LIX: Pequeñas coincidencias

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Un chico movía sus pies, ansioso, sobre el andén. Caminaba de un lado a otro, miraba su reloj de muñeca y contrastaba la hora con el gran reloj que colgaba en la estación de trenes. Dictaba las 08:00 hrs. El tren iba con un ligero retraso, eso hizo rabiar a más de un alemán.

Frotaba sus manos cubiertas por gruesos guantes, soplaba sobre ellas para generar más calor. El invierno estaba siendo atroz, monstruoso, aun estando en la estación del tren se congelaba. No quería imaginarse cómo estarían las temperaturas en su destino, que de por sí ya eran tierras altas y frías.

Ajustó su gorro con un característico pompón rojo para cubrir bien sus orejas. Llegó a escuchar que soldados en el frente las perdían por culpa del gélido clima. Eso sonaba tan horroroso, le provocaban ganas de vomitar de solo pensar el horror que era estar en el frente.

El silbato del tren llamó la atención de todos en la estación. Por fin llegó, con cinco minutos de retraso. Cargó su maleta y se formó para abordar.

Caminó en el pasillo con cierta cautela, cabizbajo. Temiendo que su madre haya dado aviso a las autoridades de que su hijo había escapado o una mierda así. Pero por fortuna llegó a su camarote sin ser notado.

—Ah, buen día.

Saludó a otro chico que ya se encontraba ahí. Claro, era un camarote compartido, no tenía el dinero para pagar por uno privado, este lo encontró en oferta.

—Buenas.

Respondió un rubio de cabellos dorados, ojos celestes, abrigo anaranjado y con medio rostro cubierto por una bufanda roja. Tenía un aspecto tan ario que le intimidó un poco.

Tomó un libro de su equipaje para después guardar su maleta en el compartimiento de arriba y así no estorbara. Se sentó frente del chico ario, volvió ajustarse su gorro con un característico pompón rojo y planchó su abrigo marrón, ansioso. Cuando terminaron de abordar los pasajeros el tren avanzó dando inicio al viaje. Entraron a verificar sus boletos y con ello ambos comprendieron que no tendrían más compañeros en el mismo camarote.

Pasaron alrededor de una hora en silencio.

— ¿Lees Crimen y Castigo? —cuestionó el chico ario aburrido, no trajo nada consigo para entretenerse, así que terminó leyendo el título del libro que el chico de cabellos oscuros leía.

— ¿Eh? —levantó su mirada zafiro al ser interrumpido —Ehm... Sí.

— ¿De qué trata?

—Básicamente... Del asesinato que comete un estudiante ruso arrogante y endeudado —resumió con brevedad.

—Oh ¿Policíaco o misterio?

—Je, sí. Algo así —asintió el chico del pompón rojo con timidez.

— ¿Y es bueno?

—Sí... Es interesante, aunque no es muy mi estilo. Prefiero otro tipo de novelas, algo menos turbio, supongo —respondió pensativo —. Con algo más de gracia y humor.

—Yo prefiero las novelas eróticas —respondió el rubio sin pudor —. Pero leer una aquí no sería muy apropiado.

—No... Je, supongo que no lo sería —el pelinegro encogió sus hombros con algo de nervios y una pequeña risa.

— ¿A dónde vas?

—Ahm... Bueno, a un pueblo en medio de la nada. No creo que lo ubiques.

— ¡Hey! ¡Yo también voy a un pueblucho en medio de la nada! Voy a Süd Park —exclamó con emoción.

— ¿De verdad? Woo, que coincidencia. Yo también —involuntariamente cerró el libro y estiró su mano —. Ahm, perdón. Soy Stan, Stanley Marsh, pero puedes llamarme solo Stan.

La casa verde lima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora