Faith.
Un mes sin hacer esfuerzos con la mano, sin cocinar y sin poder tocar ninguno de mis instrumentos. Según el traumatólogo que me acaba de ver, tengo el cuarto y el quinto metacarpiano rotos, lo que se conoce como fractura de boxeador, y también un esguince en la muñeca por el impacto del puñetazo. Y ahora estoy esperando a que el médico llame para inmovilizarme la mano y poder irme a casa de una vez.
Me saco el móvil una vez más de mi bolso con la mano izquierda y lo miro de nuevo. Nada. Can no ha llamado ni ha mandado ningún mensaje en la hora y media que llevo aquí en compañía de Engin y Gamze. Me sujeto la mano con cuidado para que no me arree otro latigazo de dolor y suspiro, deseando que el médico llame de una vez para poder irme a casa y meterme en la cama.
-¿Estás bien, Faith? – me pregunta Gamze cuando me ve con la mirada perdida en la pared.
-Tengo la mano jodida, no voy a poder cocinar ni hacer nada en un mes y, para colmo, mi novio ha decidido creer e irse con su ex-novia mentirosa antes que quedarse conmigo – hablo y la miro -. ¿Tú crees que ahora mismo puedo estar bien?
-Es una mierda, sí – contesta ella y me acaricia la pierna -. ¿Te duele mucho?
Me encojo de hombros y frunzo los labios. Ahora mismo no sé si me duele más la mano o el corazón al saber que Can no confía en mí.
-Mi hermano es imbécil – habla Engin un rato después -. Os juro que cuando le vea le voy a echar la bronca del siglo.
-No te molestes, Engin – le pido, desganada -. No te hará caso. Cuando cree que lleva la razón no hay quien lo baje del burro, ya lo conoces.
-Cuando se trata de ti es diferente, Faith – contesta.
-Pues no se nota demasiado, ¿no crees? – le miro con los ojos húmedos por las lágrimas, lágrimas que intento aguantarme con todas mis fuerzas.
Bajo la cabeza y me muerdo el labio inferior con fuerza, aguantándome el llanto. Me niego a llorar aquí en medio. ¡Pero es que sigo sin poder entenderlo! ¿Cómo ha podido creerla antes que a mí? ¿Cómo ha podido tragarse sus lágrimas de cocodrilo? ¿Cómo ha podido pensar que soy capaz de pegarle a alguien así porque sí? ¿Cómo ha podido dejarme tirada así e irse con ella?
<<Porque es un gilipollas egoísta, Faith. Porque no le importas tanto como él dice. Porque puede que la siga queriendo>>, me dice mi mente, produciéndome una quemazón casi insoportable en el pecho.
Aprieto los ojos con fuerza y suelto un quejido cuando intento mover la mano y un pinchazo agudo de dolor me recorre los dedos y la muñeca.
Para mi suerte, el médico sale y me llama para que pase a la consulta. Diez minutos después salgo con la mano inmovilizada y una receta de antiinflamatorios para el dolor. Nos subimos al coche de Engin y pasamos por una farmacia cercana para comprar las pastillas, y luego me dejan en casa. Gamze insiste en bajar y caminar hasta su casa, pero su novio le dice que la dejará en la misma puerta.
-Mañana vendré con las chicas para ver qué tal estás, ¿de acuerdo? – dice mi amiga con ojos comprensivos.
Asiento. Las chicas no saben nada aún, pero estoy convencida de que les dará un infarto cuando se enteren de que me he partido los dedos dándole un soberano puñetazo a Pembe.
-Intenta descansar, ¿vale? – me pide Engin, mirándome del mismo modo que mi amiga.
-No creo que pueda, pero lo intentaré – hago una mueca parecida a una sonrisa -. Buenas noches.
Los dos se despiden de mí y, como puedo, introduzco las llaves en la cerradura de casa y abro la puerta. Sam baja las escaleras corriendo y empieza a dar brincos a mi lado, dándome la bienvenida. Levanto el brazo para que no me dé un golpe en la mano.
-Venga, Sam. Vamos a la cama – le digo con voz cansada y él parece notar que algo no va bien.
Comenzamos a subir las escaleras y cuando voy por la mitad, mi madre aparece con su pijama. Creía que estaría durmiendo ya, pero veo que no. Seguro que está viendo alguna película con mi padre o algo.
-¿Al final te has venido a casa? – pregunta. Cuando me ve la mano inmovilizada y vendada una expresión de horror se apodera de su rostro -. ¿¡Qué te ha pasado, Faith?! – chilla.
-¿¡Qué le ha pasado a mi niña?! – mi padre aparece agitado detrás de ella cuando la escucha gritar y me mira muy preocupado.
Suspiro.
-Sólo ha sido un golpe – contesto -. ¿Me dejáis pasar para que pueda irme a dormir? Quiero que este día acabe de una vez – les pido.
-¿Un golpe? ¿Qué golpe? – insiste mi madre apartándose para que pueda subir el resto de las escaleras.
-Uno muy tonto – respondo, soltando la bolsa con las pastillas y el informe del médico en la mesita de centro del salón.
Mi padre coge el papel y lo lee.
-¿Te has peleado con alguien? – entrecierra los ojos.
-No - técnicamente no ha sido una pelea -. ¿Me ves algún moratón? Sólo me he dado un golpe, nada más – vuelvo a repetir.
-Pues el golpe te va a costar un mes sin tocar una olla, cielo – dice mi padre, terminando de leer el informe.
-No me lo recuerdes... - me paso los dedos de la mano buena por el pelo -. Me voy a la cama – me giro para irme a mi habitación, pero vuelvo a girarme hacia mis padres -. Por cierto, si Can aparece por aquí, mandadlo a la mierda de mi parte. Buenas noches.
Mis padres se quedan a cuadros por mis palabras y antes de que me pregunten qué ha pasado con Can, me voy a mi cuarto. Me quito la ropa, me pongo el pijama y me meto en el baño para desmaquillarme y lavarme los dientes (y me pongo la férula en los dientes, claro), todo con miles de esfuerzos para no hacerme daño en la mano, y porque soy una completa inepta con la mano izquierda. Mis padres ni siquiera se acercan a preguntar cuando me oyen salir del baño. Saben que ahora mismo no es el momento para hablar del tema.
Es cuando me meto en la cama cuando me da el bajón y suelto todas las lágrimas que llevo al menos dos horas aguantando. Las lágrimas me recorren las sienes y salen de mis ojos a borbotones, empapándome la cara. Sollozo y un pinchazo me perfora el pecho hasta mi corazón. Can me ha estado diciendo desde que empezamos a salir que me quería, que confiaba plenamente en mí y que nunca me haría daño. Y lo ha mandado todo a la mierda a la primera de cambio. Ha decidido irse con Pembe, cuidar de ella y me ha dejado tirada a mí, que se supone que soy su novia, el amor de su vida.
<<Pues se nota que más bien le importas una mierda>>, suelta mi cerebro. ¡Cierra la bocaza de una vez!
-Ni siquiera se ha dignado a llamarme una sola vez – sollozo para mí misma -. La ha preferido a ella.
A mi mente vuelven el tono enfadado y serio de su voz, la mirada severa con la que sus ojos me observaban durante todo el tiempo, la tensión en su cuerpo y la decepción y la rabia en su mirada cuando se fue. Ni siquiera sé qué hacer ahora mismo. Se supone que me conoce mejor que nadie, que sabe que puedo ser impulsiva, pero nunca agresiva, y menos sin razón. Pero no, ni siquiera se lo ha pensado dos veces cuando ha optado por creer en las palabras de Pembe y me ha dejado a mí como la novia histérica, agresiva y mentirosa que le ha pegado a su ex-novia porque no la soporta. Y sí, puede que no la soporte, pero eso no es una razón para pegarle. Lo he hecho porque me ha provocado, porque el tono maligno y ponzoñoso que estaba usando para hacerlo me ha sacado de mis casillas. Y porque sé de sobra que eso era lo que buscaba.
<<Y yo se lo he dado. He caído en su maldita provocación>>, pienso, dándome de tortas mentalmente.
Sam, que está durmiendo conmigo, me escucha llorar y se levanta para tenderse junto a la cama, a mi lado, en señal de apoyo. Es tan listo y tan protector.
Me coloco boca arriba y con la mano izquierda le acaricio la cabeza y el lomo peludo y miro al techo, llorando y sintiendo cómo me duele el corazón por esta situación, hasta que me quedo dormida por el cansancio.
ESTÁS LEYENDO
Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉ
RomanceFaith es una chica divertida, familiar, ingeniosa y sin filtros, cuyo objetivo es convertirse en una buena chef y abrir su propio restaurante. Se pasa los días entre clases de cocina, turnos en la tienda de ropa en la que trabaja y reuniones con su...