— Quiero que respires, e imagines un lugar donde te sientas segura -inhaló conmigo- Cuando lo hagas, entraré contigo. Necesito que me des permiso, no quiero sentirme como una invasora, eso no es lo que intentamos hacer.
— Entiendo... -cerré los ojos, acomodándome en la pose de indio que tengo desde que nos sentamos aquí, tengo miedo de no poder ocultar todo lo que sé sobre los pasillos y las paredes secretas a la Doctora Harkness.
— Imagina tu lugar seguro.
Y lo hice, era el patio trasero de la casa de mi abuela. Incluso, después de lo que sucedió con mi abuelo, ahí pasé los mejores momentos de mi infancia, junto a Pietro, mis padres y mis abuelos. Ahora es un tanto amargo pensar que es el mismo lugar donde mi abuelo se fue a descansar con los dioses, pero prefiero recordar todas las veces que jugábamos escondite mágico con ellos.
Luego de un momento, apareció la Doctora Harkness a lo lejos, no se acercó hasta que yo lo hice.
— Veo que tus abuelos son parte importante de tu vida -sonrió ampliamente.
— Siempre lo serán -escuché gritos de niños, miré extrañada a la Doctora y ella solo asintió.
Comencé a caminar en dirección hacia las risas y gritos, éramos Pietro y yo, mientras mi abuelo hacía una barbacoa y mi abuela lanzaba burbujas al aire. Debíamos tener algunos seis años.
— ¿Cómo te sientes estando aquí? -preguntó con voz dulce y baja, intentado no espantarme. No sé cuándo fue tras de mí.
— Me siento en paz, tranquila y sin preocupaciones -sonreí al ver que Pietro cayó al suelo por intentar atrapar una burbuja casi inalcanzable para su estatura.
— ¿Ya no te sientes así?
— Hace mucho no. El último momento que recuerdo, fue cuando tenía a Yelena y Natasha. Por un momento me sentí invencible, luego volví a sentirme completamente vulnerable. Tengo a Natasha, pero las circunstancia no son las mismas, no está en juego lo mismo.
— ¿Tu familia no es tu lugar seguro?
— La vida nos ha jugado muy malas pasadas, nos hemos distanciados y casi no nos vemos. Últimamente, solo los veo para recibir malas noticias -suspiré en tono amargo e impaciencia porque no me gustaba el sentimiento que se acumulaba en la boca del estómago- Es mejor si se alejan de todo lo que está sucediendo.
— ¿Porque eres la Bruja Escarlata?
— No lo soy -contesté entre dientes.
— No podemos negar que hay una alta probabilidad de que sí lo seas -pausó, y se acercó más a mi lado- ¿Ves algún final donde puedas ser ambas cosas, ser feliz y ser la Bruja Escarlata?
— No he tenido tiempo de pensarlo -quedé fría.
No había pensado en la posibilidad de que en algún momento todo esto acabará. Que hay una manera de que todo termine, no muera nadie más y todos tengan la vida plena que merecen. Donde ser esto, todo lo que soy, no sea un calvario. Un peso en los hombros que debería ser inhumano cargarlo.
— Wanda, hay maneras de que todo esto acabe, puedes devolver tus poderes.
— ¿Qué ha dicho? -di dos pasos hacia atrás.
— Es algo que hemos hablado tu abuela y yo -intentó calmarme, pero no dejé ni que se acercara ni un paso más- No dejarás de ser bruja, solo guardaremos tus poderes en un amuleto. Que puedes guardar y controlar a tu antojo. Podemos decir que el poder de La Bruja Escarlata desapareció y que nadie más lo ha visto.
— ¿Es eso posible? -el corazón me latía de manera irregular y demasiado rápido, sentía la vena de mi cuello a punto de estallar.
— Solo debemos encontrar el recipiente correcto para toda tu magia, hablar con los Elders y que tu abuela de el visto bueno.
ESTÁS LEYENDO
LA CHEF Y YO
Hayran Kurgu- Wanda -intentó tomar mi mano, pero me zafé de su agarre. - Chef Romanoff -subí al tren sin mirarla, hasta que busqué un asiento. Enterré mi rostro en la palma de mis manos intentando ocultar las lágrimas que inevitablemente salieron sin ser llamad...