CAPÍTULO 62

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Faith.

Cuando mis padres llegan a casa, Can y yo estamos acurrucados en el sofá (con el peluche de Olaf), viendo Frozen 2. Sam se levanta en cuanto oye la puerta de casa y Can y yo nos incorporamos para recibirlos.
     -Hola, chicos – mi madre sonríe cuando nos ve juntos en el sofá -. Veo que ya habéis resuelto lo que sea que os pasara.
     -Sí, ya está todo en orden – contesta Can, devolviéndole la sonrisa.
     -¿Qué tal lo habéis pasado? – le pregunto a mis padres.
     Mi padre suelta las llaves de casa y del coche en el mueble de la televisión y ambos se sientan en el sofá que está a nuestra izquierda.
     -Muy bien. Al final hemos ido al cine y luego a cenar – contesta mi madre -. ¿Vosotros que habéis hecho?
     Can y yo nos miramos y sonreímos de forma disimulada.
     -Pues… Can ha preparado la cena, hemos comido y hemos visto un par de pelis – le cuento. Omitimos la intensa sesión de sexo, obviamente.
     -Y os habéis puesto púos a dulces también – mi padre señala los envoltorios de galletas y dulces que hay encima de la mesa, junto a los vasos de té. Luego mira la televisión -. ¿Te ha obligado a ver Frozen, no? – le pregunta  a Can.
     -En realidad, la he elegido yo – reconoce mi novio.
     -¿A que es adorable? – sonrío y le acaricio la barba a Can, ganándome un beso en la sien de su parte.
     Mi madre nos mira enternecida y mi padre nos observa con expresión neutra, pero sus ojos brillan. En este tiempo ha llegado a confiar en Can más que en mí, hasta tal punto que se cuentan hasta sus cosas. Increíble, ¿verdad?
     Sam apoya la cabeza en el vaquero azul de mi padre para que le acaricie la cabeza y, cuando mi madre se levanta del sofá, él la sigue, dejando un rastro de babas en el pantalón de mi padre.
     -Bueno, no sé vosotros, pero yo me voy a dormir – anuncia mi madre.
     -¿Te quedas a dormir, Can? – le pongo ojitos.
     Él sonríe y luego dice:
     -Si a tus padres no les parece mala idea…
     Miramos a mis padres, deseosos de que nos digan que sí. Si a mí me dejan quedarme en su casa, no debería haber problema en que Can duerma aquí, ¿no?
     -Esto… - comienza mi padre, indeciso.
     -¡Claro que puedes quedarte, Can! – termina mi madre.
     -Lo único que os voy a decir – interrumpe mi padre, serio - es que no quiero escuchar ningún sonidito raro desde la habitación, porque te pongo un cinturón de castidad, Faith. Sé que haréis vuestras cosas, pero no quiero saberlas, ni oírlas, ni verlas. ¿Está claro? – nos advierte.
     -Cristalino como el agua del Caribe – contesto.
     Mi padre parece quedarse satisfecho con mi respuesta y le dice a Can que le acompañe a la habitación para dejarle algo de ropa para dormir. Yo, por mi parte, me meto en el baño para lavarme los dientes como puedo y ponerme la funda, y saco un cepillo nuevo para dárselo a Can, quien ya se ha cambiado de ropa cuando vuelvo a mi habitación. Mi padre le ha prestado una camiseta de manga corta gris y unos pantalones de pijama rojos con cordón. Está para comérselo. A diferencia de mí, Can es bastante caluroso, y siempre suele dormir sin camiseta.
     -Qué guapo – le digo al verlo sentado en la cama, ya destapada -. Te traigo un cepillo de dientes.
     -Muchas gracias, amor – sonríe -. ¿Te ayudo a ponerte el pijama, o puedes sola?
     -Puedo sola, tranquilo – le contesto.
     -De acuerdo, pues entonces voy a lavarme los dientes.
     Can me da un beso en los labios y sale de la habitación. Yo me cambio de ropa y me pongo mi pijamita calentito. Mientras espero a Can en la cama, Sam aparece y se tumba en su cama y se lame las patitas. Yo le hago un gesto para que se acerque y él camina a paso lento hasta la cama y me da un lametón en la mejilla como buenas noches. Luego vuelve a tenderse, lanza un suspiro y cierra los ojos, durmiéndose. Yo cojo el móvil y miro un poco Instagram. Veo las fotos que Can ha subido mientras veíamos las películas y suelto una risa cuando veo un video que me ha hecho en el que salgo cantando Let it go, abrazando el peluche de Olaf, en el que ha escrito: ‘Le da más mimos a su peluche que a mí. No hay derecho’.
     -¿Qué te hace tanta gracia? – me pregunta Can, entrando en la habitación y cerrando la puerta tras él.
     Sam empieza a mover el rabo en cuanto lo ve y Can se acerca para acariciarle la cabeza.
     -Que según tú, le doy más mimos a Olaf que a ti – bromeo.
     -Me he sentido muy solo viendo Frozen – dramatiza, haciendo un pucherito.
     -Pues, si quieres mimos, deberías meterte en la cama – palmeo el trozo de cama libre a mi derecha. No me gusta dormir pegada a la pared. Me agobia un poco.
     Can sonríe de forma lasciva y se sube a la cama para tumbarse a mi lado. Nos tapa a ambos con la sábana y la manta y me abraza la cintura con el brazo. El otro lo coloca bajo su cabeza y me dedica una sonrisa brillante.
     -Es la primera vez que voy a dormir en tu casa desde que estamos juntos – menciona.
     -Cierto – inclino un poco la cabeza y le doy un besito en la punta de la nariz.
     Can introduce la mano bajo la camiseta de mi pijama de ositos y me acaricia la piel del vientre con los dedos. Me dedica una mirada de absoluta adoración y pega su rostro al mío, mezclando nuestras respiraciones.
     -Te quiero mucho, Can Doğan – le susurro. Sé lo mucho que le gusta que lo llame por su nombre completo.
     -Yo también te quiero mucho, mi amor – contesta del mismo modo.
     Unos golpes en la puerta interrumpen nuestro momento romántico y mi madre abre. Asoma la cabeza y Can y yo nos incorporamos para mirarla. Bueno, mirarlos, porque mi padre está justo detrás de ella, cotilleando. Sam abre los ojos y levanta la cabeza al escuchar los ruidos y mira a mis padres con curiosidad.
     -Nos vamos a la cama ya. ¿Necesitáis algo? – negamos con la cabeza -. De acuerdo. Que durmáis bien – sonríe.
     -Buenas noches – habla mi padre.
     -Buenas noches – decimos Can y yo al unísono.
     Mi padre nos dedica una última mirada y ambos salen de la habitación. Mi madre cierra la puerta con suavidad y nos tumbamos de nuevo en la cama.
     -Mi padre está un pelín obsesionado con el tema del sexo – hablo.
     -A mí tampoco me haría mucha gracia escuchar a mi hija montándoselo con su novio en la habitación de al lado – dice él.
     Sí, sería algo sumamente incómodo, la verdad. A mí me resulta incómodo escuchar a mis padres e imaginármelo. Así que más o menos puedo entenderlo.
     Un bostezo me asalta y Can sonríe enternecido. Me acaricia la mejilla con la punta de los dedos y vuelve a abrazarme la cintura.
     -Será mejor que nos durmamos ya – me dice. Alarga el brazo hasta el interruptor y apaga la luz, dejándonos a oscura en la habitación -. ¿Estás cómoda? – me pregunta cuando me remuevo un poco, buscando una postura cómoda para la escayola.
     -Sí – contesto -. Necesito buscar la postura correcta para la escayola – me coloco boca arriba y dejo el brazo sobre mi estómago -. Ahora. ¿Tú estás bien así?
     Can esconde la cabeza en el hueco de mi cuello y deposita un beso sobre mi piel.
     -Estoy en el paraíso – le siento sonreír.
     Sonrío y entrelazo los dedos de mi mano izquierda con los suyos. Ambos nos deseamos las buenas noches y cierro los ojos. La respiración de Can impacta contra mi piel y las caricias de sus dedos sobre los míos hacen que poco a poco el sueño me venza y me quede dormida junto a él.
    
Por la mañana me despiertan los rayos del sol que entran por la persiana de mi habitación y, para mi sorpresa, Can sigue a mi lado cuando abro los ojos. Tiene los ojos cerrados, los labios entreabiertos y su respiración es tranquila y pausada. Creo que es la primera vez que me despierto antes de él. Su brazo sigue rodeándome la cintura y su barbilla está apoyada en mi hombro. Está tan guapo que, si no fuera porque me tiene agarrada y tengo un brazo indispuesto, cogería el móvil y le haría una foto.
     Sam sigue durmiendo en su cama, sorprendentemente. Supongo que será porque no ha percibido que estoy despierta. Si se hubiera dado cuenta, ya estaría pegando saltos y lloriqueando para que le diera el desayuno.
     Me giro como puedo, intentando no despertar a Can, y le acaricio el pelo recogido, para luego bajar por su frente y seguir por su nariz, sus pómulos, su barba y acabar en sus labios. Repaso el contorno con el dedo índice y cuando voy por la mitad de su labio inferior, habla:
     -Si me vas a despertar así, voy a tener que hacerme el dormido más a menudo – su voz ronca me sobresalta y suelta una risa -. Buenos días, amor.
     -¿Cuánto llevas despierto? – le pregunto, mirando sus ojos oscuros.
     -Desde hace un buen rato. Pero me apetecía quedarme un ratito más – me besa los labios -. Se está muy bien aquí. ¿Has dormido bien?
     Asiento.
     -Como un bebé – contesto -. ¿Y tú?
     -Contigo siempre duermo de maravilla – sonríe y vuelve a besarme. Mira a mi espalda -. Creo que alguien se ha despertado.
     Giro la cabeza y me encuentro con un lametón en toda la cara por parte de Sam, que creo que me ha quitado las legañas y todo. ¡La madre que lo parió!
     << ¡Será posible!>>, pienso, limpiándome la cara.
     El pelaje color chocolate de Sam brilla con el sol y sus ojos verdes me observan con ansiedad. Tiene hambre.
     -¿Te apetece desayunar? – le pregunto a Can, mirándole. Él asiente -. Pues vamos, porque este señorito – señalo a Sam – no espera ni un minuto más.
     -Sí, me muero de hambre – contesta Can, destapándose.
     Nos levantamos de mi cama y Sam brinca a nuestro lado, deseoso de que vayamos con él a la cocina y le demos su comida. Supongo que mis padres ya estarán despiertos, pero si yo no abro la puerta de mi cuarto, Sam no se mueve. Abro y Sam sale corriendo como una bala, escaleras abajo. Un chillido de mi padre nos hace reír a Can y a mí y bajamos a la cocina de la planta baja para llenar nuestros hambrientos estómagos.
     Mi madre sonríe en cuanto nos ve aparecer y mi padre nos saluda con la mano, porque tiene la boca llena de tostada con mermelada de arándanos que preparé un par de días antes de romperme los dedos.
     -Buenos días – digo con la voz un poco ronca por el sueño.
     -Que aproveche – dice Can.
     Mi madre le da las gracias y nos dice que nos sentemos. Nos sirve unos vasos de té y nos dice que cojamos lo que queramos de la mesa, donde hay dulces, tostadas, fruta cortada y zumo. Desayunamos mientras mi padre nos cuenta los nuevos acontecimientos acaecidos en su trabajo y mi madre nos dice que tiene que ir a comprar algunas cosas para la tienda y que la acompañarán unas amigas del barrio.
     Sam termina de zamparse el pienso de su cuenco y se sienta entre mi silla y la de Can a la espera de que le caiga algo.
Una vez terminamos de desayunar, recogemos todo, yo me tomo un antiinflamatorio para la mano y subo con Can a cambiarnos de ropa. Yo me coloco unas mallas negras, una sudadera roja y unos deportes, y Can se viste con la ropa de ayer.
     -¿Te quedas un ratito más? – le pregunto a Can, abrazándole la cintura.
     -Me quedo todo el tiempo que tú quieras, amor mío – le beso el hombro por encima de la camiseta -. Bueno, ¿qué quieres hacer?
     Me encojo de hombros.
     -Podemos cocinar, dar un paseo, ver una peli… la lista es larga – le digo, provocándole una sonrisa.
     Can se muerde el labio inferior mientras sonríe y a mí se me infla el corazón. Está tan guapo cuando sonríe de esa forma, como un niño travieso. Me rodea la cintura con los brazos y acaricia mi nariz con la suya, en un beso de esquimal.
     -¿Te apetece ayudarme con unas fotos que tengo que hacer? – me pregunta, retirándome el pelo de la cara.
     -¡Sí! – exclamo emocionada.
     Me hace muchísima ilusión ayudarle a trabajar. Y verle concentrado haciendo fotos es una de las maravillas de mi existencia. Así que no pienso perdérmelo por nada del mundo.
     -Pues andando – Can me besa los labios y luego entrelaza nuestras manos.
     -Espera, primero tendré que cambiarme.
     -Estás preciosa así – me dice, tirando de mi mano buena -. Además, seguro que allí te manchas.
     -Pero ¿adónde vamos? – le pregunto cuando bajamos las escaleras.
     -Lo verás cuando lleguemos – contesta.
     Sam se sienta junto a la puerta cuando nos ve colocarnos los zapatos y yo cojo mi bolso.
     -Podemos llevárnoslo, si quieres – propone.
     -¿Seguro? – él asiente -. Pues vamos a ponerte el collar – Sam entiende mis palabras y empieza a saltar y ladrar, haciéndonos reír por lo adorable que es.
     Can le pone el collar y la correa, porque yo con una mano no puedo, y lo subimos al asiento trasero de su coche. Mi guapísimo novio se coloca las gafas de sol y arranca el coche para poner rumbo adonde sea que vayamos. Por el camino le mando a mi madre un mensaje para decirle que voy a acompañar a Can a hacer unas fotos y ella me contesta que lo pasemos bien, que tenga cuidado con la mano y que la avise si vamos a ir a comer a casa o si nos quedamos por ahí.
     Abro el espejo y observo a Sam, que va con la lengua fuera y una expresión de entusiasmo preciosa. Sus ojillos verdes brillan con la luz del sol y las gotitas de baba resbalan por sus labios. Otra cosa no, pero pelos y babas suelta por un tubo.
     Tarareo las canciones que suenan en la radio y Can me agarra la mano y entrelaza nuestros dedos para llevársela a la boca y besarme el dorso. Yo sonrío y me inclino para darle un beso en la mejilla. Es tan mono.
     -Bueno, pues hemos llegado – anuncia, desabrochándose el cinturón de seguridad y apagando el motor del coche.
     -¿Un refugio de animales? – sonrío emocionada al ver el cartel de la entrada en el que pone ‘Refugio de animales Huellas de amor’.
     Can asiente.
     -Me enteré de que necesitaban voluntarios y financiación y me puse en contacto con ellos para hacer unas fotos y ayudarles – me cuenta.
     <<Es tan bueno y generoso>>,pienso, muriendo de amor.
     -Eres tan buena persona – suspiro, mirándolo con los ojos llenos de adoración.
     -Y tú eres tan preciosa – se inclina hacia mí y roza sus labios con los míos.
     Pero Sam interrumpe el momento con su impaciencia y entusiasmo, lamiéndonos la cara a ambos con su enorme y húmeda lengua. Can y yo nos carcajeamos y bajamos del coche. Can saca su cámara y saca a Sam del coche, cogiendo su correa con fuerza.
     Entramos en el refugio y una chica pelirroja se acerca a nosotros con una sonrisa para saludarnos.
     -Soy Can, el fotógrafo – dice mi novio cuando la chica nos saluda a los dos -. Y ella es Faith, mi novia.
     -Sí, ya sé quién eres – le sonríe ella, un poco sugerente. Vaya, nos ha tocado la petarda de turno -. ¿Y este grandullón quién es? – se agacha para acariciar a Sam.
     Para mi sorpresa, Sam se echa hacia atrás y se esconde detrás de mí. Parece que a él tampoco le ha gustado nada.
     -Es Sam – hablo yo.
     -¿No pasa nada porque lo hayamos traído, verdad? – pregunta Can.
     -No, claro que no – le vuelve a sonreír ella -. Pasad por aquí para que veáis a los animales.
     Acompañamos a la pelirroja por un pasillo que da a una enorme puerta de metal. Tras ella hay un enorme terreno lleno de casitas para perros y todos están correteando y jugando entre ellos. La chica nos lo enseña todo, eso sí, coqueteando con Can todo lo que puede y más. Menos mal que él no le hace mucho caso.
     Para mi suerte, la pelirroja tiene que irse, porque no puede dejar la recepción del refugio sola y nos dice, bueno, le dice a Can que la avise si necesita “cualquier” cosa. En fin...
     -¿Todo bien? – me pregunta Can de forma divertida, sacando la cámara de su mochila.
     -Estupendamente – contesto -. ¿Puedo soltarle? – señalo a Sam, que no deja de lloriquear por ir a jugar con los demás perros.
     -Sí, claro, déjalo que juegue con los demás.
     Le quito la correa a Sam y él echa a correr hacia un pastor alemán y un rottweiler y empieza a jugar con ellos. Salta, ladra y corre de un lado a otro, divirtiéndose.
     -Bueno, pues empecemos – me dice Can -. ¿Lista?
     Frunzo el ceño.
     -¿Qué se supone que debo hacer? – pregunto.
     -Jugar con ellos para que yo haga unas fotos perfectas – sonríe -. Cuidado con la mano.
     -Sí, señor – hago el saludo militar con la escayola y Can me da una palmada en la nalga cuando echo a andar hacia los perros -. ¡Bruto! – le chillo.
     -¡Yo también te quiero, amor! – ríe.
     En las casi tres horas que pasamos en el refugio, Can hace fotos de los perros jugando conmigo, de ellos solos, tumbados, comiendo y bebiendo… Está tan guapo cuando hace las fotos, concentrado y mordiéndose los labios, buscando el ángulo y la perspectiva perfectos. Me pide que coja a un pequeño cachorro de husky en brazos y él nos hace un par de fotos. Y otras tantas que me hace a mí sola porque sí, porque a él le apetece.
     -Can, deberías hacerles más fotos a los perros y no tantas a mí – le pido.
     -Me gusta hacerte fotos – contesta él, presionando el botón una vez más.
     -Pero hemos venido para que se las hagas a los perros – le recuerdo.
     -Creo que tengo fotos de más para lo que quiero hacer, así que… podemos quedarnos un rato más jugando con estos peques o irnos a comer algo – me agarra el pico de la sudadera y tira de mí - ¿Te he dicho que estás muy sexi hoy? – se muerde el labio, juguetón, y a mí se me acelera el pulso.
     -¿Sexi? – suelto una carcajada -. Estoy llena de pelos y babas por todas partes – señalo los pelos en mis mallas y mi sudadera y los rastros de baba secos.
     -Sí, sexi, muy sexi, amor mío – me da un beso en la comisura de la boca -. ¿Qué te apetece hacer?
     Sam se acerca con la lengua casi arrastrando y se tumba a nuestros pies, cansado.
     -Creo que alguien quiere irse a casa ya – pronuncio.
     Mi perro se levanta en cuanto escucha la palabra ‘casa’ y ladra.
     -Sí, quiere irse a casa – confirma Can.
     Ayudo a Can a recogerlo todo y nos despedimos de los perros y les prometemos que volveremos pronto. Vuelvo a enganchar la correa de Sam a su collar y Can coge su mochila. Nos despedimos de la pelirroja (que no pierde el tiempo en volver a insinuársele a Can) y de una de las dueñas del refugio, que ha llegado una hora después de que Can empezara a hacer las fotos. Can le dice que le enviará las fotos cuando las tenga preparadas y ella le agradece infinitamente su ayuda. Luego nos subimos al coche y salimos del recinto.
     -Entonces, ¿te llevo a casa? – me pregunta, agarrando mi mano y entrelazando nuestros dedos.
     Asiento.
     -¿Te apetece que cenemos esta noche en mi casa? Y así nuestros padres se conocen por fin – propone.
     -Sí, claro. Seguro que les encanta la idea – respondo.
     Can sonríe ante mi respuesta y me besa los dedos con cariño.
     Una vez llegamos a mi casa apaga el motor del coche, se baja conmigo y coge a Sam. Yo abro la puerta y Sam entra a toda prisa para beber.
     -Bueno, pues voy a decirles a mis padres lo de la cena, y te escribo con la hora – le informo.
     -Me parece genial – me sube un poco las gafas y me da un toque suave en la nariz con el dedo -. Llévate algo de ropa y te quedas a dormir, ¿no? – hace una especie de puchero con los labios.
     -Vale – sonrío como una boba y le rodeo el cuello con los brazos -. Pues te veo esta noche, cielo.
     -Hasta esta noche, amor mío.
     Nos besamos lento, recreándonos en el sabor de nuestras bocas. La boca de Can es el paraíso personificado, es tan dulce y tan cálida.
     -¡Buscaos un hotel, lapas! – nos interrumpe una voz.
     Can y yo nos separamos y nos encontramos con Azra, Damla y Gamze mirándonos sonrientes y burlonas.
     -Hola, chicas – saluda Can, rodeándome la cintura con el brazo.
     -Teníamos planeado echarte la bronca del siglo, pero veo que ya estáis bien, así que… nos la vamos a ahorrar por el momento. Y espero que, por tu bien, no tengamos que echártela nunca – le dice Gamze, mirándolo con los ojos entrecerrados.
     -Tranquila, que no será necesario – dice Can.
     -Chicas, esta noche cenamos en casa de Can para que mis padres conozcan al señor Azad. Podéis veniros todos y tú – señalo a Gamze – puedes decírselo a tus padres para que le conozcan también.
     A las chicas les parece una buena idea y Can también está de acuerdo. Le digo que avisaré a Cihan y Mesut para que se vengan también y él me dice que se lo dirá a Murat y Ahmet. Y Azra se lo dirá a Ömer. Lo pasaremos genial. Y luego podré dormir acurrucada contra el musculoso pecho de Can.
     Can decide irse para avisar a su padre y a Engin de que vamos a ir esta noche y me da un beso en los labios antes de subirse a su coche y salir del barrio. Por su parte, las chicas me empujan dentro de casa para que les cuente con todo lujo de detalles lo que ocurrió ayer para que Can y yo estemos tan bien de nuevo, y luego mi madre las invita a comer.
     Tal y como esperaba, la idea de cenar con el señor Azad a mis padres les encanta, así que cuando terminamos de almorzar y las chicas se van para prepararse, le mando un mensaje a Can y le digo que sobre las siete y media estaremos allí. Al final hemos decidido que será una barbacoa y, como hay que preparar la carne y eso lleva un buen rato, es mejor que no vayamos demasiado tarde.
     Can me contesta con un ‘vale, mi vida ❤️’ y a mí se me pone una cara de boba digna de una foto. Yo le envió otro corazón y luego dejo el móvil para buscar ropa en mi armario y meterme en la ducha.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora