CAPÍTULO 65

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Can.

El avión en el que Faith y yo vamos subidos aterriza en el aeropuerto de Nápoles a las doce y veinte de la mañana. Faith va tan ilusionada cuando desembarcamos que no puedo evitar sonreír como el bobo enamorado hasta la médula que soy.
     Ya estamos casi a finales de octubre y a Faith le quitaron la escayola de la mano hace unas semana. Lo primero que hizo en cuanto llegó a su casa fue meterse en la cocina a cocinar todo lo que no ha podido, a pesar de que su madre le insistiera en que se lo tomara con calma para no hacerse daño de nuevo. Y yo, por mi parte, convencí a Miriam y a Jesús de que dejaran que Faith viniera conmigo a Nápoles y compré los billetes de avión para ambos antes de llamar a Enrico y decirle que iba a ir a verlo en compañía de mi novia. Cuando le dije que había roto con Pembe y que estoy enamorado hasta el tuétano de otra mujer, casi no se lo creía, aunque se ha alegrado mucho. Nunca ha tragado a Pembe. Pero estoy seguro al doscientos por cien de que adorará a Faith en cuanto la conozca, al igual que todo el mundo.
     Cojo mi maleta y la de Faith de la cinta transportadora y salimos agarrados de la mano y arrastrando las maletas por la terminal de aeropuerto.
     -¡Qué guay, estamos en Nápoles! – chilla Faith, emocionada.
     Yo sonrío ante su entusiasmo y la atraigo hacia mi cuerpo para darle un beso en los labios que ella corresponde metiéndome la lengua en la boca. Esa lengüita juguetona me hace perder la cordura cada cinco segundos.
     -¡Reservad algo para esta noche, mandriles! – una inconfundible voz se burla en italiano a nuestro lado y cuando me separo de Faith y levanto la cabeza me encuentro a Enrico delante de nosotros, acompañado de Mariella, su novia -. ¡Dichosos los ojos, compañero! ¡Ya pensaba que no te veía este año!
     Enrico es un hombre de veintinueve años, alto, pelo castaño claro casi rubio, ojos verdes, delgado y con una sonrisa y un sentido del humor increíbles. Mariella, por su parte, es una chica un poco más bajita que Faith, con el pelo oscuro y liso, ojos azules, simpática por naturaleza y un piercing en la nariz. La verdad es que es una mujer muy atractiva, pero no puede compararse con Faith ni por asomo.
     -¡Enrico! – me separo de Faith y me acerco a mi amigo para darle un fuerte abrazo entre risas -. ¿Qué hacéis aquí? Hola, Mariella – saludo a su novia con otro abrazo.
     -Hola, Can – saluda ella con una sonrisa.
     -Me dijiste a la hora que llegabas, así que he preguntado a qué terminal llegaba el avión para recogeros. No creo que quieras coger un taxi hasta tu piso, porque está en la otra punta de la ciudad – me comenta Enrico.
     <<Bien pensado>>, me digo.
     -Eres listo, chaval – bromeo.
     -Por eso soy tu amigo – ambos nos reímos.
     Luego mira a Faith, quien nos observa con una tierna sonrisa en la boca. Yo le hago un gesto para que se acerque y le rodeo la cintura con el brazo cuando se coloca a mi lado.
     -Enrico, Mariella, esta es Faith, mi novia. Cariño, este son Enrico, y Mariella, su novia – los presento.
     -Encantada de conoceros – contesta mi amor en un italiano perfecto.
     Desde que le propuse venir he estado ayudándola un poco con el idioma. Es española, así que no le ha costado mucho cogerle el tranquillo, más que nada porque son idiomas muy parecidos y a ella se le dan bastante bien.
     -Igualmente, Faith – contesta Mariella, acercándose para darle dos besos en las mejillas.
     -Me dijiste que era una monada, pero no creí que tanto, Can – comenta mi amigo.
     Las palabras de Enrico hacen que las mejillas de Faith se sonrojen un poco, cosa que a los tres nos provoca una ternura increíble, y yo acabo apretujándola contra mi pecho y llenándole la cara de besos.
     -¡Para, Can! – se ríe y luego se recoloca el flequillo rizado para que no le tape los ojos.
     Mariella y Enrico sonríen.
     -Dios, mi colega está enamorado, ¡por fin! – Enrico lleva los brazos al aire.
     -Imbécil – me burlo, dándole una colleja.
     Empezamos a caminar por las afueras de aeropuerto y llegamos a su coche, un audi blanco muy bonito. Faith y yo metemos las maletas en el maletero y yo me siento en el asiento del copiloto, al lado de Enrico, mientras las chicas van detrás.
     -¡Vamos, no me puedes negar que con Pembe no pegabas ni con cola, Can! – insiste Enrico, conduciendo.
     -La verdad es que no – reconozco, y menos mal que me di cuenta.
     -Era demasido estirada para ti, Can – habla Mariella.
     -Veo que tampoco os cae muy bien – interviene Faith.
     -Para nada. Nos caía como una patada en el estómago. Siempre presumiendo de que iba a casarse con Can, de lo buena que era en su trabajo… - le cuenta Mariella -. ¿Tú tampoco la soportas?
     -Lo mío es más bien aborrecimiento intenso – aclara -. Y es mutuo, además. Pero prefiero no hablar de ella, porque me pongo enferma.
     Alargo la mano hacia atrás y le acaricio el gemelo con cariño por encima del vaquero oscuro. Ella entrelaza sus dedos con los míos y me acaricia el dorso con el pulgar. No hemos vuelto a hablar de Pembe desde que arreglamos el percance sufrido la noche del puñetazo, y sé que hablar de ella la pone furiosa. A mí también me cabrearía si fuera a la inversa.
     No volvemos a mencionar a Pembe durante el resto del camino y, cuando llegamos a la calle donde se encuentra mi piso, Enrico nos dice que dejemos las maletas y que él y Mariella van a coger mesa en el restaurante del final de la calle para almorzar. Así no tenemos que volvernos locos luego para saber dónde vamos a comer. Cojo las maletas, a pesar de que Faith insiste en cargar con la suya, y le digo a Enrico que no tardaremos más de veinte minutos en ir.
     -¿A qué piso vamos, Can? – me pregunta Faith cuando subimos al ascensor.
     -Cuarto – contesto.
     Ella pulsa el botón plateado, el cual se ilumina, y el ascensor asciende. No tardamos más de diez segundos en llegar. Las puertas metálicas se abren con un sonido melódico y dejo que Faith salga primero.
     -Derecha – le indico.
     Ella camina en la dirección que le digo y se coloca delante de la puerta del apartamento que compré hace unos años. Tenía clarísimo que quería venir siempre que pudiera para ver a algunos amigos y pasar tiempo aquí. Y qué mejor para eso que tener tu propia casa. Dejo las maletas en el suelo y me saco las llaves del bolsillo derecho de los vaqueros. Cojo la llave perteneciente a la puerta y la introduzco en la cerradura. La puerta se abre con un ‘clic’ y dejo que Faith pase primero.
     -Vaya, es precioso, Can – sonríe Faith, recorriendo el apartamento con la mirada.
     El apartamento no es muy grande, pero es bastante acogedor. Tiene dos habitaciones, un baño enorme, un bonito salón, una cocina bastante aceptable y un balcón con terraza desde la que se puede ver el centro de la ciudad.
     -No está mal – cierro la puerta con el pie y suelto las maletas en el suelo -. Ven, que te lo enseño.
     Tiro de su mano y la llevo por el apartamento. Le enseño el baño con jacucci, la cocina con barra, la terraza, la habitación de invitados, el salón-comedor y el dormitorio principal, es decir, nuestro dormitorio.
     -¿Aquí vamos a dormir? – me pregunta, dejándose caer en el colchón -. ¡Qué blandito! – estira los brazos.
     Sonrío y, acto seguido, me tumbo a su lado, boca abajo. Le rodeo la cintura con el brazo derecho y apoyo la cabeza en su pecho. Faith me rodea el cuello con su brazo y me acaricia la nuca con sus finos dedos. Que me acaricie así me relaja mucho y me pone la piel de gallina a partes iguales.
     -Tú y yo solos durante todo el fin de semana – digo -. No tendrás que preocuparte por si alguien te escucha gemir.
     -Cochino – se carcajea ella.
     -Te encanta, y lo sabes – me incorporo y la miro con ojos divertidos y una sonrisa lasciva en la boca.
     -Sólo un poquito – sonríe.
     Me inclino hacia sus labios y los cubro con los míos en un dulce y húmedo beso. Faith hace puños en mi fino jersey negro y yo le succiono el labio muy lentamente, como sé que le gusta. Ella suelta un gemido que me hace plantearme dejar plantados a Enrico y Mariella para devorarla sin piedad.
     -¡Mierda, no he avisado a mi madre! – exclama, empujándome para que la deje levantarse.
     Corre hasta su mochila y saca el móvil del bolsillo delantero para marcar el número de su madre y hablar con ella.
     -Hola, mamá – dice -. Sí, ya hemos llegado al piso de Can. Ahora vamos a ir a almorzar con su amigo – le cuenta paseándose por la habitación. Esa es otra de sus tantas costumbres. Rara vez puede hablar por teléfono de pie quieta, siempre tiene que estar en movimiento -. Pues… supongo que luego daremos un paseo por la ciudad o algo. Sí, te mandaré fotos, tranquila – se rasca la pierna por encima del vaquero.
     Hoy está preciosa. Lleva unos vaqueros negros, una sudadera blanca con dibujos negros y unas deportivas también blancas.
     Me la como con los ojos, tumbado en la cama, y cuando se despide de su madre y le dice que la llamará por la noche, cuelga y guarda el móvil de nuevo.
     -¿Nos vamos ya? Tengo hambre – se soba el estómago y suspira de forma dramática.
     Asiento y me levanto de la cama. Le doy un beso en la mejilla y entrelazo nuestros dedos para salir de la habitación. Luego desharemos las maletas. Faith se cuelga su inseparable mochila de cuero negra en los hombros y yo me coloco las gafas de sol una vez más.
     Una vez salimos del apartamento y del bloque, caminamos abrazados por la acera. Faith admira la calle que, no es de las más bonitas de la ciudad, pero siempre hay mucha gente paseando, puestos de comida, flores y algunos bancos muy bonitos de colores en los que sentarse a pasar el rato.
     ‘La breve vita’ es un bonito y pintoresco restaurante al final de la calle, donde Enrico y Mariella ya nos están esperando sentados en una mesa al fondo del establecimiento.
     -Ya estamos aquí – digo, sentándome en una silla, frente a Enrico.
     Faith se sienta a mi lado, quedando frente a Mariella, quien le sonríe amablemente. Presiento que van a ser buenas amigas.
     -Bueno, ¿qué os apetece comer, chicos? ¿Alguna preferencia? – nos pregunta Enrico, pasándonos las cartas.
     -Yo, mientras sea comestible, me conformo con lo que sea – contesta Faith.
     Enrico y Mariella se ríen a causa de su comentario y luego nos miran con ternura al ver que a mí se me cae la baba con ella.
     -No quiero ser entrometida – comienza Mariella -, pero ¿cómo os conocisteis?
     -Eso – interviene Enrico -. Me dijiste que estabas enamorado, pero no me comentaste nada sobre cómo os conocisteis, ni nada de eso, Can.
     -Pues… nos conocimos en el cumpleaños de Ömer, ¿te acuerdas de él? – le digo.
     -Sí, claro. ¿Recuerdas a Ömer, verdad, cielo? – le pregunta a su novia, y ella asiente.
     -Así que eres amiga de Ömer – presupone Mariella.
     -Algo así. Me crié con él y su hermana Azra. Ella y yo siempre hemos estado juntas en el colegio y en el instituto desde que me mudé desde España.
     Los dos entrecierran un poco los ojos.
     -Entonces… ¿cuántos años tienes? – pregunta Ömer.
     -Cumplo veinte en diciembre – contesta ella, soltando la carta encima de la mesa.
     -Pues nunca lo habría dicho. Pensaba que eras mayor – dice Enrico, alucinado.
     -Es mi niña bonita – le rodeo los hombros con el brazo y le doy un sonoro beso en la mejilla.
     Faith sonríe y esta vez es ella quien me besa la mejilla a mí, para luego acariciarme la barba y decirme lo guapo que soy. Es adorable.
     El camarero llega para tomarnos nota y pedimos. Pedimos vino y algunos entrantes con quesos, y luego pedimos un plato para cada uno; Faith y yo pedimos rissotto, y Enrico y Mariella piden lasaña y carpaccio.
     Mientras esperamos a que nuestra comida llegue, Enrico y Mariella nos pregutan cómo surgió nuestro amor, cuánto tiempo llevamos juntos y qué planes tenemos de cara al futuro. La respuesta a la última pregunta es sencilla: estar juntos durante el resto de nuestras vidas. Faith entrelaza nuestras manos cuando digo eso y me dedica una sonrisa tan bonita y brillante que no puedo resistirme a darle un beso en los labios. La quiero tanto.
     Cuando llegan nuestros platos, almorzamos entre risas y anécdotas que Enrico cuenta sobre nuestros años en el internado, en los que hacíamos bromas a otros alumnos, nos sartábamos clases para jugar al baloncesto y yo partí las primeras narices. Faith también le pregunta por los inicios de su relación con Mariella, que también comenzó en el internado, y comenta lo bonito que le parece que sigamos siendo tan buenos amigos después de casi once años desde que dejamos el internado.
     -¿Os apetece dar un paseo por la ciudad? – nos pregunta Enrico, cuando pedimos la cuenta.
     -¿Te apetece, amor? – le pregunto a Faith.
     Ella asiente con entusiasmos.
     -Pago yo – me saco la cartera del bolsillo cuando el camarero trae la cuenta.
