V: Caza de judíos

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—Oh, calabacín te ves tan... Tan extraño —comentó Liane una vez que le quitó el parche.

Eric se miró curioso al espejo: un ojo azul y otro marrón. Sin dudas miraba mucho mejor con el celeste, era extraño poder mirar bien y era todavía más extraño tener dos ojos de diferente color.

En efecto, ahora era un fenómeno. Pero no se miraba tan mal. Si era extraño pero no terrible. Le daba un aura de misterio que le gustaba.

—Mañana tienes cita con el médico de este pueblo. Es importante que te revisen bien —explicaba Liane con preocupación —. Podrías quedar tuerto de lo contrario.

—Nah, lo que digas, mah —le restó importancia.

Se sentía bien hoy, su mamá le daba atención y ya podía mirar bien. Era increíble. La última semana Liane se la había pasado con su pareja cada segundo del bendito día. Que recordara que él existía le iluminaba la vida, al grado que le hacía emocionarse con la idea de ir al médico porque eso significaba que pasarían tiempo juntos. Debería de enfermarse más seguido, quizás.

— ¿Cómo está el niño?

Sin embargo, alguien tuvo que llegar a arruinarlo todo. Tenorman entró a la habitación del castaño con una sonrisa amable, fisgoneando cada rincón. Tal vez verificando que las remodelaciones hayan sido hechas de manera correcta.

—Dice que ya puede ver mejor —asintió Liane con una sonrisa boba y se levantó de la cama —. Iré a guardar el botiquín y en seguida bajo a desayunar con mis dos hombres favoritos.

Liane salió de la habitación cargando con el botiquín de primeros auxilios, dejando un ambiente incómodo para el castaño. Eric había estado evitando todo lo posible al señor Tenorman, pero ahora estando en su habitación era algo imposible de hacer.

— ¿Entonces Eric?

— ¿Entonces qué, señor Tenorman? —respondió secamente.

—No tienes que decirme señor Tenorman, puedes llamarme papá —suspiró el pelirrojo.

—Ewww, jamás podría —expresó Eric disgustado con la idea.

—Sé que es difícil, pero podrías intentarlo... ¿Qué tal Jack? Llámame Jack —propuso el señor Tenorman en busca de acortar la distancia emocional.

—Está bien, a ver si así paras de joder...

Suspiró Eric levantándose de la cama, pero volvió a sentarse tras recibir el impacto de una cachetada.

—Escucha, niñito —advirtió el señor Tenorman.

Eric se congeló tras recibir esa cachetada y llevó su mano a su adolorida mejilla. Le dejó un delgado rasguño que probablemente le hizo con el anillo de compromiso.

—No sé como ha estado educándote tu mamá, pero yo no voy a permitir esas faltas de respeto —su voz se volvió más grave y su expresión amable se esfumó —. A mí me vas a hablar con respeto te guste o no, al menos mientras vivas bajo mi techo ¿Escuchaste?

—Si...

— ¡Se dice "si, papá"!

— ¡Si, Jack! —repitió Eric con fuerza, frunciendo el ceño y remarcando que no lo reconocía como su padre.

—Limpiáte esa cara. Solo los maricas lloran —ordenó y se encaminó a la puerta —. Y quiero verte en el desayuno, no tardes.

Azotó la puerta y un silencio agobiante inundó la habitación.

Eric tomó un pañuelo para limpiar un par de lágrimas que se escaparon por el golpe. Se miró en el espejo y tenía enrojecida su mejilla. Hace unos minutos estaba orgulloso de su reflejo y ahora le avergonzaba ¿Cómo bajaría así? ¿Su madre se preocuparía? ¿Cómo reaccionaría cuando viera a su terroncito de azúcar con esa marca en la cara? Tenía la esperanza de que ella se enojara y fuera razón suficiente para que decidiera dejar al señor Tenorman.

La casa verde lima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora