Ve tras ella

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Ha pasado más de una semana desde que llegué a Paris, no he salido del apartamento ni para tomar un poco del Sol. Las persianas cerradas todo el día, las envolturas de chocolate, trastes sucios, alimentos fuera de lugar y olores que no son de este planeta era mi ecosistema. Verificar mi correo electrónico era mi rutina desde que abría los ojos hasta que los cerraba, pero las noticias eran las mismas que al principio, aún nada. Tenía varias llamadas de mis padres, pero sólo respondía con mensajes de texto diciéndoles que estaba ocupada. Incluso, lo que nunca hacía, ignorar las llamadas de mi gemelo. Llevaba horas pensando cómo responder a su mensaje.

«¿Estás bien?»

No era capaz de decirle la verdad y mucho menos mentirle. Lancé el celular hacia un lado, me dejé caer entre el desorden que era la cama, y coloqué una almohada encima de mi rostro. Poco a poco fui apretándola más hasta que solté un grito, grito que fue ahogado por la presión que ejercía sobre mi rostro. Las lágrimas no tardaron en aparecer, luego de un rato fui soltando la almohada. Llamaron a la puerta, del susto me senté de inmediato, sequé las lágrimas con la punta del suéter que llevaba puesto y como ladrón en la noche caminé despacio, no quería que supieran que estaba aquí. Me acerqué a la mirilla, pero no había nadie. Al girarme, los papeles que habían por todo el departamento salieron revoloteando.
Moví mis dedos inmovilizándolo en el aire.

— ¿Qué haces aquí? -lo fulminé con la mirada- ¡No puedes entrar aquí sin antes avisarme!

— W...da -señaló su cuello, lo estaba dejando sin aire. Lo dejé caer, el piso de madera crujió al sentir su peso- Gracias -acarició su cuello, sacudió un poco la cabeza e intentó ponerse de pie.

— ¿Qué haces aquí? -volví a repetir aun malhumorada.

— Wanda, no contestabas los mensajes. Papá y mamá están preocupados...

— Estoy bien, sana y salva -crucé mis brazos, aparentando los puños un poco.

Nos quedamos en silencio, sencillamente el podía ver más allá de mis mentiras. No era buena mentirosa.

— Siéntate -me ordenó, mientras el buscaba un lugar cómodo en el sofá, me fulminó con la mirada al notar que seguía mirándolo desde el mismo lugar, sin mover solo un músculo, pero con gentileza dio tres palmaditas a su lado, dándome a entender que el ya sabía, que no estaba bien- No te haré daño -negó acariciando el sofá- pero tú sí me lo harías.

- Pietro... -aflojé el cuerpo haciendo un pequeño berrinche, pero terminé sentándome a su lado y luego acostándome, puse mi cabeza en su muslo y encogí el cuerpo aguantándome las rodillas- No me han aceptado en la universidad -hice un gesto para que no hablase- entonces un tipo en el bar hace unos días trató de no sé qué conmigo, estoy bien -aclaré rápidamente- una chica muy amable me ayudó y me acompañó a casa, pero ese no es el punto. La cosa es que le he mentido a todo el mundo.

— ¿Una chica eh? -acarició mi cabello con una sonrisa.

—De todas las cosas que te he dicho, ¿solo te interesa que he conocido a alguien?

— Podría decirte tantas cosas, pero de nada sirve que me moleste contigo, en todo caso me preocupa más cómo te sientes y que estés mejor, Wanda.

Las lágrimas fueron incontrolables, no sé cómo de la noche a la mañana pude fallarle, él sabe todo sobre mí, incluso lo que pienso sin tan siquiera decirlo en voz alta. Somos así desde pequeños, no sé cómo es posible que suceda, pero es como si tuviéramos una línea directa, el siempre lo ha dicho. Mi llanto se hizo más incontrolable y él solo me arrulló en sus brazos como un bebé, con su pulgar secaba las lágrimas y su rostro irradiaba paz. La paz que necesito en estos momentos. Para lo que para mí fue una eternidad de llanto, realmente fueron unos minutos.

LA CHEF Y YODonde viven las historias. Descúbrelo ahora