17. Duchas

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Max permanecía con los brazos cruzados y en silencio. Reflexivo.

Pero mientras que más se encargaba de analizar, más se sentía impotente y frustrado. Culpable.

Quizás apresuró las cosas. Era su padre, lo amaba y jamás le faltaría el respeto pero finalmente había comprendido que Jos Verstappen, a veces no lograba separar su trabajo y sueños de él, de su hijo.

El aroma de Max se intensificó lentamente, mostrando su inconformidad y molestia. Hierbabuena se agregó a un lado del grano de café y té de limón.

—Max —Intentó regresarlo a su realidad.

Emilian posó su mirada en el más bajo.

—¿Hm?

—¿Por qué lo hiciste?

Max reflexionó unos instantes antes de responder. Fácilmente podría confundirse su acción anteriormente tomada.

Por mí —Respondió con transparencia — Cuando no estuviste, me di cuenta de bastantes cosas Sergio — Max se alejó de los lockers metálicos para acercarse hasta el omega delante suyo — Lo hice porque así lo quise.

Y cada que sus ojos se conectaban, parecían ser como la arena y el mar uniéndose por una eternidad, perteneciéndose mutuamente.

Porque, aunque no se viera en la profundidad del mar, la arena siempre estuvo allí, oculta y sosteniéndole. Siendo parte de su existencia.

Y porque cada vez que el agua salada se acercaba a las orillas y arrastraba para sí a la arena, no era para opacarlo sino para cubrirlo, para protegerlo y ayudarlo nuevamente a brillar.

—Lo hice por mí —Reitera mas bajo. Casi embelesado por la existencia contraria.

Los zafiros de Max tomaron nuevamente un brillo particular, mostrándole a Sergio la situación.

El mayor tomó el rostro del menor y lo atrajo voluntariamente hasta su hombro, permitiéndole apoyarse y sostenerse de él. Inquieto por verle de tal manera.

El bajo sonido que se creaba cuando uno sorbía la nariz hizo acto de presencia al poco tiempo. Sergio cerró los ojos con dolor, rogando internamente al cielo poder arrebatarle un poco de sufrimiento al menor.

El mar estaba agitado. Había una tormenta sobre este y él, sólo podía quedarse a ver desde la lejanía.

—No importa si te aburres o si te cansas de mí, siempre estaré para ti, Maxie —Juró con sinceridad.

Max envolvió sus brazos alrededor de la cintura del mexicano.

—Quédate hasta que me canse. Te aseguro que será dentro de otra vida, no en esta —Incrustó su nariz en el cuello del mayor — Pérez, no te atrevas a marcharte tan pronto de mi lado — Le demandó sin severidad u autoridad.

Sólo necesitaba ahora una positiva, no importaba que fuese una mentira.

—No te preocupes. Permaneceré a tu lado, te lo prometo —Llevó sus largos dedos hacia la cabellera rubia del neerlandés, entrelazando sus dedos con gentileza e inconsciencia.

Anhelaba proteger al menor.

Pasados unos minutos la fragancia del alfa regresó a la normalidad, dejando sólo los matices de grano de café y té de limón. Sus contracciones suaves creadas por los sollozos silenciosos del más alto finalmente habían cesado con regularidad y naturalidad, sin embargo, para Max no le era suficiente.

Necesitaba más de la fragancia contraria. Quería volver a percibir esa esencia a caramelo que el mexicano soltó cuando le acorraló y le permitió olerle de cerca.

Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora