38. Habitual

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El constante sonido lejano le trajo de vuelta a la realidad.

Sergio sacó su mano debajo de las colchas, posándola sobre el buró de noche a un costado de la cama pensando que allí se encontraba su móvil. Más temprano que tarde recordó en donde se encontraba su celular, así que con poco ánimo se descubrió y bajó los pies del colchón, levantándose y encaminándose a sus pantalones.

Bostezó en el proceso.

Buscó su celular en las bolsas de su pantalón hasta que lo halló, lo sacó y observó la pantalla.

Charles —Leyó a duras penas y poco audible. Tomó la llamada — ¿Sí? — Sergio aclara su garganta.

—Oh ¿te desperté? —Charles se escucha un poco avergonzado.

—No te preocupes, ya iba a despertar —Sonrió enternecido ante la timidez de Leclerc — ¿Todo bien, Rayito? — Tutea familiarmente al monegasco.

Checo adquirió ese apodo a raíz de que observó todas las ediciones que le hacían de Leclerc. Si Cars se hiciera un live-action, Charles sería un idóneo Rayo McQueen.

—Ah sí —Titubea un poco — Estuve pensando en ir con ustedes, quizás sea mejor que comience a salir — Expone no muy convencido — ¿Irás tú? — Le cuestiona, intrigado.

—Sí Char —Rápidamente da una positiva — ¿Carlos te acompañará?

—Sí, él viene conmigo —Se escucha un poco más animoso después de la positiva de Sergio.

—Muy bien, nene. Nos vemos entonces en el restaurante ¿sí? —Confirmó su asistencia y lugar con naturalidad y amabilidad.

Charles produjo un sonido en afirmación, se despidieron y ambos terminaron con la llamada. Checo suspiró, se encaminó hasta su mochila y sacó ropa limpia y que no apestara a esa fragancia anímica que haría que media parrilla le preguntara sobre su estado. Prefería evitar por el momento ese tipo de preguntas.

Sergio se encaminó a la ducha, abrió la regadera y dejó que esta se adecuara justo a su temperatura corporal, se quitó los calzoncillos y prontamente se adentró con sumo cuidado para evitar resbalar. Suspiró aliviado al sentir su cuerpo comenzar a ceder y relajarse ante el agua, calmando sus pensamientos y recibiendo unos minutos más de paz.

Alrededor de cinco minutos pasaron para que el mexicano decidiera dar por finalizada su ducha, oliendo al shampoo del hotel y nuevamente limpio. Tomó la bata blanca y se la puso sobre el cuerpo, tomó otra y con esta comenzó a secar su melena azabache y ondulada.

Inconscientemente el tapatío se paró delante del espejo, observándose a sí mismo a través de este. No quiso hacerse una utópica idea de él embarazado.

Pero lo hizo.

Lentamente alejó la toalla de sus hebras azabaches, bajó su mirada hasta su estómago y lo escudriñó con cierto temor.

Llevó su mano hacia su abdomen, deslizando suavemente las yemas de sus dedos y apreciando aquella parte. Alguna vez lo pensó inocente e inconscientemente, pero ahora lo consideró por voluntad propia.

¿Llevar los cachorros de Max? ¿Formar una manada con él?, pensó y una sonrisa suave bifurcó en sus belfos.

—Una familia con Max —Farfulló delicado.

Acarició con amabilidad, sintiendo a su animal enajenarse y permitirle un momento de ensueño.

—¿De verdad podría llevarlos? —Apartó su mirada de su reflejo, ahora posándola en sí mismo — Le encantaría saberlo.

Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora