Todos estos días fueron muy pesados, no solo para mí, pero para la familia de Natasha, a quien tuve que mirar a los ojos y darles mi más sentido pésame. Ellos insistían en que no era mi culpa, no saben la historia del todo. Piensan que fue un robo, que Yelena se quedo dormida en la tina mientras yo dormía, y terminaron asesinándola porque logró ver sus rostros. Incluso es lo que ha salido en las noticias, todo el vecindario está alerta, por una mentira.
Natasha no se comunica conmigo desde ese día, puedo entenderlo. Hice todo el asunto sobre mí, sobre mi culpa y sentimientos, es completamente normal tenerlos, pero no son los únicos envueltos en este asunto, ni los más fuertes. La abuela me ha obligado a ir a terapia casi toda la semana, despierto en medio de la noche llorando y gritando, revivo una y otra vez a Yelena entre mis brazos, con el cuello abierto lleno de sangre, es algo que no podré sacar de mi mente, pero estoy en paz con el hecho de que nadie más la haya visto de esa manera.
Su funeral fue con el ataúd cerrado, una parte de mí está feliz porque se quedaron con la imagen que la caracteriza, la Yelena feliz que llenaba de luz cada habitación que pisaba, o su risa extremadamente contagiosa. La extraño todos los días, y el vacío que se siente jamas será remplazado por otra cosa.
— Wanda, sé que nada de esto es fácil para ti. Podemos estar todo el tiempo que decidas sin hablar, el camino no es recto, tampoco estipulado. ¿Puedes decirme qué estás sintiendo?
— Doctora Harkness, agradezco que esté a mi cuidado, pero no creo que esté lista para eso. Aun siento el peso de su cuerpo en mis brazos, el olor predominante apoderándose de mi nariz -la garganta se me comenzó a hinchar de tanto aguantar las ganas de llorar, justo así se sentía no estallar el mundo.
— Es aceptable, Wanda. Acabas de pasar por un momento traumático. ¿Cómo te acoplas a la universidad?
— Aun dejan flores en su silla, y es como si su presencia aun siguiera ahí, sonriente como siempre -abracé fuerte mi cuerpo al recordar el calor de su cuerpo, todas las veces que me llevaba café en las mañanas- El lazo de color negro cada vez se ve más deprimente, ya ni tiene su forma inicial.
— ¿Compartes con tus compañeros o interactúas con Natasha, o tu profesora? Sé que ha sido difícil para ella.
— Le han arrebatado a su hermana, creo que todo su comportamiento es más que aceptable. Solo se dirige a mí en ámbito profesional -jugué con mis dedos aun sin mirarla- Tampoco he intentado hacer el acercamiento, es tan difícil para ella como lo es para mí -negué varias veces de mala manera- ¡Eso no fue lo que quise decir!
— Da bocanas de aire -hizo ejercicios de respiración conmigo, para ayudarme a calmar- ¿Qué fue exactamente lo que no quisiste decir?
— No puedo comparar lo que sentimos. Los de ella deben ser mucho más fuertes que los míos. Era su hermana, el amor de su vida, su compañera...
— ¿Tus sentimientos no importan?
— No en estos momentos -contesté tajante.
— Wanda, los sentimientos de todos son válidos e importantes. No sentimos de la misma magnitud o intensidad, pero sí, todos los sentimos y son igual de prioritarios.
— No puedo competir con Natasha, ella ha estado viviendo lo mismo que yo, pero a diferente escala.
— Lo has dicho tú, han vivido lo mismo solo que a una escala diferente.
La sesión terapéutica terminó antes de lo esperado, no quise volver a desparramar mis sentimientos, o insinuar que los sentimientos de Natasha son igualitarios a los míos. Mi abuela ha impuesto una regla, universidad, terapia y luego a casa. No hay excusa. Dado a que la terapia ha terminado antes, he decido ir al cementerio, donde no he ido hace unas semanas porque no tenía el valor de hacerlo. Compré flores frescas, las que nunca le pude dar mientras seguía con vida, y bajo el cielo grisáceo, caminé lentamente por unos minutos hasta que llegué a la entrada principal. Intenté muchas veces entrar, la misma cantidad de veces que intenté marcharme, hasta que el viento acarició mi rostro y sentí calma, calma que no he sentido desde que me mudé aquí hace casi un año.
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LA CHEF Y YO
Fiksi Penggemar- Wanda -intentó tomar mi mano, pero me zafé de su agarre. - Chef Romanoff -subí al tren sin mirarla, hasta que busqué un asiento. Enterré mi rostro en la palma de mis manos intentando ocultar las lágrimas que inevitablemente salieron sin ser llamad...