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—Han... —lo llamé con voz suave mientras trataba de acercarme a él lentamente.

—¡No me golpees! No me golpees tu también Minho.

Me quedé petrificado. Han se apartó más aún y se hizo bolita en una de las esquinas de la habitación.

Jamás sería capaz de golpearlo, sé que esta diciendo estas cosas por el estado en el que está.

No tengo experiencia en esto, me estoy frustrando porque no sé qué hacer para que él esté bien y deje de estar así. Ni siquiera deja que me acerque a él. 

—Han no te haré daño —le intenté hablar otra vez —deja que me acerque a tí por favor —mi vos se quebró en ese momento.

—No Minho, tu no. No lo soportaria, no lo haría, no lo haría Minho, no — Han seguia diciendo cosas sin parar.

Comencé a acercarme a él poco a poco, necesitaba abrazarlo, necesitaba sentirlo aquí, necesito que este aquí, lo necesito a él y no a ese pequeño que sus padres se encargaron de destrozar.

Pude llegar a él, extendí mi mano y la puse sobre su brazo. Han no hizo ningún movimiento, segundos después lentamente comencé a tener más contacto con él hasta que pude abrazarlo.

—Me- me ahogo —escuché a Han decir.

—¿No puedes respirar bien? Han necesito que inhales y exhales conmigo —le dije. Comencé a hacer esos ejercicios de respiración con él pero no estaba funcionando.

—Baño, agu- agua —me dijo Han. Y en eso recordé que Han cada vez que pasaba por esto ponía sus manos en agua fría, no sé cómo eso puedo ayudarlo pero lo hace.

Lo cargué como a un mono y me dirigí al baño. Han ya tenía rato sin poder respirar bien así que supuse que poner sus manos en agua fría no bastaría así que lo senté en la bañera y luego me senté yo detrás él y abrí la llave del agua.

El agua fría caía sobre nosotros. Mientras el agua caía yo hacía ejercicios de respiración con Han, poco a poco ví como comenzaba a regular su respiración.

Ya no temblaba, el que estaba temblando era yo, pero porque no estoy acostumbrado al agua tan fría.

Han ya no estaba hablando sin parar, ya no tapaba sus oídos con sus manos, ya no se sentía como si no estuviera aquí; ahora solo lloraba en silencio con su cabeza hacia abajo.

Pocos minutos después moví la llave para que el agua comenzará a salir algo calientita.

—Han... ¿Te sientes mejor? —le pregunté. Quería abrazarlo y darle besos, quería que se sintiera seguro pero no podía hacerlo aún. Debía darle algo de espacio.

—Minho...

—Dime Han —le dije. Han había levantado la mirada y estaba tratando de decirme algo.

—Abrazame Minho y no me sueltes porque siento que me estoy desmoronando.

Y eso hice, lo subí encima de mí y lo rodeé con mis brazos. Sin quererlo algunas lágrimas rebeldes se escaparon de mis ojos.

Han sollozaba en mi hombro y yo pasaba mis manos por su espalda apretándolo poquito, al apretarlo mi mente me decía «aquí está» «esta de regreso» no quería soltarlo por nada del mundo.

Encontré al amor de mi vida y ese es Han. Que mal que no llegué antes a su vida, de ahora en adelante no permitiré que lo sigan lastimando, ni física ni mentalmente. Si tengo que pelear con su papá lo haré, si tengo que colocar una denuncia lo haré, haré lo que sea pero Han no volverá a ser maltratado.

No imagino todo lo que debió de pasar para que esa sea la reacción que tome al escuchar a una persona decirle que lo ama.

—Una vez existió un granjero, —comencé a hablar —ese granjero compró una granja. Para su fortuna la tierra de esa granja era fértil. El granjero comenzó a sembrar muchas semillas para que nacieran muchas flores hermosas, y así fue. Todos los que vivían a los alrededores de su granja lo envidiaban, sus flores eran las más hermosas de todo ese lugar, hasta que un día cuando se despertó y fue a regar sus flores como hacía habitualmente se percató que todas las flores se habían marchitado. —Han solo asentía con su cabeza para hacerme saber que me estaba escuchando —El granjero se entristeció por unos minutos pero después esa tristeza se fue porque él sabía que la tierra de su granja era fértil... Resulta que volvió a sembrar nuevas semillas de flores y con el pasar de las semanas se dió cuenta que esa tierra que hacía florecer cualquier semilla ya no lo estaba haciendo. Algo había dañado su tierra y no había nada que él pudiera hacer para sanarla.

—¿Y qué pasó? —habló Han.

—Lo que pasó fue que a pesar de que el granjero sabía que nada iba a florecer, él seguía intentándolo. Con cada día que pasaba más triste se ponía el granjero. Sus flores eran su alegría y razón por la cual despertar cada mañana. Esas flores eran su única compañía, las únicas que le hacían compañía en su solitaria vida. —mientras le contaba la historia a Han comencé a darle masajes en su cabello —15 años pasaron y el granjero no se rendía. Muchas veces pensó en dejar todo atrás y resignarse a que sus flores no regresarían, hasta que una mañana se asomó por una de las ventanas del granero y vió un pequeño girasol.

—¿Después de 15 años? —preguntó Han.

—Si, después de 15 largos y tristes años. El granjero no podía con tanta felicidad, salió corriendo del granero con mucha emoción, quería ver a su pequeño girasol de vuelta, sentía que la alegría volvía a él, sentía esperanza. Al llegar al lugar donde estaba el pequeño girasol se pudo percatar de algo que no había visto desde la ventana del granero. El girasol estaba rodeado de una jaula de espinas, el granjero se sorprendió porque nunca había visto algo así antes. En todo el terreno y después de 15 años solo había florecido una flor y ahora resulta que no puede cuidarla porque está dentro de una especie de jaula de espinas. —solté un gran suspiro y retomé el cuento nuevamente —El granjero se había enamorado de ese hermoso girasol a primera vista. De pronto vió como las espinas comenzaban a encerrar más y más al pequeño girasol, el granjero comenzó a entrar en pánico. Buscó sus herramientas para tratar de quitar las espinas, por momentos lograba alejarlas y cortar algunas de ellas, pero era en vano, poco tiempo después las espinas regresaban. El granjero podía sentir el dolor que sentía su precioso girasol... Intentó e intentado apartar las espinas pero se dió cuenta de que eso no iba a funcionar nunca.

—¿Y entonces que hizo? ¿Dejó que las espinas lo dañaran? —preguntó Han.

—No. Al darse cuenta de que las espinas siempre iban a estar ahí decidió apartar las espinas con sus propias manos y sacar el girasol de raíz. Mientras lo hacía el granjero soltaba lágrimas y gritos llenos de dolor, pero no le importaba, él solo quería salvar a su pequeño girasol, a su felicidad. Las espinas se enredaban en sus muñecas y entre sus dedos, se enterraban en su piel haciendo que estás se pintaran del color carmesí de su sangre. Con mucho esfuerzo, dolor, determinación y con mucho, mucho amor el granjero llegó hasta el tallo del girasol y sintiendo que las espinas ya estaban llegando hasta sus huesos la arrancó. Las espinas comenzaron a secarse, parecía algo irreal lo que el granjero veía pero a él solo le importaba su girasol. Se fue corriendo al granero y buscó una pequeña y linda maceta, ahí plantó al girasol y desde ese día hasta el último de sus días lo cuidó con todo lo que tenía. El granjero sabía que arrancar el girasol de la tierra era un riesgo, pero al darse cuenta de que su girasol iba a ser asesinado si se quedaba ahí no tuvo más remedio... Tu eres mi girasol Han y si tengo que dejar que las espinas se entierren en mis huesos para no dejar que te sigan lastimando lo haré, ten por seguro que lo haré.

¿Qué nos sucedió?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora