¡Recordó!

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Día Dos

El día de ayer, Yelena estuvo conmigo hasta la noche. Le ofrecí que se quedara como agradecimiento por cuidar a una total desconocida, pero insistió en que no porque aún no nos conocíamos bien. La sentí un tanto incómoda, espero y eso no signifique que mi estado de tristeza extrema la alejó de mí y de nuestra amistad extraña.

A diferencia de ayer, llegué mucho más temprano a la universidad, sentada en el mismo banco intentando recobrar mi valentía y terquedad para poder pasar por las puertas de cristal, la puerta del salón de clases, las escaleras eternas y estar más de siete horas escuchándola, mirándola atentamente, para no perder ningún detalle. Hace un día era bastante fácil perderme en ella y ahora, es mucho más fácil perderme en mí.

— ¿Hoy si piensas entrar a clases?

— No puedo creer que llegues tan temprano -empujé su brazo delicadamente, mirando las puertas de cristal.

— Quería asegurarme de que estuvieses mejor hoy, ¿cómo te sientes?

— Mierda, despertar tan temprano te ha frito el cerebro -me burlé un poco de ella- Me siento mejor, gracias por ayudarme ayer y quedarte conmigo -fue una mentira, una mentira piadosa, no quería hacerla sentir que tenía que estar a mi cuidado.

— La próxima vez, dejo que te jodas -caminó dejándome atrás, ya teniendo la puerta abierta, se detuvo y miró hacia donde mí- ¿No vienes?

Respiré profundo dando pasos firmes, se sentía extremadamente extraño. Era como si esos pasos no los diera yo. Como si jugaran a las muñecas conmigo y no tuviese ningún control sobre mi cuerpo. Todo el tiempo fui mirando al suelo, hasta que llegamos a la puerta del salón de clases. Un leve mareo me tomó desprevenida y poco después una sensación nauseabunda se apodero de mí. Intenté con todo mi ser sentirme mucho mejor, pero cada segundo seguía empeorando.

— ¿Wanda? -Yelena tocaba mi sien con cara de preocupación- Te ves muy pálida, ¿comiste algo? -yo solo escuchaba sus palabras distantes, no lograba entender qué decía- Ven, siéntate y come mi sandwich -no tuve tiempo de decir nada cuando ya tenía un pedazo en la boca- Eso, mastica. Quédate aquí, buscaré algo de tomar.

Todos se quedaron mirando, me sentía juzgada, aterrorizada y literalmente fuera de este mundo. Pude recobrar un poco la compostura luego de ese bocado, no recuerdo muy bien cuando fue la última vez que comí o bebí algo. Fui cerrando los ojos poco a poco, solo quería descansar, mi cuerpo no daba para más. La mezcla entre la tristeza, desolación y falta de nutrientes me estaba matando, pero la tristeza llevaba la delantera. A lo lejos escuché los pasos de mis compañeros alejarse y eso solo podía significar una cosa.

— ¿Señorita Maximoff, se encuentra bien? Está muy pálida y... -su mano tocó mi frente haciendo que me exaltara- Lo siento, mi intención no era asustarla, ¿necesita ir al medico?

— Estoy bien -fue lo único que pude contestar.

— Natasha, ¿qué haces? -una irritada Yelena estaba a sus espaldas, solo podía identificar la silueta de las dos, tal vez pensaron que estaba al punto del desmayo como para que notara la manera en que se hablan- Es muy raro que toques a estudiantes así.

— Es mi alumna, Yelena. Por Dios, solo intento ayudarla. Se ve muy mal. ¿Qué quieres inferir con lo que dices?

— He visto como la miras -este es mi momento perfecto para ponerme de pie y llenar todo de vomito.

— ¿De qué cojones hablas? La he conocido hace una semana cuando han comenzado las clases. No la he visto en mi vida -contestó molesta marcando sus palabras en susurros.

LA CHEF Y YODonde viven las historias. Descúbrelo ahora