     -Ni, hablar, Can – se niega Enrico -. Sois los invitados, y pago yo.
     -Que no, Enrico – insisto.
     -Que sí, pesado. Mañana invitas tú. Y no hay más.
     Suspiro.
     -Bueeeeeeno, vale – me guardo de nuevo la cartera en el bolsillo.
     Una vez mi amigo paga la cuenta, las chicas van un segundo al baño, y yo le digo a Enrico que voy a ir al apartamento a por mi cámara. Si vamos a pasear por la ciudad quiero hacer buenas fotos.
     Corro hasta el apartamento, cojo mi cámara y cuando llego de nuevo al restaurante ya están esperándome en la puerta. Puesto que sólo vamos a estar aquí hasta el domingo (hoy es viernes), propongo que vayamos al centro histórico de la ciudad. Aparcar el coche por allí es un suplicio, así que decidimos ir andando y ver todo el recorrido que hagamos. Hay calles muy bonitas, plazas preciosas y rincones dignos de visitar.
     Abrazo a Faith contra mi pecho y comenzamos a caminar en dirección al centro histórico. Cruzamos la preciosa Plaza Bellini, donde hago algunas fotos, y seguimos por la Vía del Tribunal. Paseamos por calles cercanas y visitamos algunos monumentos que nos cogen cerca, como la Plaza del Presbicito, la Vía Toledo, la Basílica de San Lorenzo Maggiore, la Piazza Dante y el Túnel Borbónico. Necesitamos coger algún que otro taxi para llegar más rápidamente a los sitios y, aunque terminamos agotados, la tarde merece totalmente la pena, tan sólo por ver el entusiasmo plasmado en la cara de Faith y la sonrisa que me dedica cada pocos segundos.
     Hago fotos de cada calle por la que pasamos y le hago a Faith todas las que puedo y más. Se las hago posando, caminando como si tal cosa, sonriendo, seria, haciendo fotos que le envía luego a su madre, hablando con Mariella, saludando a otras personas que nos cruzamos y a las que no conocemos de nada, pero con las que ella entabla conversación como si nada. Es una de sus grandes virtudes: consigue que todo el mundo se sienta cómodo a su lado y hable con ella como si la conocieran de toda la vida.
     -Mañana podemos ir a ver las ruinas de Pompeya y el Vesubio – le propongo a Faith, rodeándole la cintura con el brazo.
     -¡Sí, siempre he querido ir! – contesta ella, sonriendo.
     -¿Os apuntáis? – le pregunto a Enrico.
     -Claro, tío. Yo contigo, al fin del mundo. Podemos recogeros por la mañana, desayunamos algo y vamos para allá – sugiere, abrazado a Mariella.
     -Podemos echar la mañana allí, descansar un poco por la tarde y luego salir a algún sitio por la noche. Faith no puede volverse a Estambul sin salir de fiesta en Nápoles, Can – interviene Mariella.
      A Faith y a mí nos parece una idea estupenda y decidimos quedar temprano para aprovechar bien el día.
     Una vez llegamos a la puerta del restaurante en el que hemos almorzado, Enrico y Mariella se despiden de nosotros y nos vuelven a recordar que mañana nos recogerán para ir a Pompeya y caminan en la dirección contraria, en busca de su coche. Por nuestra parte, Faith y yo nos dirigimos al apartamento. Sin embargo, recordamos que no hay nada en la nevera, así que nos pasamos por un supermercado que hay al otro lado de la calle y compramos algunas cosas.
     -Cocino yo – dice Faith en cuanto entramos en el apartamento -. Dúchate mientras tanto, si quieres.
     -¿No necesitas ayuda? – niega con la cabeza y sonríe después de darme un beso en la boca -. De acuerdo, pues vuelvo en cinco minutos – le beso la mejilla -. Te quiero.
     -Yo más – sonríe de nuevo.
     <<Me comería esa sonrisa>>, pienso, sintiendo ese característico cosquilleo en el estómago que experimento cada vez que sonríe.
     Me meto en el baño y cierro la puerta. Enciendo la ducha y dejo que el agua corra mientras me quito la ropa. Me suelto el pelo y me meto bajo el chorro de agua caliente. El agua me recorre el cuerpo y cierro los ojos, relajándome. Me habría encantado que nos hubiéramos duchado juntos, pero sé que habríamos acabado follando contra la pared de azulejos y eso ella lo sabe. Luego habríamos pasado de cenar para irnos a la cama y seguir y mañana pareceríamos zombis.
     Sonrío al escuchar It’s my life de Bon Jovi sonar y me imagino a Faith, tan hermosa y dulce, cantando y bailando en la cocina.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora