LXXVIII: Somos pareja, somos pilares y nos amamos

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El 13 de febrero de 1943 no hubo nada relevante de lo que hablar. Eric prefirió no salir de casa ese día. Permaneció encerrado en su cuarto junto a Kenny, a quien la preocupación no lo abandonaba al notar que el castaño persistía en no hablar mucho. Jugaron cartas, comían aperitivos, pero no hacían más. El rostro Eric expresaba una seriedad tan profunda que provocaba escalofríos al rubio.

Kenny conocía a Eric tan bien que le hizo pedirle a Dios que fuera lo que estuviera pensando su mejor amigo lo detuviera. La seriedad, el silencio y Eric juntos podían ser la peor combinación de todas.

Después de un prolongado desvelo, en la madrugada del 14 de febrero, Eric por fin pudo cerrar los ojos y dormir. Su sueño lo transportó a los recuerdos del fantasma judío: la madrugada del primero de septiembre de 1943. Todo estaba oscuro, el ambiente era húmedo, parecía haber llovido todo el día. Asustado giró a observar con detenimiento su alrededor, que pésimo era llevar solo calcetines, estaba parado sobre un desagradable camino de lodo y hierba alta. Para cuando su vista se acopló comprendió que se hallaba en el frondoso bosque de esas altas montañas alemanas ubicadas al sur, y vio pasar ante sus ojos un grupo de cinco personas envueltas en gruesos abrigos con capuchas, ocultando sus rostros con bufandas o con lo que les fuera posible.

Los únicos sonidos perceptibles eran la fría ventisca de esa noche veraniega, poca luz del cielo nocturno se colaba de entre los árboles, y las pisadas de este grupo, que si bien arrastraban tratando de hacer el mayor silencio posible, retumbaban en sus oídos tras quebrar las ramitas y hojas secas que permanecían esparcidas por la húmeda tierra.

- ¡Ah! -exclamó uno de los menores que conformaba el grupo luego de casi tropezarse.

- ¡Shhh...! -respondieron al unísono los tres adultos que conformaban el grupo y después de ello continuaron su camino.

- ¿Estás bien? -aunque no pudiera ver su cara, Eric reconoció enseguida su voz provocándole un brillo instantáneo en su mirar -Ten cuidado, Stan -dijo por lo bajo tras acercarse al menor que casi tropezaba en su andar.

-Está demasiado fangoso -se quejó el pelinegro apoyándose del brazo del judío mientras caminaban con lentitud.

-Kyle, no se queden atrás -ordenó la única mujer del grupo, la señora Broflovski.

-Sí... -respondieron Kyle y Stan al unísono, con voz queda.

Eric les seguía, asqueado por la sensación de pisar el lodo, pero más que curioso. Estaba claro a donde se dirigían, conocía ese camino como la palma de su mano, conocía esos árboles y por la discreción de su andar podía suponer cual era el destino. Caminó junto a ellos, cabizbajo, con una fuerte aflicción en su pecho, mientras miraba de reojo alguno de esos salvajes rizos rojos que llegaban a escapar de la capucha del judío.

-Por Moisés... -musitó Kyle una vez que se vislumbró su destino frente a sus ojos -. Stan... No quiero entrar ahí... -disintió deteniendo el paso al ver, no muy lejos, la casa verde lima.

Eric estaba de acuerdo, era como ver una película de terror, solo que a color. No sabía el porqué, había visto ya incontables veces la casa verde lima, pero en esta ocasión le ocasionaba un miedo indescriptible al grado de intentar tomar la mano del judío, la cual solo traspasó ¿Así de decepcionante se sentiría Kyle cada vez que trataba de tocar a Stan y solo lo traspasaba? ¿Con un hueco vacío en el pecho? De ser así comprendía un poco mejor sus ansias de irse de ese plano. Su pecho parecía agujerease al no poder tomar su mano con éxito. Ahora solo quería abrir los ojos para despertar de esta pesadilla.

-Solo será por un tiempo, Ky -Stan intentó tirar de su muñeca para encaminarlo a seguir, pero al poner un pie en lo que sería el jardín frontal de la casa, Kyle arrebató su propia mano y cruzó sus brazos.

La casa verde lima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora