Primera fase parte 2

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— ¡Wanda! -haló de mi brazo tan fuerte que caímos al suelo juntas.

Salté de su lado pegándome a la otra esquina.

— No -la señalé- Si estás allá adentro, ¿quién eres tú?

— Soy yo -intentó sujetar mis manos, pero di dos pasos hacia atrás- No sé qué es lo que hay detrás de esa puerta, pero intentó hacerme lo mismo. Engañarme con que tu estabas ahí lastimada -dio dos pasos más adelante.

— ¡Detente! -mis manos se encendieron color escarlata- No puedo creerte, no sé quién está ahí detrás.

— ¡Wanda, soy yo! -escuché simultáneamente, otra Natasha apareció a mis espaldas.

— ¡Deténganse! -esta vez sí lo hicieron- ¡Demonios! -exclamé frustrada e insegura.

— Soy yo, no le prestes atención -habló la primera Natasha, la misma que haló de mi brazo- ¿Recuerdas cuándo entré al baño para rescatarte de ese maníaco?

— ¡Wanda! No lo escuches! Tiene mis memorias. -giré hacia el otro lado, la segunda Natasha que había aparecido corriendo del pasillo- Por lo que más quieras, no le hagas caso -se apoyó de la pared para recuperar el aliento.

No sabía cómo diferenciar la una de la otra. Todo está idéntico, es como mirar el reflejo del espejo, las dos me miraban con sus ojos llenos de desespero. Esperando que tomara una decisión, si incinero a la real no me lo perdonaría nunca. Ninguna logra convencerme del todo.

— Wanda, cariño -extendió su mano más cerca.

— ¡No te atrevas a tocarla, Cecaelia!

Observé a la Natasha que aún reposaba en la pared y uno de los luceros que he conjurado iluminó el collar de Yelena, haciendo titilar.

— ¡Quita tus mugrosos tentáculos de mi vista!

Las bolas de fuego iban directo a ella, dejó ver su verdadero yo antes de entrar a su cueva, mitad mujer, mitad pulpo. Sacada de un libro de mitología a la vida real, aún a estas alturas no logro adaptarme a algunas cosas. Cuando por fin estuvo adentro, sellé la pared con mi magia, asegurándome que no pudiera salir, a menos que mi abuela así lo quisiera. Espero que cuando se de cuenta que la he encerrado todo esto haya acabado.

— ¿Cómo sabías que era yo? -recuperó su compostura, pero estaba toda despeinada y alguna rasgaduras. Cecaelia debió arrastrarla también por los pasillos.

— Solo lo sabía -intenté sonar arrogante, pero una risita se me escapó de los labios haciendo que mi espectáculo quedase al descubierto- El collar de Yelena, ella no lo tenía. Debió no haberlo visto.

Se llevó la mano al pecho, apretando delicadamente el pendiente en forma de abeja.

Caminamos un poco más, a lo que parece no haber visto un humano por aquí hace mil años. Las telarañas decoraban en pasillo, mucho más que los del principio. Juro haber escuchado gotas de aguas y roedores asustadizos escapar de nuestras pisadas, las cuales hacían eco persistente cada vez que nos adentrábamos más.

— ¿Tenías conocimiento de esto? -peleaba con una telaraña que se le había enredado en el rostro.

— Mi abuela, contaba cuentos. Recuerdo algunos sobre túneles que ayudaban a las brujas a escapar, esconderse para no ser ejecutadas en la horca. ¿Vaya historia para niños pequeños, no?

— No hay nada de tu abuela que no me sorprenda a estas alturas -hizo ruidos con la boca, ahora la telaraña se había enredado en sus labios.

Me detuve en seco cuando vi una pared con un dibujo de la Bruja Escarlata. Era mi rostro, toqué delicadamente la piedra fría, pasando por cada aspecto de ella, soy yo. La tierra comenzó a moverse debajo de nuestros pies, Natasha sujetó mi hombro lista para comenzar a correr en este laberinto, pero solo se abrió la puerta oculta detrás del dibujo.

Una vez puse el primer pie ahí, los focos se encendieron, las estanterías llenas de libros de hechicería eran inmensas e interminables, incluyendo las pieles que colgaban a los costados de la habitación. Contaban una historia, la historia de la Bruja Escarlata. Observaba todo con detenimiento para poder hacer fotografías de mis memorias.

— ¿Quién es ella? -Natasha estaba en frente de una de las pieles, una mujer sentada en un banquillo tejiendo un gran tapiz con diferentes estampados que no lograba identificar.

— No tengo idea -toqué el borde, debió ser lo bastante viejo por todo el polvo que salió desplegado- Vámonos, tal vez encontremos un cuarto con libros. Mi abuela no puede vivir sin ellos.

Se nos ha pasado el tiempo volando, y tan pronto miro el reloj son las tres de la mañana, la hora muerta. Pasar esta hora aquí no será bonito. Llevamos un buen rato buscando la salida, pero no teníamos idea de donde estaba.

— Nat, quiero salir de aquí. Hemos pasado mucho tiempo y la hora...-un ruido horrible se escuchó al final del pasillo- Esa es nuestra señal.

Ambas salimos corriendo por el pasillo, comencé a buscar en mis memorias, buscando la salida, pero desde que los tentáculos me atraparon todo está borroso.

Poco después, el lucero que me guió hasta aquellos libros apareció marcando el camino, halé del brazo de Natasha, que parecía tan sorprendida de mi estado de conciencia ahora, pero sin preguntar el porqué solo siguió corriendo sujetándose de mi mano. Tanto las ventosas, que deben ser de algún ente nuevo porque no hay manera de que el que atrapé detrás de la pared de piedra haya escapado, estaba en conjunto con un ruido que no logro identificar, pero continuaban pisándonos los talones. El suelo ya estaba abierto y una vez llegamos a la luz de la Luna, todos los ruidos cesaron.

— Recuérdame una vez más -se le entrecortó la voz por la falta de aire- por qué hacemos esto -tenía cara de dolor.

— Por salvar al mundo -caí de plano al césped, el cual apreté mis manos intentado liberar la energía, la adrenalina y mis ganas de llorar, por enfrentarme una vez más a la muerte por nada.

— Hey -se acostó a mi lado, con su dedo meñique intentando hacer contacto conmigo- Todo lo que hacemos valdrá la pena. Te aseguro que sacaremos algo de información de todo lo que vimos hoy.

— Solo vimos pasillos de piedra -apreté los dientes.

Rodó un poco para halar de mí por la cadera para poder juntarme a su cuerpo. No dijo nada, solo se aseguró de que yo estuviese completamente segura. Creo que ambas nos podemos proteger de maneras distintas, pero eso es lo que lo hace diferente que cada una tenga un punto distinto a su favor.

— Yelena amaría esto -me fijé en la estrella más brillante del cielo, esa debía ser ella- ¿Correr por pasillos embrujados y temer por tu vida un noventa y nueve por ciento del tiempo? -solté una carcajada.

— En vez de salir a llorar como nosotras dos, estallaría en risas por todas las veces que pusimos cara de miedo o nos hubiésemos cagado en nuestros calzones.

Las dos comenzamos a reír desesperadamente, tanto que hasta dolía la panza al momento de respirar. Cuando por fin parecía haberse calmado, las risas se apoderaban otra vez y el dolor arropaba todo. Nuestras risas, debieron ser lo suficientemente altas para que mi abuela se diera cuenta y encendiera las luces del pateo trasero.

Natasha y yo salimos corriendo tomadas de la mano aún riéndonos sin parar. Coloqué la barrera antes de salir corriendo una vez por todas hasta llegar a casa.

LA CHEF Y YODonde viven las historias. Descúbrelo ahora