CAPÍTULO 35

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Can.

Cuando entramos en el mercado de las especias de Estambul, un sinfín de aromas golpea con fuerza mis fosas nasales, y es tan intenso y delicioso que creo que empiezo a salivar.
El mercado, también conocido como Bazar Egipcio por su antigua relación comercial con Egipto, se encuentra situado en el barrio de Eminönü, a pocos metros del Puente Gálata (que cruza el conocido Cuerno de Oro), en la parte antigua de la ciudad. Estambul era la última parada comercial de las especias que venían de la India y pasaban por Egipto, y desde aquí se distribuían por toda Europa. El bazar fue construido por Hatice Turhan, la madre del emperador Mehmed IV en 1660, aproximadamente, junto a la Nueva Mezquita con el objetivo de mantenerla económicamente. Tiene ochenta y seis tiendas y es el segundo mercado más grande de toda la ciudad, después del Gran Bazar. Yo he venido una cuantas veces, sobre todo por el té y el café. No hay mejores en toda la ciudad. Otra de las cosas buenas que tiene este sitio aparte del ambiente, la decoración y los buenos productos, son los alrededores. La Nueva Mezquita está justo al lado, además de un parque con algunas terrazas pintorescas y puestos de comida, aves, flores y demás. Es un buen sitio para pasar el rato.
Faith camina delante de mí sin soltarme la mano y vamos directamente a los puestos en los que va a comprar porque, sorprendentemente, conoce a cada unos de los vendedores, quienes se alegran mucho de verla. Le hago un par de fotos sin que se dé cuenta mientras habla con los dependientes y comprueba la calidad de los productos. Es tan preciosa y buena con todo el mundo, que me sorprende que no le hayan hecho un monumento ya. Y, además, hoy está guapísima: lleva unos pantalones cortos negros un poco deshilachados, una camiseta de manga corta de color mostaza con dibujos de perros y unos deportes también negros con partes metalizadas, los mismo que usó cuando fuimos al pub. El tatuaje que tiene en el muslo con la cara de su perro se ve a la perfección y los de sus brazos también, salvo algunos que quedan parcialmente cubiertos por la tela de la camiseta. Tiene el pelo suelto y lleva algunas pulseras de tela en las muñecas y un par de anillos. Absolutamente increíble.
-Hola, señor Sureyya – saluda a un señor mayor, canoso y con barba que se encuentra en un puesto de especias muy coloridas.
-¡Señorita Faith, niña mía, cuánto tiempo! – exclama el hombre, saliendo del puesto y abrazándola como saludo -. ¡Qué preciosa estás! ¿Qué te pongo, lo de siempre?
Faith asiente con una sonrisa.
-Sí, y añada también pimienta roja – le pide Faith.
El señor Sureyya coge unas cuantas bolsas y empieza a echar especias: tomillo, azafrán, vainilla, canela, cardamomo (que no tengo ni idea de lo que es, pero que huele de maravilla), clavo, curry, nuez moscada, comino, pimentón dulce y rojo, albahaca, hierbabuena y laurel. Yo le sigo haciendo fotos a ella, al señor, a las especias y a la decoración del bazar.
-¿Y quién es este muchacho tan apuesto que te acompaña? – le pregunta el señor cuando termina de cerrar la última bolsa.
-Es Can, mi novio – le contesta Faith con una sonrisa.
-Encantado de conocerle, señor Sureyya – le digo al hombre, estrechándole la mano.
-Lo mismo digo, muchacho. Espero que la cuides mucho y la hagas feliz, porque es una chiquilla maravillosa.
-Lo haré – sonrío.
Faith paga las especias, a pesar de que insisto en pagar yo, y nos vamos a otro puesto, esta vez de té. También conoce a la vendedora, una señora morena, bajita y muy risueña que la abraza nada más verla. Compramos té y probamos un par de sabores que la señora insiste y que Faith acaba comprando porque, para qué mentir, el té de manzana y el de frutos del bosque están de muerte.
Compramos café turco en otro puesto que huele de maravilla. Es más, Faith huele, y me da a oler, todos y cada uno de los granos hasta que encuentra el que quiere. También compra castañas, nueces, almendras y avellanas; deliciosos dulces que probamos antes de comprarlos, a cual más rico y algunos jabones aromáticos de mango, lima y frambuesa. También compramos y comemos delicias turcas de todos los sabores y nos bebemos un té más cuando terminamos de comprarlo todo. Y yo aprovecho para seguir haciéndole fotos en cada buena ocasión que encuentro. Creo que ni siquiera se queja porque cree que estoy haciendo fotos del bazar y no de ella.
Le propongo a Faith guardar las bolsas en el coche para que no nos molesten y cuando lo guardamos todo (incluida mi cámara), vamos a los puestos de comida que están alrededor del bazar. Ambos nos hemos quedado un poco llenos con todos los dulces que hemos comido dentro, pero siempre queda sitio para un poco más.
-Yo no tengo mucha hambre, pero un helado sí me comería, porque estoy por deshidratarme del calor que tengo – dice, abanicándose con la mano. El gesto me hace entrar en calor .
Yo me quito la camisa y me la ato a la cintura, quedándome en mangas cortas. Sí que hace calor, sí. Y no solo por la temperatura.
-Pues un buen cucurucho entonces. Invito yo – me adelanto -. Sin reproches – añado cuando veo que Faith quiere poner pegas -. ¿Chocolate y fresa? – le pregunto y ella asiente -. Vuelvo enseguida, mi amor – le beso los labios y le digo que se siente en el banco que está libre, mientras yo voy a por los helados.
Pido una tarrina mediana (porque no hay cucuruchos) para Faith de chocolate y fresa y una de frutas del bosque para mí. No tengo un sabor favorito, me gustan todos. Así que hoy cae este. Pago ambos helados y al ver que Faith está entretenida mirando su móvil, camino hasta el puesto de flores que hay a unos metros y compro un par de rosas rojas preciosas para ella.
-¿Son para tu novia? – me pregunta la dependienta -. Lo digo por las dos tarrinas de helado.
-Sí – me río -, son para mi novia. ¿Ve a la chica de pelo rizado con los pantalones cortos negros que está sentada en aquel banco? Pues es ella.
-Es muy linda – envuelve las rosas y se las pago antes de cogerlas -. Espero que las disfrute y que ambos seáis muy felices, hijo.
-Gracias – le sonrío y le deseo un buen día.
Vuelvo al banco donde Faith está sentada y cuando ve las rosas, un adorable sonrojo cubre sus mejillas. Me encanta hacerla sonrojar. Provoca tanta ternura que me entran ganas de morderle los mofletes.
-¿Son para mí? – señala las rosas.
Asiento.
-Sí, son para la chica más guapa, maravillosa y perfecta de todo el mundo – se las doy y ella me dedica una sonrisa genuina. Sus ojos brillan como dos luceros y se lanza sobre mí para darme un cálido beso en los labios -. Voy a plantearme comprarte flores más a menudo si vas a darme esos besos.
Faith suelta una risa nerviosa y me da las gracias cuando le doy la tarrina de helado. Coge la cuchara con sus preciosos y finos dedos y empieza a comérselo.
-¿Por qué no me has dejado ver las fotos que has hecho? – me pregunta cuando lleva la mitad del helado. Me lo ha pedido como quince veces y le he dicho que no podía verlas.
-Es una norma que tengo. Nadie puede verlas hasta que las prepare – contesto, terminándome la tarrina y tirando el envase a la papelera que está al lado del banco.
-Pero soy tu novia – reprende.
-Pero es una norma – zanjo el tema -. Bueno, ¿qué te apetece hacer ahora? ¿Vamos a mi casa a ver una película? Mi hermano no llegará hasta tarde, así que podemos estar tranquilos y luego podemos preparar la cena. Y ya después te llevo a casa.
Faith se lo piensa durante unos segundos y finalmente accede. Así que se termina el helado de camino al coche y tira la tarrina a otra papelera que encuentra. Durante el camino a casa le manda un mensaje a su madre diciéndole que llegará tarde a casa, a lo que su madre le contesta que se divierta.
Al llegar a casa, abro el portón metalizado y aparco el coche en el porche. Le digo a Faith que deje las bolsas en el coche y entramos en casa. Suelto las llaves en la mesita del recibidor y vamos al segundo salón de la casa. Es más íntimo y relajado.
-¿Qué te apetece ver? – me pregunta Faith, sentándose en el sofá.
Me encojo de hombros.
-Elige tú.
-¡Siempre me dices lo mismo! – se queja -. ¿Qué pasa si elijo una película que no te gusta?
-Pues que la veré con gusto porque te gusta a ti – contesto, haciendo que una preciosa sonrisa que marca su hoyuelo se forme en sus labios.
-¿Te he dicho ya que eres un novio maravilloso? – no deja de sonreír y eso hace que yo también sonría.
-Me esfuerzo por serlo – le beso los labios -. Elige la película mientras yo preparo un poco de té, ¿de acuerdo? – Faith asiente -. Vuelvo enseguida.
Le doy otro beso y voy a la cocina. Preparo el té y cuando está listo cojo dos vasos y los lleno haciendo las particiones de agua y té pertinentes. Luego coloco los vasos en dos platitos y los llevo al salón, donde Faith está sentada en el sofá sin zapatos y con las piernas cruzadas encima del sillón. Tiene la película en pausa, esperando a que yo llegue. Tiene la cabeza apoyada en el respaldo y aprovecho para besarle la frente.
-¿Ya has elegido? – le doy su té y me siento a su lado.
-Sí – le da un sorbo al vaso -. Mmm... - jadea, cosa que a mi entrepierna y a mí nos encanta -. Me encanta el té.
La veo volver a beber y me quedo embobado en la forma en que sus labios rodean el filo del vaso.
<<Joder, tengo que dejar de fantasear tantas guarradas>>, me digo, quitándome de la cabeza las imágenes no aptas para menores de dieciocho que vagan por mi cabeza y que hacen que una erección un tanto incómoda se forme en mis pantalones. <<Aún no hemos pasado de los besos y algún que otro toque, pero eso no quita que esté a punto de estallar del deseo que me hace sentir>>.
Carraspeo, acallando mis pensamientos.
-¿Qué película has elegido? – intento calmarme.
-El Último Mohicano. Es una de mis películas favoritas – contesta, cogiendo el mando y poniendo en marcha la película.
-A mí también me parece muy buena – contesto con una sonrisa.
Ambos nos acomodamos en el sofá y nos acurrucamos mientras vemos la película y bebemos té. La película relata la historia de los tres últimos hombres pertenecientes a la tribu de los Mohicanos durante la guerra entre los ingleses y los franceses por colonizar la zona. El protagonista, Nathaniel, es el hijo y hermano adoptivo de los dos últimos mohicanos de la tribu. Nathaniel se enamora de Cora, la hija mayor de un general inglés y viven una apasionada historia de amor. El final es un tanto agridulce, ya que Uncas, el hermano mohicano del protagonista muere a manos del jefe de una tribu enemiga aliada de los franceses. Pero el padre se venga matándole, de ahí el título El último Mohicano, porque el padre de Nathaniel es el último que queda.
Faith se pasa la mayor parte de la película haciendo comentarios que me hacen reír, sobre todo cuando maldice a Mawua, el jefe de la tribu enemiga y dice un 'que te den, por capullo' cuando muere. Cuando la película termina, los sollozos de Faith llaman mi atención y, puesto que está abrazada a mí, necesito alejarme un poco para mirarla.
-¿Por qué lloras, mi amor? – le pregunto, preocupado.
-Porque esta banda sonora siempre me hace llorar – solloza y se limpia las lágrimas con el dorso de la mano.
Una sonrisa tierna se forma en mi boca.
-Eres absolutamente adorable, ¿lo sabías? – suelta una risita y otra lágrima se escapa de sus ojos, la cual consigo interceptar a tiempo y la retiro con el pulgar -. Ven aquí.
Le sujeto la mejilla y cubro su boca con la mía. Todo comienza con un beso inocente, pero poco a poco nuestros labios se mueven al compás de los del otro y nuestras lenguas se acarician con dulces y tentadores movimientos. Faith coloca su mano en mi mejilla y yo bajo la mía hasta su cintura y la introduzco bajo su camiseta, clavando los dedos en su piel morena y cálida. El deseo me recorre las entrañas a una velocidad celestial y le muerdo el labio con pasión y tiro de él, haciéndola gemir en mi boca. Joder, necesito tocarla, sentir su piel contra la mía, saborearla, unirme a ella. Nos tumbamos en el sofá y quedo encima de su cuerpo. Su mano se ancla en mi cuello y tira de mi pelo, produciéndome sensaciones que jamás he sentido. El corazón me late a mil por hora y la erección de mi entrepierna crece más y más por segundos. Le agarro el muslo desnudo y lo acaricio de arriba abajo, mientras bajo los besos por su mandíbula y sigo por su cuello, lamiendo y mordiendo cada porción de su piel, mientras ella jadea. Subo la mano hasta el botón de su pantalón, pero cuando estoy a punto de desabrocharlo, Faith me agarra la mano y me detiene.
-Espera, espera – me pide con la respiración agitada, los labios hinchados y rojos y los ojos nublados de deseo.
-¿Qué pasa? – le pregunto de la misma forma -. ¿No te apetece?
-No es eso, es que... - traga saliva y se toca el pelo, nerviosa -, eres mi... primer novio, eso lo sabes – asiento y sonrío por la alegría que me da ser el primer hombre al que le da la oportunidad de salir con ella -. Lo que quiero decir es que yo nunca he... - se encoge un poco, algo avergonzada.
-Ahhh, comprendo – asiento -. Quieres decir que nunca lo has hecho antes – asiente con la preocupación brillando en su mirada -. ¿Y por qué te preocupa eso? No es malo, ni vergonzoso, mi amor. A mí me encanta la idea de que ningún capullo te haya tocado nunca.
-¿De verdad? Es que no sé... a veces la gente se burla por lo haberlo hecho.
Hago un gesto, quitándole importancia al asunto, y le acaricio el pelo rizado con delicadeza.
-Pues a mí más bien me da morbo saber que puedo tener el privilegio de ser el hombre que te enseñe las maravillas del sexo – mis palabras la hacen sonrojarse y reírse a medias -. No tienes que preocuparte por nada. Esperaré el tiempo que necesites hasta que te sientas preparada – le digo totalmente convencido, porque lo estoy, a pesar de que me está empezando a doler la erección que tengo en los pantalones -. Y no quiero que te adelantes ni te sientas presionada por creer que yo lo necesito, ¿de acuerdo?
Faith asiente y luego se lanza a abrazarme. Yo le rodeo la cintura con una sonrisa y aspiro el aroma a vainilla de su piel y el de frutos silvestres de su pelo. ¡Qué delicia!
-¿Por qué eres tan bueno, Can? – pregunta aún abrazándome.
-Porque lo eres todo para mí, Faith – le contesto, besándole la piel desnuda del cuello -. Te quiero mucho, muchísimo, mi vida.
Siento como su piel se eriza ante mis palabras y como respuesta, me besa la mejilla una y otra vez y me acaricia el pelo y la barba con mimo.
-Yo te quiero más, Can Doğan – me encanta que me llame por mi nombre completo.
-No, yo más – refuto.
-No, yo mucho más – sigue ella.
-Imposible, soy nueve años mayor que tú, te saco al menos quince centímetros y soy más grande. Me cabe más amor dentro que a ti.
Faith suelta una carcajada que me sabe a cielo y yo sonrío.
-¡Eso no tiene ningún sentido! – exclama sin dejar de reírse.
-¡Claro que lo tiene! Es ciencia pura y dura.
-Te lo estás inventando, y lo sabes – me dice, señalándome con el dedo.
Le muerdo la yema del dedo de forma juguetona y ella se ríe, haciéndome reír a mí también.
Decidimos ver otra película después de un rato de risas y bromas, esta vez de comedia. Una vez termina, estamos tan hambrientos, que decidimos preparar algo para comer. Así que nos metemos en la cocina y saco todo lo que necesitamos para cocinar. Faith me pide que trocee la cebolla, mientras ella se encarga de cortar todo lo demás y preparar el pollo que ha sacado de la nevera. La cebolla pica como su puta madre y en menos de dos minutos tengo los ojos lacrimosos y me escuecen como si me hubieran echado spray pimienta.
-¿Estás bien, cariño? – me pregunta Faith preocupada cuando me ve llorando.
-Pica – sorbo los mocos y me restriego los ojos con el dorso de la mano -. Puta cebolla – sollozo, mientras termino de picar la cebolla.
Faith coge un trozo de papel de cocina y me limpia las lágrimas con cariño.
-Será mejor que vayas a echarte un poco de agua en los ojos, o el picor no se irá. Yo termino esto, tranquilo – me dice.
Le digo que vuelvo enseguida y me voy al baño, donde me echo bastante agua en los ojos, cosa que me alivia mucho el escozor, y me recoloco el pantalón unas cuantas veces, porque para mi desgracia la erección sigue ahí. ¿Que cómo aguanto tanto? Porque tengo un nivel de autocontrol increíble y porque lo que menos quiero es que Faith se sienta presionada.
Cuando vuelvo a la cocina, me encuentro a Faith removiendo la comida, mientras canta la canción Keep the faith de Bon Jovi en un tono bajito. Gracias a esa canción sus padres se conocieron, se enamoraron y le pusieron el nombre a ella. Las bonitas casualidades que tiene la vida.
Pongo la mesa mientras Faith termina la cena y cuando todo está listo nos sentamos a cenar. La carne que Faith ha preparado está tan buena que podría gritar del gusto. Después de cenar y recoger la mesa, nos tumbamos en el césped y nos abrazamos, mientras nos acariciamos el uno al otro. Yo tengo el brazo izquierdo extendido bajo su cabeza para que esté cómoda y con el otro le acaricio la cara, los brazos y la cintura.
-Deberías llevarme a casa ya. Es tarde – me dice con voz suave, después de comprobar la hora en su reloj.
-Quédate a dormir – le pido en un susurro, acariciándole la cintura con los dedos.
Ella me acaricia la barba y sonríe levemente mirándome a los ojos con la mirada brillante. Luego se apoya en el codo para incoporarse un poco y se ajusta las gafas.
-No puedo quedarme. No tengo ropa ni nada que ponerme – me contesta.
-Puedes ponerte algo mío.
-Ni tampoco tengo ropa interior, ni la funda de los dientes, ni nada. Y tengo que llevar lo que he comprado a casa – sigue diciendo -. ¿Qué te parece si me quedo el fin de semana que viene?
Me muerdo el carrillo, pensativo.
-Pero te quedas todo el fin de semana – le pido -. ¿Prometido?
-Prometido – sonríe.
Me incorporo y le beso los labios, para luego levantarme y tenderle la mano.
-Pues vámonos, entonces.
Faith coge mi mano y la ayudo a levantarse. Luego coge su bolso y salimos de mi casa para llevarla a la suya. Cuando vuelvo lo único que puedo hacer es darme una buena ducha de agua fría para calmar mis hormonas.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora