31. Italia

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Eran las seis de la tarde, cuando los pilotos llegaron al norte de Italia. Hospedándose (como de costumbre) en un hotel costoso y de alta calidad que era reservado únicamente para los trabajadores de la fórmula 1 cada cierto tiempo.

Cada piloto tenía su propia habitación. Así que nadie podría esperar verdaderos conflictos entre ellos, exceptuando la fiesta post carrera pero ni siquiera allí, surgían problemas.

Sobre todo, decidían darle a cada corredor una habitación respectiva por el tema de meter a personas externas al paddock o la escudería para pasar la noche y desfogarse, para después olvidar el tema y no mencionarla nunca más o únicamente, como una conversación trivial y efímera.

Nadie sospechaba realmente de que entre ellos terminasen acostándose, pese a la obviedad ocasional. Era tonto creer que la tensión prominente no se encargase de hacer lo suyo entre ellos.

El claro ejemplo era el dulce omega británico, Lando Norris; y el alegre y analítico alfa español, Fernando Alonso.

El mencionar a Carlos, Charles, George y Hamilton sobra de más a decir verdad. La tensión entre ellos estaba siendo demasiado fuerte y el destino se estaba encargando de unirlos, quisiesen o no. Sin embargo, Verstappen y Pérez iba un poco contra pronóstico.

Cualquier persona comete errores, pero no los dioses. El destino no se equivocó en unir al neerlandés con el mexicano, creyendo que entre ellos no existía nada más que rivalidad cayendo en lo contraproducente para la escudería.

Sergio debía haberse encontrado con una hermosa omega llamada Carola, y la cual le daría a Pérez lo que tanto tiempo estuvo buscando. Un alfa.

Al ser recesivo, sí a su animal interno le parecía idóneo y correcto, el mexicano podría haber cambiado su casta por el bien de su manada. Pero deidades superiores creyeron que el pequeño tropezón que implicó ser Max Verstappen en la vida de Sergio Pérez no les iba a costar un lazo, una casta afianzada y el nacimiento de un amor eterno, así como el cambio de rumbo de sus vidas.

Sergio tendría a Carola.
Max tendría a su soledad.

Pero alguien decidió apiadarse de Max, así como quizás se enamoró de la unión idílica creada entre el mexicano y el neerlandés. Aunque no tuviese la certeza de que funcionaría entre ellos.

Pero allí estaban.

Max y Sergio intentando por sí solos crear su propio camino.

Checo dejó caer su mochila sobre el asiento de la habitación en la que había sido asignada para él, observando con enajenación esta para después, rascar la palma de su mano sin cuidado.

Suspiró.

Dirigió su mirada hacia el ventanal de la habitación y observó lo grisáceo del día.

—Lloverá —Farfulló en bajo. Perdido en sí mismo.

Mientras tanto, en algún otro lado del hotel se encontraban Lance Stroll junto a George Russell, conversando tranquilamente sobre temas triviales que pronto se desviaron a otros pilotos.

—¿Max no continuó mencionando el "rasguño" de su monoplaza? —Sorbió el líquido caliente de su taza.

George entrecerró los ojos, fulminante.

Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora