CAPÍTULO 39

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Can.

El domingo lo pasamos vagueando en casa, viendo películas y series, y zampándonos todo lo que compramos ayer en el parque de atracciones. Fue un día precioso.
     Ahora estamos viendo El Pueblo, una serie española que a Faith y a su padre les encanta. La serie es un no parar de reír. Trata de un pueblo perdido en la provincia de Soria, al que van a parar un grupo de personas que no se conocen y que no saben qué hacer con sus vidas. Un constructor arruinado y corrupto con su novia pija (Juanjo y Amaya), dos hippies veganos y su hijo (Moncho, Ruth y Orión), un economista (Pablo), que ha dejado a su novia, acompañado de su mejor amigo acomplejado (Nacho), una mujer con cáncer terminal y su hijo obeso y dependiente (Elisa y Gustavo), una madre soltera con su hija adolescente y rebelde (Laura y Macarena), y un roquero con un bloqueo creativo que no es capaz de componer ninguna canción (Echegui). Un cuadro. Y, claro, el pueblo es minúsculo, pero no está vacío del todo, que es lo que pensaban. Allí viven Cándido, el alcalde, y su madre nonagenaria, Emilia; Arsacio, el borde, y María, su mujer; y el Ovejas, el pastor del pueblo y el mejor personaje de la serie.
     -Me declaro fan incondicional de Ovejas – le digo a Faith cuando termina el capítulo.
     -Te lo dije – sonríe y luego se estira en el sofá -. Debería volver a casa ya. Mañana tengo que levantarme temprano para hacer más dulces.
     -¿Ya? Aún es temprano, Faith – gateo hasta ella y me abrazo a su cuerpo, colocándome encima de ella.
     -Voy a pasar quince días durmiendo contigo, Can – me recuerda.
     -Vale, te llevo ya – le beso el abdomen por encima de la ropa -. Pero prométeme que no verás ni un capítulo de la serie hasta que estemos juntos.
     -Te dije que te engancharías – enreda su fino dedo en un mechón de mi pelo, que me he dejado suelto -. Voy a por mis cosas.
     Me aparto para que pueda levantarse y la veo desaparecer por el pasillo.
     -¡Deja la ropa aquí, Faith! ¡Así podrás usarlas los días que te quedes! – le grito desde el salón.
     -¡Vale, pero me llevo la que está sucia! – contesta desde la habitación.
     -¡Déjala aquí, yo puedo lavarla luego! – le digo.
     -¡No vas a lavar mis bragas, Can! – chilla.
     -¡En algún momento las veré, mi amor! – bromeo. Al final me manda a la mierda.
     -¡Guarro! – me encanta chincharla.
     -¡Yo también te quiero! – río.
     Para mi desgracia, no logro convencerla de que deje la ropa sucia. Deja lo que no ha usado y se lleva todo lo demás. La dejo en su casa, a pesar de que no quiero separarme de ella. Por suerte, a ella le pasa lo mismo y me pide que me quede a cenar, cosa que a sus padres les parece una idea estupenda.
     -¿Te parece bien que venga el miércoles y me lleve tus cosas a mi casa? Así no tienes que llevarlo todo el mismo jueves – le pregunto cuando terminamos de cenar y me acompaña a la puerta.
     -Claro – sonríe -. Llegarán el jueves por la mañana y quiero ayudarles a instalarse, así que eso ayudaría.
     -Genial – sonrío y la abrazo -. Ha sido un fin de semana increíble.
     La sonrisa de Faith se agranda y sus ojillos marrones toman un brillo especial.
     -Pues habrá que repetirlo – dice.
     -Lo estoy deseando – le doy un beso en los labios -. Buenas noches.
     -Buenas noches – contesta.
     Cuando llego a casa, recibo una notificación en Instagram: '@faithgonzser te ha etiquetado en su historia'.
     Abro la notificación y veo que ha subido una foto del peluche de Olaf que le conseguí en el parque de atracciones ayer. Ha rodeado las palabras que escribí en su barriga y ha puesta la descripción: 'yo también te quiero mucho @candoğan'. Sonrío con el corazón lleno de felicidad por lo maravillosa que es esta mujer.

El miércoles estoy jugando al baloncesto en el porche cuando Murat, Ahmet y Ömer llegan. Los dos primeros se unen a mí y Ömer decide ir a la cocina a coger algo para beber junto a mi hermano. Les cuento los últimos acontecimientos acaecidos con Faith y, cómo no, Murat no pierde oportunidad de recordarme que llevo meses sin sexo y estoy a punto de estallar.
     -O sea, que Faith va a pasar quince noches durmiendo contigo – reflexiona Ahmet, lanzando el balón a la canasta y encestando.
     -Exacto. Quince noches con ella. Es un sueño hecho realidad – digo cogiendo el balón y votándolo.
     -Y un dolor de huevos asegurado – suelta Murat.
     Lanzo el balón y encesto.
     -Desde luego, tienes el romanticismo en el culo, tío – bufo -. No me importa esperar quince días, un mes o dos por ella. Porque la quiero. Hay más cosas en un relación aparte de echar polvos, Murat.
     -Yo sólo te digo que ejercites la muñeca, porque vas a necesitarlo, amigo mío – sigue burlándose.
     -Por lo menos yo estoy enamorado y puedo dormir abrazado a alguien, ¿tú puedes decir lo mismo? Creo que no – contraataco.
     -Ahí te has pasado, compañero.
     -Te jodes – vuelvo a lanzar el balón.
     -¿De qué habláis, marujos? – Ömer aparece acompañado de mi hermano y se sientan en el porche con dos copas en las manos.
     -Que Can necesita follar urgentemente, porque está de un borde... – les dice Murat.
     Al final se carga un puñetazo en los dientes.
     -Es que no dejas de pincharle, tío – le salta Ahmet.
     -Gracias, amigo – lanzo el balón de nuevo y vuelvo a encestar -. Y no necesito follar, necesito dejar que Faith se sienta preparada para dar ese paso. Y para eso tengo que usar todo mi autocontrol para no arrancarle la ropa cada vez que estoy con ella. Así que te agradecería que dejaras el temita de los huevos, Murat – termino gruñendo -. Me voy a duchar, que tengo que ir a su casa.
      Le lanzo el balón a mi hermano y entro en casa, escuchando a Murat decir:
     -Era broma, Can. ¡Sabes que te quiero, hermano!
     Cuando me ducho, voy a casa de Faith a recoger las cosas que va a traerse para pasar aquí los días que su familia esté en la ciudad y lo colocamos todo entre los dos. Me siento como si se estuviera mudando a vivir conmigo y, lejos de asustarme, me gusta la sensación. La pena es que sólo son quince días.
     -Bueno, pues ya está todo – suspira aliviada cuando terminamos -. Será mejor que me vaya ya, porque mañana me espera un día movidito. Que no se te olvide el almuerzo.
     Me ha recordado tres veces (por lo menos) que su padre ha hecho una reserva en un restaurante del puerto para que todos almorcemos allí y así presentarme formalmente a su familia y a sus amigos.
     -Allí estaré, prometido. Vamos, te acerco a casa – intenta hablar, pero le coloco un dedo en los labios, impidiéndoselo -. Y no me digas que vas a coger un taxi, porque no.
     -Vaaaale – se resigna.
     Coge su mochila, se la cuelga del hombro y la llevo a su casa

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora