Salón de clases

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Seguía de pie frente al espejo sin poder creer aún que esto estaba sucediendo, llevaba puesto el pantalón a cuadros de la universidad con los zapatos negros brillantes. Me habían enviado la filipina, pero me negaba a ponérmela hasta que llegara a la universidad. Lo había enviado para hacerle unos entalles y lo plancharan, debía llegar impecable. Al menos algo bueno me había enseñado mi padre, quisiera que las cosas fueran de manera diferente, tal vez como eran cuando era niña. Cuando pasaba tiempo en casa y teníamos desayunos en familia, o simplemente vacaciones. No todo era trabajo antes, no sé porqué tiene que serlo ahora.

Miré el reloj que llevaba en mi mano izquierda, aún tenía una hora para llegar aunque solo esté a diez minutos en tren, y tendría que caminar un poco más, pero tengo todo el tiempo del mundo. No había tenido la oportunidad de utilizar el tren para nada y hoy ha sido la mejor decisión que he tomado desde hace mucho. Los arboles vestían un verde brillante, mientras los destellos de sol brillaban entre los pequeños espacios que surgían con el movimiento del viento entre las hojas. La yema de mis dedos paseaban por el cristal, mientras soñaba de mi futuro y lo cerca que podía sentirlo, balanceándose en la palma de mi mano, listo para que lo atrapase entre mis brazos. El altavoz anunció mi parada, tomé mi mochila esperando que abriesen las puertas. Caminé unos cinco minutos, cuando encontré un café abierto, pedí un café y croissant para llevar, los cuales comí saboreando cada bocado, mientras continuaba caminando.

Aún tenía tiempo, no mucho, pero lo tenía. Caminé por los pasillos, observando los cuadros de chefs famosos que habían asistido aquí, los trofeos de competencias, y los salones con cristales gigantes, se veía todo desde afuera. Todo se veía de un color reluciente y bastante limpio. Mientras caminaba busqué en mi celular el número de mi salón, estaba en los pisos altos, tendría que subir las escaleras dos veces, pero eso me daría tiempo para continuar con mi exploración. Hasta que por fin me detuve en el número veintitrés doce, en estos momentos me sentía en una película, respiré profundo para abrir la puerta, pero no había nadie.

Pude escoger mi asiento sin problemas, me sentaría adelante, quería ser lo más atenta posible, pero unos segundos después, mi pánico comenzó a acumularse. Tomé mis cosas y me senté tres filas más atrás de donde inicialmente estaba, lo suficiente cerca para ver todo y lo suficiente lejos para no parecer una nerd. Faltando cinco minutos para comenzar, muchas personas comenzaron a llegar. Todos se sentaron dispersos por el salón, sin decir ni una sola palabra. Poco después ya habíamos alrededor de quince alumnos allí, pero ni un solo rastro del profesor o mejor dicho, el chef. En estos precisos momentos ya me estaba haciendo del dos en los pantalones, los nervios me consumían y mis piernas parecían tener vida propia.

— ¿Puedo sentarme ahí? -una chica rubia, con un acento bastante marcado me sonreía con una mano puesta en la mesa. Solo asentí y ella se sentó en silencio a mi lado.

Odiaba las interacciones y más cuando estaba nerviosa. Me sentía torpe e insegura. Saqué mi teléfono para enviar un mensaje a Pietro, él era el único que me entendía en estas situaciones. Si no fuera por él, en muchas ocasiones, hubiese salido corriendo sin pensarlo dos veces, pero ahora él no está aquí y si lo hago, no hay vuelta atrás. Aún seguía con la mirada puesta en mi celular cuando escuché un bullicio en la parte de al frente. Al no escuchar ni una palabra, seguí con lo que estaba haciendo.

— Buenos días, espero todos hayan tenido una excelente mañana. Soy la chef Romanoff y seré su instructora por todo el año y medio que estarán aquí.

Subí la mirada, la chef aún estaba de espaldas escribiendo su nombre en la pizarra, sería una locura que fuera ella, pero su voz era idéntica. Tal vez es que aún sueño con que podamos ser algo, pero eso no es posible en estos momentos, soy yo alucinando con su voz.

LA CHEF Y YODonde viven las historias. Descúbrelo ahora