51. Tiempo

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Sus cuerpos entrelazados, el ritmo de sus corazones y respiraciones manteniéndose homogéneos, su pasividad era excepcional comparado a cuando estaban en pista.

Sergio permitía que Max le abrasase desde la espalda y se acurrucaran como si fuesen dos cucharas perfectamente acomodadas. Parecían estar hechos el uno para el otro.

Para ese momento, poco les importaba el sonido lejano que se reproducía desde la televisión, producto de la película que supuestamente ellos verían mientras intentaban dormir, la realidad era que, con sólo mantenerse unidos y percibiendo la fragancia y calor corporal contrario era suficiente para sentir que sus almas podían estar tranquilas y a gusto, sintiéndose profundamente aliviados y fuera de peligro.

Sergio ronroneó dentro de sus sueños cuando sintió al holandés atraerlo hacia su cuerpo, no permitiendo que hubiese un mínimo centímetro de distancia entre sus cuerpos. Max necesitaba completamente del contrario.

Suspiró hondo y en bajo el mexicano aún dentro de sus sueños, relajado y descansando como se debía. Había extrañado en demasía a Max.

No, no volvería a pasar otro instante lejos de él.

Estuvieron toda la noche acurrucados en el sofá, no despertándose ni una sola ocasión durante la tibia velada, pues sus lobos al estar tan agotados por la lejanía y sus propios conscientes estando tan desgastados por todo el arduo trabajo y la montaña rusa de emociones, se permitieron bajar la guardia, permitiéndose un momento de paz.

Fue hasta que el reloj marcó las ocho, y el celular de Max y Sergio no dejaban de soñar.

—Puta madre —Respingó adormilado y molesto en su idioma natal, queriendo seguir durmiendo abrazado de Max.

—Zet die rotzooi uit —Bramó en neerlandés. Abrazando a Sergio con mayor firmeza.

Sergio suspiró.

—Max, bebé —Su voz salió ronca y floja.

El de hebras rubias negó, atrapándolo entre sus brazos.

—Dejará de sonar en algún momento —Respondió adormilado.

—Sabes que no.

—Tómalo y regresa a mi —Demandó encaprichado.

—Ja, schat.

El holandés se contrajo sobre su lugar, excitado de haberle escuchado intentar pronunciar en su idioma natal y con aquella voz adormilada.

—Contesta, contesta, contesta —Repitió un poco más despierto que antes, pero demasiado cómodo como para anhelar moverse un poco.

Sergio estiró uno de sus brazos en dirección del mueble que adornaba la sala, tanteando torpemente y molestándose cuando no es capaz de encontrarlo. Tuvo que distanciarse de Max y reincorporarse un poco, abriendo los ojos y buscándolo, encontrando su celular en la orilla, a nada de caer.

Lo tomó rápidamente y volvió a recostarse, dándole la espalda a Max para no arrebatarle el sueño y sin ver quién era, contestó.

—¿Diga?

—¡Por Dios! ¡Checo! —Vociferó aliviado el hombre del otro lado de la línea telefónica.

Sergio se crispó. Cierto, olvidó a Horner.

—Te llamé treinta veces, dime qué te encuentras bien —El inicio de su oración parece molesto, pero mientras más avanza durante este, su tono de voz que emplea se torna preocupado.

—Oh, lo siento mucho. No escuché la llamada —Suena apenado el mexicano.

No creyó haber estado tan agotado como para no escuchar su celular hasta aquel momento del día.

Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora