CAPÍTULO 34

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Faith.

Intento detener a mi madre para que no coja el álbum de fotos de mi infancia, pero es tan rápida y escurridiza que cuando quiero darme cuenta ha salido de nuevo al jardín y se ha sentado en la que era mi silla.
-¡Niégate a todo, Can! – le pido a mi novio, gritando mientras lleno a su posición.
-¿Quieres ver a Faith de pequeña? – le pregunta mi madre sonriendo.
-No me lo pierdo por nada del mundo – contesta Can.
-¡Traidor! – gruño, agarrando la silla de mi madre y colocándola al otro lado de Can.
-Lo siento, cielo, pero no puedo perder esta oportunidad – se defiende.
Gruño. Mi padre hace lo mismo que yo y se sienta al lado de mi madre, quien no tarda ni dos segundos en abrir el álbum de fotos, mostrándole las primeras imágenes que inmortalizan mi vida.
-Mira cómo era cuando nació – le enseña la primera foto que me hicieron -. Aquí tenía dos días de vida.
-¿No podrías haberle enseñado una en la que saliera menos arrugadita, mamá? – le pregunto mientras miro la foto. Salgo con los ojos medio abiertos, con una mata de pelo oscuro en la cabeza, la boca entreabierta y la piel arrugadita.
-¡Pero si sales monísima! – exclama Can, enternecido.
Mi madre le sigue enseñando todas y cada una de las fotos y le cuenta anécdotas con la ayuda de mi padre, mientras Can se ríe y no para de decirme lo bonita que era de bebé. Bueno, tampoco es para tanto. Era como todos.
-Esta foto es del primer día que probó la papilla de frutas. La pobre hacía unas arcadas terribles – le cuenta mi madre -. Y esta de cuando celebraron Navidad en el colegio y tuvimos que vestirla de pastora.
Can suelta un tierno 'awww', que hace que me sonroje un poco. Y luego suelta una risa cuando ve una foto en la que estoy sentada encima de mi padre con el pelo un poco más largo, vestida con un jersey blanco y poniendo morritos. Le sigue enseñando más y más fotos en las que salgo con más y más edad disfrazada, con mis amigos de España, con mi familia, posando a mi manera... hasta los diez años, cuando nos mudamos aquí.
-Algún día te enseñaré los videos que tenemos de ella – le promete mi madre, cerrando el álbum.
-Por encima de mi cadáver, mami – intervengo. ¿Por qué a todas las madres les encanta enseñar las fotos de sus hijos cuando eran pequeños? -. ¿Nos comemos el postre? - cambio de tema.
A todos les parece una buena idea y yo me levanto para coger la tarta de queso con mermelada casera de fresa. Can se ofrece a ayudarme, pero le digo que se quede con mis padres. Una vez cojo la tarta, los platos y las cucharas, me dispongo a salir al jardín, pero me detengo al ver a Can hablando animadamente con mis padres. Charlan mientras se ríen y se divierten. Al principio de la noche estaba un poco nerviosa, porque no sabía cómo iría la cosa. Pero me alegro de que todo haya salido tal y como quería. Mi padre se lleva bien con Can, mi madre le adora y Sam no le deja ni a sol ni a sombra. Todo es perfecto.
<<Si es que te rayas por nada, hija mía>>, me regaña mi mente.
Salgo al jardín y coloco la tarta encima de la mesa. Corto los trozos y los pongo en los platos. Can y mi padre repiten tarta, porque les ha parecido deliciosa y Can me suplica que prepare esta tarta más veces y que la incluya en las que mi madre venderá en su tienda. Luego preparamos un poco de té y nos bebemos un par de vasos.
-Creo que debería irme – dice Can cuando se termina el té -. Ya es un poco tarde.
-Te acompaño a la puerta – le digo.
Ambos nos levantamos de la mesa y Can se despide con dos besos y un abrazo de mi madre y, sorprendentemente, con un abrazo de mi padre. Luego se agacha para despedirse de Sam, besándole la cabeza peluda. Le acompaño hasta la puerta y salgo a la calle con él.
-Bueno, pues no ha ido nada mal – digo.
Can sonríe y se acerca para rodearme la cintura con los brazos.
-Te dije que te estabas preocupando por nada, mi amor – me recuerda Can, apartándome un mechón rebelde de la cara -. Me lo he pasado muy bien. Tu padre es muy divertido. Y tu madre es un amor.
-Sí, son muy enrollados cuando les gusta la gente – concuerdo con él, rodeándole el cuello con los brazos -. Creo que no te he dicho que estás muy guapo.
Sonríe.
-Y yo creo que no te he dicho que estás para comerte – me sonrojo como una bola de navidad -. Me encanta hacerte sonrojar – su sonrisa se hace más grande -. ¿Ahora ya puedo besarte? Llevo toda la noche queriendo hacerlo – pronuncia en un tono profundo y lleno de deseo.
-¿Y a qué estás esperando? – pronuncio en el mismo tono.
Una sonrisa ladeada y coqueta se forma en su boca y acto seguido cubre mis labios con los suyos. El agarre de sus manos en mi cintura se afianza y su cálida lengua juega con la mía. Un intenso cosquilleo invade mi vientre y el corazón se me acelera con cada segundo que la boca de Can pasa sobre la mía. Me encanta besarle.
-Es mejor que paremos un poco. Las ventanas de este barrio tienen ojos – le digo cuando nos separamos, con la respiración agitada y el cuerpo hormigueándome por todas partes.
Can tiene los labios rojos e hinchados por el beso y la manera en la que se relame me pone frenética.
<<Faith, relájate>>, pienso.
-Bueno, será mejor que me vaya – me dice -. ¿Quieres que te avise cuando llegue y hablamos por Skype?
-Sí, por supuesto – sonrío.
Can me abraza una vez más y me da un beso en la mejilla. Luego se sube a su coche y se despide con la mano antes de arrancar y marcharse a su casa. Cuando su coche desaparece en la esquina me meto en casa y sonrío como la boba enamorada que soy.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora