CAPÍTULO 66

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Faith.

Remuevo el contenido de la sartén, donde estoy preparando una salsa a base de aceite, vino, algunas verduras y especias, para los muslos de pollo con patatas en rodajas que se están haciendo en el horno. La cocina no es tan inmensa como la de la casa de Can en Estambul, pero es lo suficientemente grande como para moverse con comodidad y tiene todo lo necesario para que sea perfecta. No puedo pedir más.
     La canción que estoy escuchando en mi móvil termina y comienzan a sonar los acordes de ‘Keep the faith’, la canción con la que mis padres se conocieron y por la que me pusieron mi nombre.
     -Mother mother tell your children
That their time has just begun
I have suffered for my anger
There are wars that can't be won – canto, siguiendo la letra de la canción.
     Meneo las caderas, bailando, y cierro los ojos, perdiéndome en la música. Me encanta Bon Jovi, es un grupo increíble. Me crié escuchándolo, aunque no es mi único grupo favorito.
     Unos fuertes brazos me rodean la cintura por detrás y la voz de Can penetra en mis cinco sentidos.
     -Bendita la hora en que tus padres fueron a ese concierto – ronronea en mi cuello y luego me besa.
     Mi hombro se enfría un poco y deduzco que es porque se ha lavado el pelo y lo confirmo cuando me giro. Pero no sólo eso, si no que está en toalla, con el pecho al aire y las gotas de agua cayendo de su pelo y resbalando por su fuerte y moreno pecho.
     << ¡Dios santo bendito del sagrado corazón!>>, chillo en mi fuero interno.
¿Cómo puede ser posible que aún no me acostumbre a lo acojonantemente bueno que está?
     Can se muerde el labio al ver lo embobada que me he quedado en él, sin pronunciar palabra y mirándole como si fuera Zeus descendiendo de las nubes. No, él es más que Zeus. Una sonrisa lobuna se forma en sus labios y se acerca peligrosamente a mí, acorralándome entre su cuerpo desnudo y la encimera.
     -Cuando me miras con esa inocencia me pones muy cachondo, amor – posa sus labios en la comisura derecha de mi boca y me da suaves besos, bajando por mi mandíbula y siguiendo por mi cuello.
     El agua de su pelo moja mi sudadera blanca y su musculoso cuerpo se aprieta contra el mío, presionando su creciente erección contra mi vientre. La excitación empieza a correr por mi venas a la velocidad de la luz y la humedad se instala en mi ropa interior en cuestion de microsegundos. El calor que empiezo a sentir me sofoca y el corazón se me acelera con cada roce que Can me brinda.
     -Can – jadeo cuando clava los dientes en mi piel.
     -Necesito hacerte el amor, Faith – sube los besos hasta mi boca y roza su nariz con la mía, mezclando su aliento con el mío.
     -Pues no te contengas – le rodeo el cuello con los brazos y las mangas de la sudadera se empapan, pero no me importa.
     Can no pronuncia palabra, simplemente me devora la boca como si la vida le fuera en ello y, en cuestión de segundos, estoy desnuda y sentada sobre la encimera, ansiosa por sentirle. Can se despoja de la toalla, corre a coger un condón y después de ponérselo se adentra en mí y me hace el amor salvajemente hasta que el horno pita y ambos nos corremos al unísono.
     Luego le seco el pelo, colocamos la ropa en el armario y yo me ducho en lo que Can pone la mesa y sirve la comida en los platos. Cenamos en el salón viendo una película en la tele y nada más relajarnos, me quedo dormida sobre su pecho. Lo último que recuerdo es sentir cómo sus brazos me llevan hasta la cama y cómo sus labios me dan un beso en la frente.
     Por la mañana no necesito ni que suene la alarma del móvil. Can me despierta a las ocho y media con besos en la cara y canturreándome al oído para que me levante.
     -Cinco minutos más – murmuro con la voz ronca por el sueño, abrazándome a la almohada.
     -Vamos, cariño – insiste Can. Le siento tumbarse a mi lado y me retira el pelo de la cara -. Arriba – me besa la esquina de la boca una vez más.
     Abro los ojos y le miro. Está tumbado boca abajo, con la barbilla apoyada en la mano y el codo sobre el colchón, mirándome con ojos tiernos. Me coloco boca arriba y me incorporo, sentándome, y me fijo en que Can ya está vestido. Lleva un jersey fino negro con el cuello de pico, unos vaqueros gris claro, el pelo recogido en una media coleta y sus inseparables anillos (dos en los dedos corazón y anular de la mano izquierda), pulseras (una de cuero y otra de plata en la mano derecha) y collares (el del ojo de tigre, otro con un candado y el que le regalé del fósil de caracola). Está guapísimo. Siempre lo está, se ponga lo que se ponga.
     Me restriego los ojos con las manos y me recoloco un poco el pelo alborotado para luego darle un beso a Can en la mejilla y levantarme de la cama para meterme en el baño y quitarme la funda. Me levanté de madrugada para ponérmela cuando me desperté para cambiar de postura y me di cuenta de que no la llevaba. Me lavo los dientes y, una vez salgo del baño, cojo las gafas de encima de la mesita de noche y me las pongo. Luego me dirijo al armario y lo abro para sacar la ropa. Dejo sobre la cama un pantalón negro con perlas a los lados, desde la cadera hasta el tobillo, un jersey rosa claro y unas deportivas Puma de color burdeos. Saco un sujetador y me cambio el pijama caletito de nubecitas de colores por la ropa, bajo la atenta mirada de Can, quien no me quita los ojos de encima, sentado en la cama. Luego saco mi estuche de maquillaje y me echo un poco de base, me pinto el eyeline, añado un poco de rímel, un tono no muy llamativo de colorete y un pintalabios burdeos muy mono que me compré hace un par de semanas cuando fui con las chicas de compras.
     -¿Qué haces? – le pregunto a Can, pintándome los labios, cuando le veo apoyado en el marco de la puerta con su móvil apuntando hacia mí.
     -Inmortalizarte en este baño para los restos – contesta con una sonrisa.
     Vamos, que me está haciendo fotos.
     -Por cierto, aún no he visto las fotos que hiciste ayer – guardo todo el maquillaje en el estuche y cierro la cremallera.
     -Ya te lo dije: nadie puede…
     -Verlas hasta que las tengas preparadas – termino la frase por él.
     -Exacto – sonríe -. ¿Ya estás lista? Enrico me ha mandado un mensaje diciéndome que ya están abajo.
     -Sí, cojo mi chaqueta y mi bolso y nos vamos.
     Dejo el neceser en el armario y saco mi chaqueta negra de cuero y un bolso del mismo color. Pensé que lo mejor era traer una chaqueta y un bolso que pudiera combinar con todo. Y qué mejor color que el negro.
     -Lista – le digo a Can.
     Me percato de que se ha colocado unas gafas de estilo aviador con los critales oscuros y un chaquetón negro. Y su cámara de fotos, claro. Qué guapo es, por favor.
     -Pues andando, bombón – entrelaza nuestros dedos y me da un beso en el dorso de la mano -. Te quiero mucho.
     -Y yo a ti, Can Doğan.
     Una vez estamos abajo, nos subimos al audi blanco de Enrico y ponemos rumbo hacia nuestro destino: las ruinas de Pompeya. Paramos a desayunar en una bonita cafetería a las afueras de Nápoles y cuando continuamos con el recorrido, saco mi móvil para mirar un poco Instagram. Y veo la notificación que me ha llegado: ‘@candoğan te ha etiquetado en una publicación’.
     Es la foto que Can me ha hecho esta mañana en el baño. Estoy de perfil, con la barra de labios en la mano, pasándola por mi labio superior, concentrada en el movimiento y ajena a lo que Can estaba haciendo.
     ‘Lo más bonito que me ha dado la vida. Te amo’.
     Al leer la descripción una sonrisa boba se forma en mi boca y el corazón se me llena de amor, si es que puede caberme más. Le doy ‘me gusta’ y escribo: "Tú sí que eres lo mejor de mi vida. Y deja de hacerme fotos a escondidas".
     El teléfono de Can pita al recibir la notificación y cuando lee el comentario, se inclina hacia mí (porque ambos vamos sentados en la parte trasera del coche) y me susurra:
     -No pienso dejar de hacerte fotos jamás.
     Yo rodeo su bíceps con mis brazos y descando la cabeza sobre su hombro, hasta que llegamos.
     Las ruinas de la antigua ciudad de Pompeya son maravillosas. Pompeya era considerada una de las ciudades más importantes del Imperio Romano antes de que el volcán Vesubio entrara en erupción en el año 79 de nuestra era. La cima explotó y el volcán llegó a expulsar miles de toneladas de material por segundo y muchas personas murieron asfixiadas por los gases en cuestión de horas. Y todo eso lo sé, porque Can me lo describe con pelos y señales mientras recorremos las doce hectáreas del yacimiento que hay abierto al público.
     Visitamos el Foro, con su escenario y múltiples columnas, y el lugar donde se les rendía culto a los dioses; el Templo de Apolo, que consiste en una columna jónica con un reloj solar en la cima, evocando a Apolo, dios del Sol; el Orto dei Fuggiaschi, donde se puede comprobar la furia con la que el volcán estalló, al ver los moldes de los cadáveres de trece personas que murieron asfixiadas.
     -Tuvo que ser horrible – murmuro al sentir los brazos de Can en mi cintura.
     -Sí que lo fue – contesta -. Pero es increíble, ¿verdad? – asiento -. Espera, no te muevas – se separa y segundos después escucho el ‘clic’ de su cámara de fotos -. Preciosa. ¿Seguimos?
     -Sí, vamos – me giro y le doy un beso en la mandíbula -. Tu barba me gusta demasiado.
     -Voy a empezar a pensar que sólo sales conmigo por mi barba y mi pelo – le escucho decir en un tono bromista a mis espaldas.
     -Es una de las razones – lo pincho.
     -Muy bonito, ehh – se hace el ofendido y luego se ríe.
     Siento la vibración de mi móvil y lo saco del bolso, viendo que mi madre me está haciendo una videollamada. Descuelgo y su cara aparece en la pantalla.
     -Hola, mamá – la saludo con una sonrisa.
     -Hola, hija – contesta -. ¿Qué tal lo estáis pasando?
     -Muy bien. Ahora estamos viendo las ruinas de Pompeya con los amigos de Can – le comento -. ¿Y vosotros por allí?
     -¡Hola, amiga! – Azra, Damla y Gamze aparecen por detrás de mi madre y saludan con la mano.
     -¡Hola, chicas!
     -Hemos venido a ayudar un poco a tu madre con la tienda – me dice Gamze -. Que no se te olvide traernos algo de Nápoles.
     -Ya pensaba hacerlo – presumo.
     -¿Y Can? – interviene mi madre.
     -Aquí – mi novio aparece tras mi espalda y saluda con su increíble sonrisa -. Faith se lo está pasando en grande aquí.
     -Me alegro mucho, cielo.
     -Seguro que no se se refiere sólo a las visitas por la ciudad – bromea Damla, provocando las risas de las chicas, mi madre y Can.
     -La verdad es que no – le sigue el juego Can.
     -¡Calla ya! – le chillo a mi novio, ganándome un beso y un mordisco en la mejilla por su parte.
     Durante unos minutos más hablo con las chicas y con mi madre sobre lo que estamos viendo, se lo enseño y les pregunto dónde se encuentran los chicos. Damla me dice que Ömer está en la carnicería, Gamze que Engin está trabajando y que después irá a recogerla para ir a su casa (están aprovechando ya que Can y yo no estamos), y Azra que Cihan se ha ido con Mesut porque están preparando juntos un proyecto de clase. También le pregunto a mi madre por mi padr, que está trabajando, y Sam y ella enfoca la cámara hacia mi precioso labrador color chocolate, que se encuentra tumbado en la puerta de la tienda, observando a la gente pasar. Después les prometo a todas mandarles fotos cuando salgamos de aquí y me despido de ellas, no sin antes decirles que Can y yo llegaremos mañana por la noche a Estambul.
     Durante un par de horas seguimos recorriendo la ciudad. Pasamos por Il Lupanare, que es básicamente un antiguo prostíbulo, donde el cliente podía elegir a la mujer que quisiera según la especialidad sexual que había esculpida en cada puerta. También visitamos las antiguas termas (divididas en zonas para hombres y mujeres)  y la Casa del Fauno, que es una enorme casa muy bonita y adornada con una estatua de bronce de un fauno, la cual llama mucho la atención. Para el final dejamos el Teatro Grande y el Piccolo, donde nos hacemos algunas fotos y nos sentamos un rato a admirar las vistas del Vesubio a lo lejos.
     Can hace cientos de fotos de todo y, como siempre, me pide que pose, que sonría, que mire a lo lejos… Me hace algunas con Mariella, con Enrico y le pedimos a una amable señora que nos haga una a los cuatro juntos para tenerla como recuerdo de este magnífico día. Pero no me deja ver ninguna. Sólo la que nos han hecho a los cuatro. Las demás ni olerlas.
     Ahora vamos a comer algo al bonito restaurante que hay dentro del recinto y luego nos volveremos a Nápoles para descansar un poco antes de salir esta noche. No quiero estar agotada. Nos vamos mañana y quiero aprovechar las horas al máximo.
     -Te adora, Faith – me dice Mariella, refiriéndose a Can, cuando él y Enrico se adelantan hablando de sus cosas.
     -Yo también lo adoro a él – sonrío, y puedo apostar a que mis ojos brillan como dos diamantes, como cada vez que hablo de él -. Es el hombre de mi vida.
     -Le conozco desde el internado y siempre ha sido más pasota y despegado con las chicas, incluso con Pembe. Pero contigo es todo lo contrario. No te quita los ojos de encima, está todo el tiempo abrazado a ti y besándote y le brillan los ojos como nunca se los he visto – me cuenta -. Puedes estar tranquila, porque lo tienes bien pillado. Está irremediablemente enamorado de ti, de los pies a la cabeza.
     Un sonrojo me cubre las mejillas al escucharla decir esas palabras y ella menciona lo adorable que soy y lo mucho que la alegra saber que Can está con una chica que realmente merece la pena y por la que de verdad haya perdido la cabeza.
     -A ti también se te ve muy feliz con Enrico – le digo.
     Sus ojos claros se iluminan y sonríe.
     -Sí, es un hombre maravilloso. Me enamoré de él la primera vez que lo vi en el internado. Tenía fama de ligar con todo lo que se movía. Me hice la dura durante casi dos meses hasta que acepte salir con él. No nos hemos separado desde entonces – me cuenta con un tono lleno de amor -. Por ese entonces él y Can ya eran inseparables, y Can se convirtió en uno de mis mejores amigos.
     Sonrío sin separar los labios. Mariella es una mujer adorable, y guapísima, dicho sea de paso. Es un poco más baja que yo, pero tiene un cuerpo increíble, un pelazo largo y liso oscuro, unos ojos azules preciosos y un piercing muy mono en la nariz. Y, bueno, Enrico es lo que Melisa llamaría un pivonazo: alto, pelo castaño claro, ojos verdes, sonrisa coqueta y simpatía natural. Pero no puede compararse a Can, lo siento.
     -¿De qué habláis, guapísimas? – Enrico y Can aparecen frente a nosotros -. Os estáis quedando por detrás.
     -Os estábamos poniendo verdes – contesto, en tono bromista.
     -Eso en su repertorio significa que estaban hablando de lo maravillosos que somos – interviene Can, rodeándome con los brazos.
     Mariella y Enrico se ríen y él le da un beso en la sien, que a ella le ilumina la cara. Son monísimos.
     -¿Podemos ir a comer ya? Tengo hambre – Can usa un tono aniñado y esconde su cabeza en mi cuello, rozando su barba y haciéndome cosquillas.
     -¡Ay! – chillo entre risas -. Sí, vamos ya, que a este paso se me baja el azúcar - bromeo.
     Cuando llegamos al restaurante cogemos una mesa en la terraza superior, cerca de la barandilla para ver Pompeya desde lo alto. Es increíble. Una historia trágica, pero increíble. Almorzamos en abundancia, porque estamos hambrientos y, cuando terminamos y estamos que casi no podemos movernos, hacemos un par de fotos de la ciudad desde aquí y luego Can paga la cuenta, a pesar de que Enrico intenta impedíselo. Sin embargo, como ayer le prometió que la próxima vez pagaba él, Enrico no vuelve a pronunciar palabra cuando Can se lo recuerda. Luego abandonamos el restaurante y salimos del reciento en busca del coche.
     Durante la media hora que tardamos en volver, les envío a mi madre y a las chicas las fotos que les he prometido y subo algunas a Instagram.
     Una vez llegamos a la calle donde se encuentra el apartamento de Can, quedamos en vernos a las diez en un restaurante en el centro para cenar algo antes de ir al pub al que Enrico y Mariella quieren llevarnos.
     -¿Estáis seguros de que no queréis que os recojamos? – nos pregunta Enrico cuando bajamos del coche.
     -Seguro. Cogeremos un taxi, no te preocupes – contesta Can.
     Ya nos han llevado y traído bastante en su coche desde que llegamos. Por coger un par de taxis no nos vamos a arruinar.
     -De acuerdo. Pues nos vemos esta noche – nos sonríe.
     Can y yo nos despedimos y nos damos la vuelta para dirigirnos a la entrada del bloque de pisos. Una vez cruzamos la puerta del apartamento, me lanzo sobre el sofá del salón y lanzo un suspiro de cansancio. Can se sienta a mi lado y yo me muevo en el sofá, y apoyo la cabeza sobre sus piernas. Sus dedo índice me acaricia la cara y repasa mis cejas, mis párpados, mi nariz y sigue por mis labios.
     -¿Quieres dormir un poco? – me pregunta sin dejar de acariciarme.
     -Ahora mismo estoy perfecta – contesto mirándole.
     <<Es tan guapo, tan perfecto y tan todo…>>, pienso.
     Can sonríe y se inclina para darme un beso en los labios, que yo alargo sujetándole la nuca.
     -Te quiero mucho, cariño – murmura sobre mi boca.
     -Yo más – respondo y le doy un último beso.
     Can se incorpora y me sigue acariciando la cara y el pelo hasta que me relajo tanto que me quedo dormida con la cabeza apoyada en su regazo.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora