LII: Expresar amor sin herir el orgullo

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Ya era septiembre, exactamente el día 18 de 1942. El clima empezaba a descender otra vez. Los calurosos días de veranos iban acercándose cada vez más al frío otoño que se vivía en ese pueblito montañés.

Y para suerte de Kyle probablemente este próximo otoño e invierno no sufriría tanto de las bajas temperaturas. Con el próspero negocio de Eric, éste se estaba encargando de hacer un buen ahorro para comprarle ropa que fuese más cálida. Justo ahora estaba usando un bonito suéter verde jade, mientras hacía los cálculos para establecer los gramos de los ingredientes de las pomadas que vendía el más robusto en el pueblo. Ahora ya no solo le tocaba hacer las tareas, sino que también debía de moler los ingredientes, repartir correctamente los gramos, mezclarlos, repartir el producto en frascos, hacer el etiquetado y como no, también se estaba encargando de fungir como contador.

¿Cómo terminó haciéndose cargo de hacer todo eso? Eric no fue tonto, poco a poco le fue delegando esas tareas hasta que en algún momento fueron su completa responsabilidad y lo peor es que no podía deshacerse de éstas o más bien no se sentía bien con hacerlo. Eric casi siempre llegaba con algo nuevo para él que por supuesto compró con las ganancias. Justo como dijo, le pagaría, estaba cumpliendo. Sentía que no le quedaba de otra por la posición en la que se encontraba y por todo lo que recibía a cambio. Además no era algo que hiciera todos los días, el problema era que cuando tenía que hacerlo, eran tareas que llevaban mucho tiempo, exigencia y dedicación.

Eric era un demonio, uno que por más que odiara también amaba y que también, por desgracia y aunque no quisiera admitirlo le tenía un profundo sentimiento de agradecimiento. La gratitud en manos equivocadas sí que podía ser un arma de manipulación muy peligrosa.

— ¡Mira lo que conseguí! —el castaño dejó sobre la mesa unos cuantos frascos —. Los hizo un artesano del pueblo, son una maravilla —los colocó a lado del viejo modelo, estos eran más curvados, con un diseño elegante —. Parecen que son grandes, pero en realidad solo guardarán poco producto.

—Espera —arqueó una ceja — ¿Estás diciendo que vas a estafarlos? —Kyle comprendió enseguida a dónde iba el castaño.

—Prácticamente —aceptó Eric sin descaro —. Así gastarán más rápido la pomada y no se percatarán de que es porque en realidad contiene menos. Incluso con el diseño se verá más atractivo y bueno, comprarán más seguido.

Eric podía ser un genio, pero un genio malvado y sin escrúpulos. Aprendió a conseguir su propio dinero, estaba más que orgulloso de eso. Ya no tenía que pedirle a su mamá y eso lo hacía sentirse independiente, increíble. Podía consentirse cuanto quisiera y no solo eso, también podía consentir a Kyle. Le llevaba más comida ahora, había aprendido a cocinar gracias a unas cuantas clases que le pidió a Chef y así a veces lo hacía, podía cerciorarse de que los ingredientes no fueran a hacerle daño, los compraba y preparaba él mismo. En un inicio en casa se sorprendieron al verlo preparar comida saludable, pero hizo una rabieta y puso el pretexto de que él quería bajar de peso. Fue creíble.

Era genial, placentero para su ego poder hacer todo esto para y por Kyle; porque si el judío se encontraba bien entonces él también lo estaba.

—No, espera, Eric —disintió Kyle indignado con esa respuesta —. No puedes estafarlos así, confían en ti. Dijiste que incluso Bebe ha empezado a comprarte.

—Sí, hasta me trajo más clientas como planeé. Una tal Wendy, Lola, Nelly y otras dos niñas genéricas más —señalaba Eric sin ningún tipo de vergüenza —. Kahl, todos los negocios son así, muchas empresas hacen esto. Yo no voy a hacer la excepción y jugar limpio como un marica. Solo estoy usando la técnica de los blancos para triunfar y mientras no me atrapen haciendo trampa seré un todo un hombre de negocios carismático y ganador.

La casa verde lima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora