21. Cena y carrera

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—Hm —Un sonido de placer escapó de sus labios. Max le observó sin dejar de masticar el alimento — Esto sabe exquisito — Aseveró.

—El año anterior vine aquí a cenar —Rememoró tranquilamente.

—Fue una buena elección traerme aquí —Limpia su boca con una servilleta.

Max sonríe alegre.

—Me da gusto saberlo —Emilian cortó el salmón y lo llevó a sus labios.

Sergio observa a su alrededor, analizando a la gente que parecía no prestarles la verdadera importancia. Era como si no los conociesen y por un momento, lo agradeció.

No comer entre tanto bullicio era más que bueno.

El mexicano regresó su atención al platillo delante suyo, evitando pensar en otra cosa que no fuese el alimento; o el alfa dominante enfrente de él. Y gracias a su concentración y decisión, es que Max y Sergio tuvieron una muy buena noche, en dónde, después de conversar un rato de los autos, podios, estrategias para la escudería y objetivos o propósitos futuros, pudieron tomar un destino diferente de su charla.

Trivialidades.

Y jamás creyeron que hablar del clima fuese tan interesante. Pero no era el tema, sino con la persona con la que conversabas.

Al finalizar la noche, Max y Sergio regresaron al hotel en el que se hospedaban y, cada quién tomó su rumbo a mitad del pasillo (costándoles separarse).

Checo se encerró en su habitación una vez que se despidió del más alto, apoyándose en la puerta sobre su espalda y mirando hacia delante, enajenado.

Sintiéndose como una quinceañera enamorada.

Sergio cubrió su rostro con ambas manos al darse cuenta del rumbo de sus propios pensamientos, percatándose que su cabeza le llevaba por mucho.

Tenía que recuperar el control de él mismo antes de que fuese demasiado tarde e hiciera algo de lo que fuera capaz de arrepentirse en un futuro. Max era sólo un alfa dominante que intentaba cortejarlo, aún por encima de todo, él lo estaba intentando.

Quería enamorarlo, arrebatarle el corazón para después unirlo al suyo y compartirlo.

Su omega esbozó un sonido agudo que podría percibirse fácilmente a uno de emoción.

—Tranquilízate, Sergio —Se reprendió en murmullos — Por un carajo — Se alejó de la puerta, intentando tranquilizarse — Recupérate — Se sentó en el sofá del cuarto.

Observó sus manos sobre sus muslos y después volvió a cubrir su rostro con frustración. Max se estaba colando demasiado rápido dentro de su ser, estaba seguro que sí el menor decidía hablarle sobre ser una pareja y se lo pidiese mañana, él aceptaría.

Tomó el cojín de adorno a su costado y con irritación alegre y desbordante, cubrió su rostro para reprimir su grito de desesperación. Necesitaba un momento de paz.

Ya no aguantaba esas andadas. Era un hombre adulto y creía que debía comportarse como tal, no como una quinceañera enamorada.

Se dejó caer en el asiento, acomodando el cojín debajo de su cabeza y cerrando los ojos para intentar alejar toda clase de pensamientos y emociones. Debía tranquilizarse. Mañana sería un gran día y él, sólo necesitaba pensar en la carrera.

Debía ser el número uno.

Y así lo sería. Se esforzaría por llegar a la primera posición y mantenerse en la delantera, dando pelea y demostrando lo capaz que podría llegar a ser un mexicano dispuesto a ser el mejor.

Sonrió enorgullecido.

Así sería. Se enfocaría sólo en ello dentro de la pista.

Hablaría mañana con Max y le ayudaría a cortejarlo una vez concluida la carrera. Estaba dispuesto a luchar a un costado del neerlandés, demostrándole que no estaba sólo y que él, estaba seguro de sí mismo, del contrario y de lo que estaban por construir juntos.

Sí, quizás sonaba cursi.
Pero ese era Checo y parte de su naturaleza.

Max tendría que soportarlo. Y finalmente Sergio sonrió más aliviado y con las mejillas tibias.

Su omega se sentía extrañamente cálido. Decidió no prestarle atención.

Sergio pisó el acelerador enjundioso, manteniendo el control de su vehículo y mirando efímeros instantes por el espejo de este mismo

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Sergio pisó el acelerador enjundioso, manteniendo el control de su vehículo y mirando efímeros instantes por el espejo de este mismo. Cerciorándose de la distancia que había entre él y Max Verstappen.

—¡Eso es Checo! Sólo faltan veinte vueltas ¿puedes mantenerlas? —Le cuestionaron desde el paddock.

—Sin problemas —Aseveró y continuó con su trayecto.

Eso era, estaba luchando por demostrarse a sí mismo, que él, sin importar cuán enamorado (oculto) estuviera, no se dejaría doblegar tan sencillamente.

Amaba ir en contra de sus instintos más bajos, por ello jamás creyeron (aquellos que desconocían el pequeño secreto de Sergio antes de ser expuesto a los reflectores) que él, fuese un omega recesivo.

Aunque esto último podría explicar un poco más su rebeldía ante los alfas comunes.

Sergio luchó sin detenerse ni un sólo instante para llegar hasta allí, estaba dispuesto a no rendirse ahora y conformarse con sólo unas cuantas victorias.

Dentro de la pista él lucharía por ser el mejor. Fuera de esta pelearía por el amor e interés desinteresado de Max Verstappen, por cuidarlo y protegerlo, sostenerlo sanamente.

Y sin darse cuenta por culpa de su enajenación que le dejó en un estado automático dentro del circuito de Azerbaiyán, completó la carrera.

Llevándose el primer lugar.

Ganándose el aplauso y sonoros gritos de felicidad y excitación no sólo por su escudería, sino también de sus fanáticos. Demostrándole a Sergio que, no importaba si así fuese un delta o un simple beta, su esfuerzo y personalidad habían conseguido el amor, admiración y afecto de todos aquellos que le seguían y veían.

Lo admiraban.

Sin importar su condición. Y Sergio elevó ambas manos hechas puños al cielo, mostrando su emoción y su plenitud resguardada en su corazón. Acompañando a aquellos que le coreaban y felicitaban.

Bajó del monoplaza y corrió en dirección de la gente de la escudería, saltando la cerca y abalanzándose hacia delante para permitir que le abrasasen.

Y cuando finalmente se separó de ellos y buscó al hombre que quedó con el segundo puesto del circuito, pero en primer lugar dentro de su corazón y le captó a la distancia, no pudo evitar sentirse aún más emocionado.

Max le observó.

Y aunque el casco cubrió la sonrisa de Verstappen, Checo pudo percibir el brillo en sus zafiros cálidos.

Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora