CAPÍTULO 42

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Faith.

Cuando Can entra en mí, una enorme quemazón me recorre la entrepierna y sube hasta mi estómago. Duele, quema. Ahogo un jadeo de dolor en sus labios, al mismo tiempo que clavo las uñas en su musculosa espalda y siento cómo una lágrima resbala por mi sien.
-Shhh, tranquila, mi amor – me susurra sobre los labios, en un tono dulce y lleno de amor -. ¿Quieres parar?
Niego con la cabeza. Duele, pero es la sensación más increíble que he sentido nunca. No quiero que se separe ni un solo centímetro. Me siento completa.
-Bésame, por favor – suplico entrecortadamente.
Hace lo que le pido sin esperar un segundo y yo aprovecho para mover las caderas y hacer que su miembro entre más en mí. Al percibir mis movimientos, Can apoya una mano en el colchón junto a mi cabeza para mantenerse y con la otra me agarra el muslo para que le rodee la cintura con la pierna. Y entonces comienza a mover las caderas, entrando y saliendo de mí con mucha delicadeza.
-¿Estás bien? – me pregunta jadeante y mordiéndose el labio inferior, conteniéndose.
-Mejor que nunca – contesto -. No te contengas. Haz que no me olvide de esto nunca – le pido.
-¿Estás segura? No quiero hacerte daño – dice.
-No vas a hacérmelo – le aseguro, porque confío plenamente en él.
Al ver la confianza, la seguridad y el amor que siento por él, Can acelera el ritmo y la profundidad de sus movimientos y baja la cabeza para besarme. Con cada envite de sus caderas el dolor remite y poco a poco el placer se abre paso. Por instinto, hago un movimiento con las caderas y un ramalazo de placer me recorre por dentro, haciéndome gemir en los labios de Can, quien creo que ha sentido lo mismo, porque jadea en mis labios de una manera tan sensual que me vuelve loca. Le miro y el simple hecho de ver lo guapo que está me produce un gusto increíble. Tiene las mejillas sonrosadas, los ojos entrecerrados, un mechón de pelo que se le ha soltado del moño le roza la frente perlada de sudor y tiene los labios rojos como si fueran cerezas, entreabiertos y húmedos. Y la expresión de placer que inunda su rostro es tan erótica que me siento en las nubes por tener el inmenso privilegio de admirar su belleza.
Un placer de lo más intenso me recorre de los pies a la cabeza cuando Can da una fuerte embestida, y chillo, retorciéndome del gusto bajo su cuerpo. Le beso el cuello, le acaricio la barba y le recorro la espalda de arriba abajo con las uñas, disfrutando de la suavidad y la calidez de su piel morena. No aparta los ojos de mí ni un solo segundo en todo el tiempo y me dice lo mucho que me quiere con esos preciosos ojos oscuros.
Un hormigueo, totalmente desconocido para mí, me recorre los dedos de los pies y asciende por mis piernas hasta mi entrepierna. Los músculos de mi vientre se tensan y Can nota el cambio en mi cuerpo, porque adentra su pene en mi vagina hasta el fondo y lleva su mano hasta mi clítoris, para acariciarlo con movimientos circulares, aumentando el placer que siento hasta límites insospechados. Le clavo las uñas en los hombros y arqueo la espalda y el cuello, donde apoya sus labios y me besa.
-¡Can! – sollozo, dominada por el placer.
-Eso es, mi amor, déjalo salir – ronronea con la respiración agitada -. Yo también estoy a punto – jadea.
Una explosión de placer me arrolla y mis paredes vaginales se contraen alrededor del pene de Can, quien suelta un gruñido de lo más sexi y esconde su cabeza en mi cuello, llegando también al orgasmo. Un destello de luces pasa a través de mis ojos y necesito unos segundos para recobrar el aliento, segundos en los que Can me besa el cuello, la cara y los labios antes de salir de mi interior con cuidado, dejándome una sensación de vacío. Se coloca a mi lado y me mira con una sonrisa.
-¿Qué tal? – pregunta, acariciándome el brazo desnudo -. ¿Te ha gustado?
-Tanto como para repetir otra vez – contesto, entrecortada, haciéndole sonreír aún más -. Estás tan guapo ahora mismo – le acaricio la mejilla.
-Eso es porque no te has visto. Voy a tirar el condón, ahora vuelvo.
Can se levanta de la cama como Dios lo trajo al mundo y me quedo embobada en su perfecto trasero hasta que desaparece en el baño. Vuelve segundos después a la habitación y se mete de nuevo en la cama. Me atrae hacia su pecho y me abraza. Yo delineo las líneas del lobo y la brújula de su tatuaje y le beso el pectoral.
-¿Tú estás bien? Lo siento si no ha sido tan bueno como esperabas – digo en un tono suave.
-Ha sido perfecto, Faith – baja la cabeza y me mira -. Ha sido mucho mejor de lo que me lo he imaginado cientos de veces. Te lo haría mil veces más ahora mismo, créeme. Pero creo que para tu primera vez está bien. No forcemos las cosas. Por cierto, verte desnuda se acaba de convertir en mi nuevo pasatiempo favorito – bromea.
-Idiota – me río en su pecho.
-No me culpes por adorarte, amor.
Un bostezo me asalta y me tapo la boca con la mano.
-Será mejor que duermas un poco. Estás agotada – dice con ternura. Me quito las gafas y él las deja en la mesita de noche. Luego apaga la luz y me acaricia el pelo hasta que me duermo entre sus brazos, sintiendo los fuertes latidos de su corazón.
Unas caricias en la espalda y un olor a té recién hecho me despiertan de mi sueño y cuando abro los ojos me encuentro una bandeja con comida en la mesita de noche. La taza de té humea y un plato de lo que parecen ser tortitas con chocolate desprenden un delicioso olor. Giro la cabeza y me encuentro a Can sentado a mi lado, en la esquina de la cama. Al ver que estoy despierta sonríe y se inclina para darme un beso en la comisura de la boca.
-Buenos días, dormilona – me acaricia la nuca, introduciendo los dedos en mis rizos.
Me doy la vuelta, colocándome bocarriba y me incorporo, sujetando la sábana gris sobre mi pecho desnudo.
-Buenos días – lo saludo con voz ronca. Me recoloco un poco el pelo y me toco la mandíbula al sentir una punzada. Mierda, la funda.
-No te pusiste la funda anoche – me recuerda Can -. ¿Has dormido bien?
-Sí, muy bien, como una bebé – contesto, haciéndole reír -. ¿Y tú? Parece que llevas un buen rato despierto – digo al ver su ropa deportiva. Lleva un pantalón corto deportivo, una camiseta de manga corta oscura ajustada y su pelazo recogido.
-Ya sabes que no duermo mucho – dice -. Quería dejarte dormir y he salido a correr. Pero tu madre ha avisado de que vienen de camino y he pensado que te gustaría estar despierta cuando lleguen.
Sonrío ante el detalle. Es tan atento con todo.
-Te he preparado el desayuno – coge la bandeja que está en la mesita de noche y la coloca a mi lado.
La bandeja tiene té recién hecho, zumo de naranja, un plato de tortitas con chocolate, un poco de sandía y la pastilla anticonceptiva que me tomo cada mañana. Dios, ¿puede ser más perfecto este hombre?
-Gracias – sonrío, sintiendo que el corazón me va a estallar por tanto amor.
-¿Te duele mucho la boca? ¿Quieres que te traiga algo para el dolor? – me pregunta cuando me toco de nuevo la mandíbula.
Niego con la cabeza, mientras le doy un sorbo al delicioso té que me ha preparado.
-No, tranquilo, sólo es una molestia. Estoy bien – lo tranquilizo.
<< ¿Dónde están mis gafas?>>, me pregunto, buscándolas por la habitación.
-Oye, ¿has visto mis gafas? – le pregunto a Can, cortando un trozo de tortita.
Can busca con la mirada por los rincones de la habitación y se levanta de la cama para cogerlas de la otra mesita de noche.
-Aquí tienes – me las coloca y se vuelve a sentar a mi lado -. ¿Qué tal están? – me pregunta por las tortitas cuando cojo un trozo.
-Buenísimas. Un diez. Pero creo que te has pasado en cantidad. ¿Quieres un poco? – le pregunto.
-Ya he desayunado, pero si me lo pides con esos ojitos tan bonitos no puedo decirte que no – me da un beso en la mejilla y corto un trozo para él -. Pues sí es verdad que me han quedado buenas. Voy a cambiarme mientras tú desayunas.
Se levanta de la cama y camina hasta los armarios, que se encuentran al inicio de la habitación, y abre una de las puertas, sacando un bañador de color azul. Luego cierra las puertas y se quita la camiseta, dejando ese poderoso torso al aire. Me quedo embobada en su fuerte espalda y los recuerdos de la noche anterior vienen a mi mente. La forma en que le arañaba la espalda, la manera en que él me besaba, cómo nos acariciábamos el uno al otro, cómo nos hablábamos con la mirada, el roce de su barba en mi piel, el roce de nuestros cuerpos, el cuidado con que Can me trató durante todo el tiempo, al mismo tiempo que era apasionado. Ha sido una noche perfecta.
<<Y estás deseando repetirla mil veces más>>, dice mi mente. Efectivamente. Eso no pienso discutírtelo. Lo estoy deseando. Y puedo asegurar que Can ha superado con creces mis expectativas, con eso lo digo todo.
-¿Qué ronda por esa cabecita linda? – me pregunta Can, ya con su bañador puesto, desde los armarios.
-Estaba pensando en lo que pasó anoche – confieso, sonrojándome un poco.
Can sonríe y se acerca a mí. Se sienta a mi lado y tira un poco de la sábana que cubre mi cuerpo desnudo.
-Yo también estoy deseando repetirlo – gruñe en un tono muy provocativo -. Así que te pido encarecidamente que desayunes y te vistas, porque saber que estás desnuda no está ayudando mucho a mis hormonas y a mis ganas de comerte entera.
Me da un besazo que, ¿para qué mentir?, me pone a cien. Me termino el desayuno y me levanto de la cama para vestirme. Cojo toda la sábana para cubrirme el cuerpo y al ponerme de pie un pinchazo en el vientre me hace soltar un pequeño jadeo.
-¡Ay! – me toco la zona con la mano.
Can, que se está terminando la tortita que he dejado (me encanta comer, pero era dejarla o acabar vomitando), se levanta a toda velocidad y se acerca a mí.
-¿¡Estás bien?! – pregunta alarmado, sujetándome de los brazos.
-Sí, tranquilo – me sigue mirando preocupado. Cree que me ha hecho daño -. No me has hecho daño, Can. Tranquilo.
-¿Cómo lo sabes? ¿Y si te he desgarrado algo? – la preocupación, la culpa y el miedo brillan en sus oscuros y brillantes ojos.
-Me habría dado cuenta, ¿no crees? – él ladea la cabeza y luego suspira, asintiendo y comprendiendo que lo que le digo tiene todo el sentido del mundo -. Estoy más que bien, de verdad.
Can sonríe y yo le doy un beso en esa preciosa boca y le acaricio la barba. Me encanta su barba.
-Voy a vestirme.
Ando con cuidado de no partirme la crisma por pisar mal la sábana y abro el armario. Saco el bikini azul con flores estampadas que me llevé a la casa de campo de Murat, y cojo unos pantalones cortos y una camiseta ancha. Me lo llevo todo al baño y me visto. Luego salgo un segundo a coger una gomilla para recogerme el pelo en un moño alto y cuando me miro al espejo a penas me reconozco. Estoy distinta. Tengo las mejillas sonrojadas, la piel más tersa y un brillo increíble en los ojos.
-El sexo te sienta bien – me dice Can, apoyado en la pared del baño, observándome a través del espejo -. Estás guapísima. Bueno, siempre estás guapa – se acerca a mí y me abraza por detrás, escondiendo su cara en mi cuello -. Mmm... hueles a mí – me besa la piel de detrás de la oreja y un escalofrío me recorre la nuca.
La dureza de su pene hace acto de presencia en mi espalda baja y cierro los ojos cuando introduce la mano debajo de mi camiseta y me acaricia la piel del costado, al mismo tiempo que me besa el cuello. Su barba me produce un cosquilleo delicioso y me muerdo el labio, aguantando un gemido, cuando me da un mordisco.
Por desgracia, el momentazo es interrumpido por unos golpes en la puerta de la habitación.
-¡Hermano, la familia de Faith y los chicos ya han llegado! – grita Engin desde el otro lado. Supongo que habrá llegado hace un rato, porque ha pasado la noche con Gamze.
Can se separa de mi cuello y suspira.
-Tendremos que dejarlo para luego – le digo -. Voy a salir a recibirlos.
Asiente.
-Yo necesito un minuto. Enseguida voy – su respiración es un tanto agitada y sus pupilas están dilatadas.
<<Qué sexi es>>, pienso.
Le doy un beso en la mejilla y él me da otro a mí. Le dejo solo en la habitación y salgo al jardín, donde ya están todos. Engin les habrá dicho que pasaran. Mi madre está preparando las mesas con mis titas, mi padre está con mis titos y mi abuelo abriendo unos botellines de cerveza, mis abuelas están sentadas en unas sillas y los chicos (Pedro, Ismael, Darío y Alberto) están charlando con Ömer (que ha traído la carne de su carnicería para la barbacoa), Engin, Murat y Ahmet, mientras que las chicas están poniéndose al día con Gamze, Damla y Azra. Y, para no variar mucho, Cihan y Mesut se están peleando por el ordenador y la música. No sé para qué, cuando siempre termino poniéndola yo. Pero lo mejor son las miraditas que Raquel y Mesut se dedican y las sonrisitas de ambos. Aquí me he perdido yo algo.
Sam me ve y corre hacia mí, lloriqueando porque llevo unas noches sin dormir con él y me echa de menos, igual que yo a él. Le acaricio y le beso la cabecita. Pero como adora la comida, vuelve a irse para acosar a mi madre.
-Hola, chicas – decido acercarme primero a ellas. Sonrío.
Nada más verme, se miran entre ellas y tiran de mí hacia un lugar alejado de los demás.
-Pero, ¿qué demonios os pasa? – les pregunto.
-Esos ojos brillantes, esa piel luminosa, esa aparente felicidad... - enumera Melisa -. ¿Estáis pensando lo mismo que yo?
Todas asienten.
-¡Te has acostado con Can! – exclaman al unísono.
-¡Shhh, brutas! – miro hacia los demás, comprobando que no hayan escuchado nada -. ¿Qué tal si lo gritáis más fuerte? En Ankara aún no os ha oído – digo con sarcasmo.
-Pero ¿lo has hecho o no? – insiste Bea.
Asiento y una sonrisa boba se forma en mi boca.
-Sí, Can y yo lo hemos hecho.
-Detalles, queremos detalles – pide Melisa -. Postura, qué te hizo, cómo la tiene...
-¡No pienso hablaros de su polla! – exclamo -. Y fue... increíble. Al principio estaba asustada, pero Can estuvo todo el tiempo preocupándose de que estuviera cómoda, que me gustara... fue muy atento y dulce, pero al mismo tiempo fue apasionado.
-¡Qué emoción, mi mejor amiga ha dejado de ser virgen! Estoy orgullosa de ti – bromea Raquel, fingiendo un sollozo.
-¡Vete al carajo! – le digo, riéndome -. Y antes de que lo preguntéis, sí, es muy bueno en la cama. Creo que mejor de lo que me imaginaba.
Todas sueltan un pequeño chillido que me hace reír.
-Anda, volvamos – les digo.
Nos unimos de nuevo a los demás y aprovecho para saludar al resto. Me coloco al lado de Ömer, que sigue con la carne, y le digo que yo me encargo de todo, pero él insiste en ser el encargado de preparar la barbacoa. Así que le dejo. Después de todo se le da tan bien como a Can.
Me siento al lado de mi madre para hablar un poco con ella y mis titas y, cuando Can sale al jardín con su bañador, sin camiseta y sus gafas de sol oscuras puestas, casi les da algo.
-¡Madre mía de mi vida! – exclama mi tita Inés -. Eso sí que es un hombre.
-Coincido totalmente contigo – dice Melisa, suspirando. Bea la mira mal - . ¿Qué? ¡Yo quiero mucho a Alberto, pero es que no hay color!
Todas nos reímos. Mientras ellas hablan de lo bueno que está Can, de lo bien que le quedan los dos tatuajes que lleva, de su pelo, su barba y de esa sonrisa de infarto que tiene, yo me quedo embobada en cada uno de los movimientos que hace hablando con mi padre, mis titos y el resto de los chicos que se unen en cuanto le ven. Es tan carismático que hasta las piedras se acercarían a él si tuvieran vida.
<<Y es todo tuyo>>, me recuerda mi cerebro. Sí, es mío.
Ömer y Can se ponen a hacer la carne como lo buenos parrilleros que son y los demás comemos lo que han traído para ir abriendo el apetito. Can se sienta a mi lado cuando todo está listo y comemos entre anécdotas de mi padre (que tiene para aburrir, porque lo que le pasa a él, no le pasa a nadie más), bromas y música, que al final pongo yo.
Nos pasamos la tarde bañándonos en la piscina y, cuando estoy relajada, los fuertes brazos de Can me rodean por detrás.
-Hola, amor – susurra en mi oído -. Te echo de menos – me besa la nuca – un placentero escalofrío me recorre.
-Si estoy aquí – me giro entre sus brazos y le rodeo el cuello.
-Ya, pero yo siempre te echo de menos – me echa un poco de agua en la espalda -. ¿Te has echado crema? – asiento -. Te queda genial este bikini – baja la vista hasta mi escote -. Te queda... muy, muy bien.
Ver cómo se muerde el labio hace que un intenso calor me recorra el cuerpo y que esa deliciosa presión del vientre y de mi entrepierna aumente. Pero claro, como no podía ser de otra manera, mis dos primos (que son muy monos ellos) se lanzan en bomba a nuestro lado y nos ponen de agua hasta las cejas.
-¡Miguel, Unai, me cago en la madre que os parió! – les grito, quitándome las gafas y limpiándolas como puedo.
-¡Can, juga con nosotros! – le pide Miguel, tirando de su brazo.
Can me mira, preguntándome con la mirada.
-Juega con ellos, yo voy a salirme un rato – le doy un beso y me salgo de la piscina.
Mis primos se pasan la tarde jugando con Can, pidiéndoles que los lance por el aire, que nade con ellos, que les haga fotos mientras se tiran en mil posturas... y yo paso la tarde con las chicas, haciéndonos fotos y hablando con todos. Engin y los demás deciden meterse en la piscina con Can y juegan con mis primos, que están encantados, claro. Juego con Sam un rato, lanzándole su pelota y, cuando se harta y se tumba, y mis primos ya se han cansado de la piscina, decidimos cenar, porque ha sobrado comida y porque lo estamos pasando genial. Durante la cena, Pedro e Ismael se interesan por los viajes extremos de Can para hacer fotos y él cuenta algunas anécdotas.
-¿Te picó una King Cobra? – Ismael alucina -. ¿Y cómo fue?
Can bebe de su copa.
-Pues... estábamos en la selva de Laos para hacer unas fotos de unos osos en peligro de extinción y nos la encontramos en el tronco de un árbol. Yo la cogí para apartarla del camino y cuando la solté la muy cabrona se me tiró a la pierna y me mordió. Y os puedo asegurar que duele un huevo. Por suerte me hice un corte rápido en la herida y el veneno salió con la sangre y no me pasó nada – cuenta.
Y todos alucinan, más que nada porque la King Cobra es la serpiente venenosa más grande que existe. Es la reina de las cobras. Y lo sé porque le pido a Can que me cuente sus aventuras cada dos por tres. Ya mismo sé más que Frank de la Jungla.
-Pues ya tiene que gustarte lo que haces para dejar que semejante bicha te pique – asegura mi tito Miguel.
Can asiente y sonríe.
-¿No lo echas de menos? – le pregunta ahora mi tito Andrés.
Se encoge de hombros.
-A veces, supongo – me dedica una mirada fugaz. Yo me remuevo un poco incómoda en la silla y bajo un poco la mirada -. Pero ahora estoy bien aquí. Sigo haciendo fotos, gano dinero por los derechos de autor de las demás... y además aquí tengo todo lo que necesito – agarra mi mano y entrelaza nuestros dedos.
Me mira y sonríe, diciéndome que me quiere con los ojos.
<<Echa de menos viajar, echa de menos la adrenalina y la aventura>>, pienso un poco apenada. Es algo que siempre he tenido presente, pero que lo diga lo hace mucho más real <<Pero está aquí porque te quiere, porque le importas. No lo olvides>>, me recuerda mi cerebro, intentando animarme.
-¿Nos cantamos algo? – propone mi madre cuando ve que estoy un poco ausente.
-¡Sí! – exclama mi tita Inés, entusiasmada -. ¡Coge la guitarra, Faith!
-Voy – me levanto de la silla y voy a buscar la guitarra al cuarto de Can, mientras le doy vueltas a la cabeza.
Saco la guitarra de la funda y vuelvo al jardín. Me siento de nuevo en mi sitio y afino la guitarra bajo la mirada ansiosa de todos.
-Bueno, ¿qué queréis tocar? – pregunto intentando mantener la mente ocupada y no pensar en que probablemente sea la culpable de que Can no esté haciendo lo que realmente le gusta.

Y SIN ESPERARLO TE ENCONTRÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora