XX: Un brindis

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En la mañana del 26 de diciembre de 1941, en la mansión de los Tenorman todos amanecieron con una gran resaca. Los hombres y mujeres que ayer ingresaron con sus elegantes trajes, finos vestidos y ostentosas joyas a festejar, hoy parecían muertos vivientes recién salidos de su tumba.

No abandonaron la residencia hasta el mediodía.

Cuando ya no quedó ningún alma de ellos Chef salió de su escondite. Él y Eric pasaron el resto de la tarde juntos. Aprendió a usar la bicicleta. Al inicio era difícil y un poquito aterrador por la sensación de sentir que caería en cualquier momento. Pero con perseverancia, dedicación y mucha paciencia se logró. Para celebrarlo Chef le regaló una cerveza, bebió junto con él su primera cerveza. Sabía fatal, pero le hizo sentir maduro y hurtó una más en secreto.

En la noche, aun los dos adultos de esa casa con una agobiante resaca, tomaron la última cena de esta festividad. Comieron el recalentado y otros postres que Chef hizo.

Al día siguiente Eric consiguió colarse a la cocina y tomó parte de la cena de ayer, envolviéndolo en aluminio para luego guardarlo en su mochila. También se llevó la cerveza consigo.

Pensó que sería mejor que a partir de hoy dejara de usar el camino usual que tomaba por el bosque y encontrar otro nuevo por medio de su bicicleta. Sería menos sospechoso en su opinión y más difícil de rastrear. Se montó en su bicicleta roja fingiendo que iría al pueblo, yendo por el pavimento y cuando ya estaba aproximadamente a una manzana de distancia de su casa (en la cual ni siquiera había vecinos) se desvío por un camino de terracería que llevaba al bosque, pero antes de adentrarse escuchó unos maullidos.

Se frenó y vio que a la orilla de la carretera había una manta sospechosa. Se bajó de la bicicleta dejándola sobre un árbol y se acercó para comprobar que lo que estaba envuelto en la manta era un gatito de esponjoso de pelaje blanco y negro y ojos verdes, de aproximadamente unos tres meses de edad.

Eric tenía una gran debilidad por los felinos.

Tuvo una gata llamada Mr. Kitty en su niñez. Pero falleció cuando una vecina la envenenó, en ese entonces él tenía cerca de once años. No se preocupen por la pérdida. Eric esa vez se vengó. Al día siguiente después de encontrar muerta a su preciada gata frente a la puerta de su propia casa compró fuegos artificiales y los metió y prendió dentro de la casa de dicha vecina a través del buzón que conectaba con el interior de la casa por la puerta principal. 

Fue un espectáculo brillante, colorido y explosivo.

Pero dejando de lado el pasado, Eric estaba obligado a llevarse a ese gato. No iba a dejarlo abandonado ahí. Lo cargó en la misma manta, usándola cual rebozo, como si cargara un bebé y siguió con su camino.

Este nuevo trayecto para llegar a la casa verde lima era más largo, en algún punto se terminaba la terracería y se volvía puro bosque. Ahí tuvo que parar y crear señales discretas para no perderse. Igual con el tiempo la hierba se iría aplacando con el paso de su bicicleta. Aunque fuera más largo era mejor si así evitaba ser descubierto.

Al llegar obviamente Eric sentía la necesidad de presumir su bonito regalo de navidad. Subió la bicicleta a los escalones a la vez que cargaba con el gatito. Casi se resbaló en más de una vez. Pero cuando ya estaba frente la puerta la abrió, montó la bicicleta y entró a la casa con ella.

—Buenas tardes, judío~ —entró con una sonrisa soberbia, haciendo rodar su bicicleta en el recibidor para luego pasar a la sala donde era más amplio.

Kyle estaba sentando en el cuarto escalón como siempre, leyendo un libro que el castaño le trajo la otra vez, cuando vio a Eric entrar en la bicicleta roja, dando vueltas en la sala como un chiflado.

La casa verde lima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora