradicción>>, me ataca mi cerebro. ¡Yo no me he negado a casarme con él! ¡Claro que quiero casarme con él! Sólo quiero esperar un poco más. No me siento preparada para dar ese paso. No es lo mismo que se case tu amiga a casarte tú. No hay color.
     -¿Y tú vas a decirnos de una vez qué le has comprado a Can? – Azra se dirige a mí.
     -Lo sabréis en… - miro mi reloj – diez minutos.
     -Pues andando.
     Pagamos la comida y volvemos a la joyería, donde el mismo señor me da la pulsera en una preciosa caja de color negro. A las chicas les parece preciosa y me aseguran que a Can le encantará. Y a mí creo que el corazón hasta se me acelera cuando me imagino la pulsera en su muñeca. El hombre envuelve la caja en un papel de regalo plateado y la mete en una bolsa muy bonita de la joyería. Yo le doy las gracias una vez más y luego salgo con las chicas de la tienda y volvemos por fin a casa.
     Me despido de las chicas en la puerta de casa y cuando abro la puerta y voy a la cocina, me encuentro  que Can ya ha llegado y está tomando té con mis padres. Menos mal que he guardado la bolsa en la mochila, si no Can la habría visto.
     -¡Faith, hija! – dice mi madre cuando me ve -. Por fin llegas. Ya creíamos que cenábamos solos.
     -No sufráis, que ya he llegado – contesto y le acaricio la cabeza a Sam, que se acerca para saludar.
     Me acerco a Can y le doy un beso en los labios.
     -Hola – sonrío -. Siento haber tardado tanto.
     -Hola, amor. Tranquila, he llegado hace diez minutos – contesta él, abrazandome la cintura con el brazo -. ¿Te has divertido con las chicas?
     Asiento.
     -¿Cenamos arriba? Allí se está más calentito.
     -¡Esta niña y el frío! – exclama mi madre.
     -Ven aquí, que ya te doy yo calorcito, cariño – Can me rodea con los brazos y caminamos juntos hasta la escalera.
     Una vez subimos, les digo que voy a soltar la mochila en mi habitación. Cierro la puerta cuando entro en mi cuarto y saco la bolsa de la joyería para esconderla. Can no puede ver nada hasta pasado mañana, que es su cumpleaños.
     -¿Qué tienes ahí? – la voz de Can me sorprende y lo único que atino a hacer es a esconder la bolsa en el armario y cerrar la puerta con la rapidez de un rayo.
     -¡Nada! – contesto, apresurada.
     Can entrecierra los ojos con expresión pícara y entra en la habitación, cierra la puerta tras él y se acerca a mí con sigilo.
     -Así que nada – da un paso hacia mí -. Es curioso, porque se supone que has ido de compras con las chicas, pero no he visto ninguna bolsa – se humedece sus precioso labios con la lengua y a mí se me acelera el pulso y la respiración con cada paso que da hacia mí -, pero has escondido una bolsa en el armario, lo cual me lleva a pensar que en realidad has ido a comprar mi regalo de cumpleaños, cosa que te dije que no era necesaria. ¿Voy por buen camino?
     <<A veces odio que sea tan jodidamente inteligente>>, pienso.
     Can coloca las manos a ambos lados de mi cuerpo y se pega a mí.
     -Puede que te haya comprado un regalo, sí – admito y trago saliva ante su cercanía. ¿Cómo puede ser tan guapo? -. Pero no puedes verlo aún, así que… vamos a cenar.
     Intento moverme, pero sus manos me mantienen quieta, y que se acerque aún más no ayuda a mis hormonas. Su nariz acaricia la mía con suaves y tentadores movimientos y nuestras bocas se rozan, mezclando nuestros alientos. Los labios me hormiguean, las manos me empiezan a sudar y mis piernas se vuelven gelatina. Me provoca tantas emociones con sólo acercarse que a veces me parece irreal. 
     -¿No vas a decirme lo que es? – pronucia en un tono bajo y profundo, demasiado sexi para poder soportarlo. Niego con la cabeza torpemente y cierro los ojos cuando me da un suave beso que sabe a cielo -. ¿No? – vuelvo a negar -. Vale, pero al menos dame un buen beso, ¿no? Me has dejado con ganas de más abajo – ronronea.
     Sus ojos se han oscurecido y la expresión de deseo que reina en su rostro hace que la sangre que bombea mi cuerpo recorra mis venas aún más rápido, si es que eso es posible. 
     Baja una de las manos hasta mi cintura y soy yo quien le rodea el cuello y le devora los labios con hambre. Besarle es maravilloso. El sabor de su boca, la suavidad de sus labios, el roce de su barba…
     Can me rodea la cintura con los brazos y me aprieta contra su pecho, profundizando nuestro beso. Su lengua acaricia la mía y sus dientes tiran de mi labio con deseo. Un latigazo de placer me recorre el cuerpo y una deliciosa presión se instala en mi entrepierna.
     -Me encanta tu boca – le digo en una especie de suspiro.
     -A ella le encantas tú, cariño – introduce los dedos entre mis rizos y me besa la camisura de la boca, bajando por mi mandíbula y mi cuello -. Le encantas entera.
     -¡Faith, Can, venga! – nos grita mi madre desde el salón, jodiendo el momento.
     -¿Y si nos saltamos la cena? – me lame el cuello muy lentamente.
     -¿Quieres que mi padre te cape con el cuchillo del pan? – bromeo.
     Can se separa de mí a regañadientes y me mira con expresión resignada. Yo le doy un último beso y le agarro la mano para salir juntos de la habitación.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora