CAPÍTULO 32

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Faith.

-A ver si lo he entendido, ¿me estás diciendo que te has enfadado con Engin porque no le apetecía ir al cine? ¿Lo dices en serio? – exclamo atónita.
Gamze y Azra estaban en casa cuando he llegado de pasear a Sam y básicamente la primera me ha contado que ha discutido con su novio porque él no ha querido ir al cine. Pero ¿estamos tontos? Se discute por cosas con sentido, no por gilipolleces.
-No me ha molestado que no quisiera ir, me ha molestado la manera en la que lo ha dicho. Al final él se ha puesto borde, yo también y hemos discutido – sigue diciéndome Gamze.
Cojo otro puñado de pipas de la bolsa y sigo comiendo.
-Yo creo que deberías llamarle y hablar con él – opina Azra.
-Totalmente de acuerdo – coincido con mi amiga -. Espera a mañana y habla con él. Verás como no tardáis ni dos minutos es estar genial de nuevo.
Gamze suspira y lanza las cáscaras de las pipas al bol en el que las estamos echando. De repente, la puerta de casa suena y la voz de mi padre hace acto de presencia, comunicándonos su llegada. Los nervios se me instalan en el estómago y las chicas lo notan.
-Relájate, que se lo tomará bien. Nosotras nos vamos – me dice Gamze.
Ambas se levantan de la mesa y me dan un abrazo antes de salir del salón. Se encuentran con mi padre en las escaleras y él las saluda además de invitarlas a quedarse a cenar, cosa que ellas refutan, poniendo la excusa de que tienen planes.
Bueno, pues llegó el momento.
-Hola, vida – me saluda mi padre, cambiando el idioma de turco a español -. ¿Qué tal el día?
-Bien – contesto, dándole un beso en la mejilla como saludo -. ¿Y tú qué tal en la reunión?
-Bien, ya sabes que tienes un padre que anima a una sala de depresivos – bromea, sacándome una sonrisa.
Mi madre aparece dos segundos después y saluda a mi padre con un tierno beso en los labios y un abrazo. Puesto que ya he terminado de preparar la cena (esta noche ha tocado ternera en salsa), ponemos la mesa entre los tres, al mismo tiempo que mi padre nos cuenta a mi madre y a mí los detalles más importantes de su reunión. Una vez la mesa está lista y los platos colocados encima de la mesa, nos sentamos y nos ponemos a comer. Mientras más minutos van pasando, más nerviosa me voy poniendo, sobre todo porque mi madre no para de hacerme gestos (nada disimulados, por cierto) para que empiece a hablar. Yo me encojo de hombros y abro mucho los ojos mirando a mi padre quien, aunque parece que no se da cuenta de nada, sabe más que siete.
-Pues a Faith le ha parecido buena idea lo de preparar los dulces para la tienda – empieza a hablar mi madre para romper el hielo.
-Te dije que le gustaría la idea. Sería de locos que siendo cocinera se negara a cocinar – contesta mi padre.
El silencio vuelve a hacerse presente en la mesa y yo remuevo la comida con cierto nerviosismo, buscando las palabras exactas por las que empezar.
<<Vamos, Faith, es tu padre. Es un cachondo mental. Se lo tomará bien>>, intento convencerme.
Tomo aire profundamente.
-Can y yo estamos saliendo – suelto de sopetón y empiezo a comer.
Miro de reojo a mi padre y lo veo coger su vaso de agua para darle un sorbo y luego mirarme. Allá vamos.
-¿Can, qué Can? – pregunta como si no supiera de quien hablamos.
-¿Cuántos Can conoces tú, Jesús? – replica mi madre -. Pues Can Doğan, el único Can que conoces.
-El amigo de Ömer – me mira y yo asiento -, el fotógrafo – vuelvo a asentir -, el hermano mayor de Engin – asiento otra vez más y él bebe agua de nuevo -. Vale, estáis saliendo, ¿y desde cuándo?
-Salir, lo que se dice ser pareja... desde ayer.
-¿Y vais en serio? – sigue preguntando.
-¿Os lo diría si no fuera así? – piensa durante unos segundos y hace una mueca con la boca -. Pues no. Y sí, creo que sí vamos en serio.
Mi padre suspira y mira a mi madre.
-Tu silencio me dice que ya lo sabías – mi madre hace un gesto que le confirma sus palabras -. Así que novio. Madre mía, ¿por qué creces tan rápido? ¿No eres aún muy joven para novios?
-¡Cuando mamá empezó a salir contigo era más joven que yo! – me quejo.
-¡Eran otros tiempos, Faith! – se queja.
-¡Jesús! – interviene mi madre -. ¡Nuestra hija va a cumplir veinte años y se ha echado novio! ¡Es lo más normal del mundo! Además, Can es un chico estupendo y va a hacerla muy feliz.
Mi padre suspira para luego mirarme.
-¿Le quieres?
-Sí, mucho, papá – contesto poniendo ojitos.
-¿Y él a ti?
Asiento.
-Pues entonces quiero que venga a cenar el viernes como tu novio – me pide.
-Vale, vendrá encantado – contesto con una sonrisa -. Y cambia esa cara, papá, por Dios. Que tengo novio, no el Ébola.
Mi padre suelta una risa y me agarra la mano por encima de la mesa, acariciando el dorso con el pulgar.
-Es sólo que me cuesta creer que ya seas toda una mujer. Si parece que fue ayer cuando cantabas canciones sentadita en tu parque cuna – dice en un tono paternal lleno de sentimiento que casi me hace llorar.
Me levanto de la silla y abrazo a mi padre con los ojos llenos de lágrimas. Por fuera puede parecer muy duro, pero luego es muy sensible. Sus brazos me rodean la espalda y me da un beso en el hombro. Mi madre, emocionada por la situación, se une a nuestro abrazo y, cómo no, Sam también, saltando sobre nosotros.
-¡Sam! – le regaño -. ¡Esos placajes los dejas para rugby!
Mis padres ríen, emocionados y acarician a Sam, al mismo tiempo que yo le beso el hocico. Después del emotivo momento, retomamos la cena, mientras mi padre me pregunta cómo surgió mi amor por Can, cómo empezó todo.
Una vez terminamos de zamparnos la tarta de queso que he preparado esta tarde, recogemos la mesa y mis padres se sientan en el sofá a ver una película que están poniendo en la tele y que les gusta. Sam decide acompañarles, más que nada porque mi padre está comiendo fruta (cosa que a él le flipa) y yo me voy a mi habitación para llamar a Can.
-¿Cómo está la novia más maravillosa de todo este planeta? – contesta nada más descolgar.
-Relajada después de hablar con mi padre – le respondo -. ¿Y tú?
-Mejor ahora que llamas, porque estaba de los nervios – confiesa -. ¿Cómo ha ido?
-Mejor de lo que me esperaba, la verdad – me siento en la cama -. Quiere que vengas a cenar el viernes. ¿Te apetece?
-¡Claro que sí, cariño! Allí estaré – me responde en un tono dulce -. Oye, tienes Skype, ¿no?
-Sí, ¿por? Lo uso sobre todo para hablar con mis amigos de España.
-Pues enciende el ordenar, que te acabo de enviar la solicitud – dice.
-Dame un minuto.
Me quito el teléfono de la oreja y corro a coger el ordenador de mi escritorio para encenderlo. Efectivamente, hay una petición de Can, que acepto sin dudarlo. Dos segundos después, una video-llamada suya aparece en la pantalla. Pulso 'aceptar' y su preciosa cara aparece.
-Así mejor – dice -. Hola, vida mía – sonríe.
-Hola – le devuelvo la sonrisa y me fijo en su pecho desnudo, tragando saliva -. ¿Estás... estás sin camiseta?
-Más o menos – entrecierra los ojos -. Acabo de salir de la ducha.
Esbozo una expresión indignada.
-¿Querías que te viera desnudo, pervertido? – exclamo fingiendo molestia.
El tatuaje del lobo que lleva en el pecho se ve parcialmente y a mí se me hace la boca agua por él y por esa piel morena, esa capa fina de vello que tiene y esos pectorales. ¿Por qué es tan perfecto?
-Tenía pensado esperar para eso, pero si quieres – mueve el ordenador y me da la perspectiva de la toalla que lleva alrededor de la cintura. Los abdominales se ven parcialmente y la v marcada en su vientre hace que me empiecen a dar taquicardias. Empieza a hacer el amago de quitarse la toalla -. ¿Sigo?
-¡No, espera! – chillo, a pesar de que en realidad me encantaría ver su cuerpazo desnudo.
Can suelta una carcajada sonora y vuelve a colocar el portátil delante de su cara para seguir descojonándose de mí. Yo arqueo una ceja con expresión seria, lo que hace que deje de reírse.
-Perdona – se disculpa tiernamente -. Pero reconoce que ha sido gracioso.
-Sólo un poco – uso el pulgar y el índice para simular la cantidad de la poca gracia que ha tenido -. Imagina que hubiera entrado mi madre y hubiera visto tu cosita. Te habría perdido todo el cariño que te tiene.
-Tienes razón – reflexiona -. Esperaré hasta que estemos solos - se muerde el labio inferior y yo me derrito -. Por cierto, sales muy guapa en el video que ha subido Azra esta mañana – cambia de tema.
Un sonrojo de lo más notorio hace acto de presencia en mis mejillas y me tapo la cara para que no me vea, mientras suelto una risa lastimera.
-No te avergüences, Faith. Sales monísima – dice -. Voy a vestirme, ahora vuelvo.
Asiento con una sonrisa en la cara y él me lanza un beso antes de desaparecer de la pantalla y aparecer un minuto después con una camiseta de aros grandes que deja ver parte de sus pectorales y su tatuaje del lobo y la brújula.
-¿Sabes? Podríamos hacer esto todas las noches – le propongo tras veinte minutos charlando sobre el resto de cosas que hemos hecho después de habernos despedido en la esquina de mi calle esta tarde.
-¿Hablar por Skype? – asiento -. Claro que sí. Sería un regalo poder verte y escuchar esa voz tan bonita todas las noches antes de dormir – sonríe de medio lado, causándome un pequeño cortocircuito cerebral.
-Genial – le devuelvo la sonrisa.
Can apoya la barbilla en su rodilla descubierta y me mira fijamente con los ojos brillantes.
-¿Qué pasa? – pregunto cuando no dice nada.
-Que eres preciosa – contesta sin dejar de mirarme -. Y que no puedo creerme que por fin estemos juntos.
-Yo tampoco – reconozco.
-Vamos a estar juntos siempre, ¿verdad? – asiento -. Te quiero muchísimo, ¿lo sabes?
-Yo también te quiero mucho, Can – le digo con el corazón a mil por hora, al igual que cada vez que me dice que me quiere.
Sonríe a través de la pantalla.
-Ahora mismo me encantaría besarte – refunfuña.
-Y a mí, pero por desgracia la tecnología no ha avanzado tanto – bufo, porque nada me gustaría más ahora que besarle esos preciosos labios rositas y mulliditos.
<<Le quiero tanto>>, pienso, admirándole. <<Bendito Skype>>.
Durante al menos dos horas charlamos de diversos temas, como películas y series a las que debo engancharle (aunque él dice que nunca suele engancharse porque ninguna es lo suficientemente buena, exceptuando House y Breaking Bad), lugares a los que debemos ir juntos y que a los dos nos encantan, como el parque de atracciones, la playa o el mercado de té, entre otros; también me habla de su padre y de las ganas que tiene de que llegue para presentármelo (me asegura que me adorará, porque soy y cito textualmente: la criatura más perfecta que Dios ha tenido la dicha de crear), y también le pido que me diga algún ingrediente que añadirle a los dulces que voy a preparar para la tienda de mi madre, entre los que añade miel, mango o papaya.
-Será mejor que dejemos de hablar ya y te duermas – me dice en un tono suave y tierno cuando bostezo por tercera vez.
Niego con la cabeza y me levanto las gafas para restregarme los ojos.
-No, quiero hablar más tiempo contigo – contesto.
-Y yo, cariño. Pero al final te vas a quedar dormida y no te vas a enterar de nada de lo que hablemos.
Ahí tiene razón. Cuando me pongo así tardo menos de diez minutos en caer grogui.
-Vale, pues me voy a dormir – vuelvo a bostezar -. Descansa tú también, cielo. Te quiero.
-Yo más – me lanza un beso y yo hago lo mismo -. Buenas noches.
Nos despedimos una vez más y cuelgo la llamada de Skype para luego apagar el portátil y colocarlo encima del escritorio. Luego me pongo el pijama, me lavo los dientes y me pongo la funda en los dientes. Me meto en la cama cuando vuelvo a la habitación y me quito las gafas para dejarlas encima de la mesita de noche antes de tumbarme y quedarme dormida.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora