39. Enfermo

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Sábado llegó demasiado pronto.
Auguraba ser un buen día, pintaba así.
Pero no para todos.

Un punzante y sofocante presión a nivel del tórax del tapatío le hizo regresar de su descanso, reincorporándose sobre sus glúteos abruptamente de la cama cuando el oxígeno no llegó adecuadamente a sus pulmones.

Llevó su mano entre sus pectorales (más cerca de la izquierda), sintiendo su corazón ir más rápido de lo habitual. Bombeando y golpeando aún más fuerte aquella área del pecho.

Cerró los ojos con rudeza para intentar regularse y retomar la calma que se le fue arrebatada durante su descanso. El omega recesivo buscó tranquilizar a su lobo, adormeciéndolo por fracción de segundos y le concediera la oportunidad de recuperar el control.

Diez minutos le tomó apaciguarse, pero los suficientes para debatirse en sí tomarse algún analgésico para suprimir o siquiera aligerar el dolor que se posicionaba a nivel de su abdomen bajo. Reconocía el dolor.

Sergio sacó los pies de la cama, quitándose las colchas de encima y sosteniendo su abdomen. Tuvo que detenerse por el racimo intenso de dolor que le hizo contraerse por segundos, respirando pesado y entrecortado.

Basta, ya sé —Alegó para sí mismo — Unhg — Un quejido se escapó de sus labios.

Observó el mueble en dónde había dejado una pequeña maleta gris que contenía medicamentos para cualquier emergencia.

Volvió a contraerse ante el dolor después de considerarlo. Sabía que la doctora Fen le aconsejó no tomar medicamentos ni supresores hasta saber si ahora era un tumor cancerígeno o un embarazo, pero reconocía como a la palma de su mano esos síntomas.

Los había padecido antes de siquiera entablar una relación con Verstappen.

—Por un carajo —Bramó en su lengua nativa, al debatirse sobre lo que hacer.

Sergio sufrió un vértigo al levantarse de la cama y dirigirse hacia el mueble, tomó la maleta de medicamentos y sacó uno de los analgésicos que le había recetado el doctor Helmut para el dolor. Abrió el bote pequeño para después inclinarlo, dejando caer una de las pastillas sobre la palma de su mano, la observó como si de su vida hablásemos.

Resopló.

Abrió su boca y la puso dentro de esta, se inclinó por una de las botellas sobre ese mueble y después de abrirla, dio un largo sorbo para pasarse el medicamento con mayor facilidad.

Regresó el frasco pequeño (únicamente conteniendo cuatro pastillas) a la maleta gris que era como su botiquín de primeros auxilios, dejó la botella de agua sobre el mueble y cuando se cercioró de que era capaz de mantenerse de pie sin flaquear y caer, se encaminó hacia el baño y darse una ducha.

Decidido a continuar con su día y hacer las cosas correctamente en el circuito de Montecarlo. Era su deber avanzar.

 Era su deber avanzar

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Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora