22. Charlas previas

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Sergio se inclinó hacia delante, permitiendo que el menor le tomase y envolviera con sus brazos alrededor de su cintura. Max ocultó su rostro en el cuello del mayor, captando su fragancia de té de manzanilla y suaves tonos amaderados.

—¿Cómo te sientes? —Sergio deslizó sus dedos por la cabellera rubia del más alto, repartiéndole suaves caricias.

—Todos tenemos malos días. Está bien quedar en segundo lugar —Respondió con madurez y tranquilidad — Es parecido a lo que te ocurrió el año pasado en Jeddah — Recordó sin malicia al mayor.

—Sí —Repartió suaves caricias en la espalda del más joven — Me da gusto saber que te lo tomas de mejor manera — Aseveró.

Max soltó una pequeña risilla.

—Me siento menos presionado —Atrajo más hacia él, el cuerpo del omega.

Checo sonrió enternecido ante ese lado un tanto dominante y posesivo que el contrario había adquirido sobre su persona. No en mal sentido, sino casi como si quisiera fundirse dentro de él.

—Todos merecemos un descanso.

Max asintió silencioso. Algo aletargado.

—Maxie ¿te encuentras bien? —Le cuestiona al darse cuenta de su estado.

Max se distancia para verle al rostro.

—Sí, ¿por qué? —Su rostro muestra una confusión clara.

—Estás... raro —Se encoge de hombros después de destacar el comportamiento contrario.

—Es sólo que muero de hambre —Confesó — Venia a invitarte a comer — Sonrió como él sólo podría hacerlo.

Cautivando inmediatamente al mexicano. El mayor asintió.

—Claro, ¿tienes algún lugar en mente? —Le cuestionó.

Y Max asintió.

—Conozco un lugar bastante bueno de bufets —Su rostro muestra un aura de inocencia, emoción y luz, deslumbrando en buen sentido a Sergio.

Pérez admitía que amaba ver ese lado sensible y efusivo de Verstappen. Si en un futuro ellos estaban unidos, él se encargaría de luchar todos los días por verle de tal modo. Feliz.

—Parece que de verdad mueres de hambre —Regresa en sí.

Y Max asiente.

—¿Vamos?

—Claro.

Ambos se encaminaron hacia los ascensores, sus brazos rozaban con sutileza y confidencia.
Preferían evitar tener que dar explicaciones a alguien en caso de que estuviesen más íntimos y detuvieran la llegada a su destino.

—¿Qué te parecería ver una película más tarde? —Sergio le observa después de que las puertas del elevador se cierren en par delante suyo.

—Sí, ¿por qué no? —Se apoya en la pared metálica — ¿Podemos quedarnos a dormir juntos?

—No.

Y Max hace un mohín bastante enternecedor que demostraba sólo su indignación y sufrimiento que le generó el rotundo "no" del mayor.

—Conozco a los de tu calaña, Maxie. Harás algo raro —Sintió su ritmo cardíaco acelerarse tan rápido como cuando pronunció el no. Sus mejillas adquirieron un color rojizo suave y casi imperceptible, y su fragancia adquirió matices de nerviosismo y lujuria.

Max se ruborizó.

—Sólo quería dormir —Aseveró sin haber considerado enteramente esa posibilidad.

Admitía que días atrás pensó en Sergio de una manera más comprometedora y vergonzosa, no obstante, aquel día sólo necesitaba y deseaba del calor contrario. De su cercanía y fragancia.

Y Sergio se carcajeó.

—Aún así, no.

Max hizo otro puchero.

—Max —Advirtió. El más joven no cedió ante la advertencia del contrario — He dicho que te vas a tu cuarto después de ver la película, decidido — Y se cruzó de brazos sobre su pecho, intentando demostrar su capacidad de ser tajante e indomable.

Cuando la realidad era que su omega temblaba bajo la mirada y presión ejercida por el menor, y su lado interno no era el único que trastabilló ante el contrario.

Estuvo a nada de ser convencido por culpa de esa mirada de cachorro caprichoso que Max le obsequiaba en esos instantes. Ese hombre jugaba sucio.

—Vamos, el lugar espera a por nosotros —Checo le tomó de la mano inconscientemente y le arrastró fuera del ascensor.

Llevándolo hasta el estacionamiento y acercándolo hasta el auto de Max.

Pronto ambos subieron a este y se marcharon del hotel, directo al restaurante de bufets que había recomendado el neerlandés. De verdad parecía que en ese instante podría comerse un tiburón, sí así pudiese.

La tarde pasó amena para ambos. Sin altercados o incomodidades, sólo buenos recuerdos y resultados de su lado deportivo. Antes de partir de regreso al hotel en el que se hospedaban por la carrera, se detuvieron a dar algunos autógrafos y fotografías con sus seguidores, momentos emocionantes y brillantes.

Max observó a su compañero a la distancia, enajenándose durante unos instantes en la belleza y personalidad chispeante y flamante del tapatío. Era todo lo contrario a él.

Él daba miedo.
Sergio no.

Él era un ser irritado y amargo.
Pérez era como el sol.

Sonrió el neerlandés. Quizás Sergio había logrado ver a través de toda esa fachada de pulcritud imperturbable y amenazante frialdad, él había visto a través de sus ojos para ver su alma.

Se atrevió.

—¿Nos vamos? —Pérez le trajo de regreso. Max asintió, se acercó a la puerta del copiloto de su auto lujoso y costoso, y le abrió la puerta al mayor.

—Andando.

Checo subió a la camioneta, se acomodó y tranquilamente esperó a que Max subiera nuevamente a su costado. Cuando finalmente estuvieron dentro y en camino al hotel, el menor se atrevió a hablar.

—¿Sabes qué película ver? —Dobló a la izquierda.

—Hm, no. Puedes escogerla tú, tardo años escogiendo alguna película de Netflix —Confesó divertido.

—Hay una película que me agradaría ver —Continuó manejando sin apartar la vista de adelante — Pero la última vez que la busqué, ya no estaba.

—¿Cuál?

—El código Da Vinci.

—Oh, sí. Me parece que la quitaron —Lo consideró — Hay que buscarla, puede ser que esté de regreso — Opinó tranquilo.

Max asintió.

—¿Has leído el libro? —Le cuestionó el mayor.

Max asintió.

—¿Tú?

—No —Se encogió de hombros — Por eso no me animaba a ver la película — Se rió suavemente.

Max le observó. Le dedicó una amable sonrisa.

—¿Te doy spoilers?

—Lo haces, y te saco de tu propio auto —Amenazó sin verdadera seriedad.

Max se carcajeó.

—Capté el mensaje —Aseguró.

Amores EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora