Capítulo 31

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Mar del Plata, Argentina
Septiembre, 2022

Santiago:

Me recargué en la pared esperando a que las chicas pagaran con mi tarjeta sus compras. Se la di a Orne, porque sabía perfectamente que las otras dos iban a negarse

Bajé mi mirada al teléfono cuando mi mejor amigo hizo acto de presencia a mi lado

¿Y de qué hablaron en el starbucks? —comentó de la nada y lo miré confundido—

¿Qué?

Con Ana, cabe decir que cuando los recogimos estaban súper raritos

¿Realmente me vas a decir esto cuando yo te vi a punto de besarte con Elettra hace unos días? —reclamé y suspiró— No entiendo porque no me contaste nada

Porque no hay nada por contar, y ya.

No le creía para nada.

Ah bueno —guardé mi teléfono— De todas maneras, estábamos en discusión porque ella no quería que yo pagara

¿Sólo eso?

Ajam —asentí encogiéndome de hombros—

¿Sabes que no te creo?

Pues no me importa. Acá no hay nada hermano. Está todo bien

¿Nada de nada? —negué— la tensión es tremenda y cualquiera se puede dar cuenta

Leonardo —lo miré— no he venido a Buenos Aires a enamorarme y estar en una relación. Mucho menos después de lo pasé hace cuatro años. —señalé con mis dedos sintiendo ya mi voz entrecortada— viajé para cumplir mi sueño, solamente para eso

Yo entiendo, lo hago perfectamente, y lo sabes —dijo— pero... la estás confundiendo y eso puede dañarla a ella. ¿O quieres que sufra?

No, claro que no —negué de inmediato— no me lo perdonaría

Entonces, pinta tu raya si es que dices que tú tienes más que claro tu relación con ella

Relación de amistad. —aclaré— hasta ahí

Bien, pero, díselo a tu cara cada que la ves. Porque creo que no estaría entendiendo mucho

Sin nada que decir entró a la tienda dejándome más confundido de lo normal

¿Ahora que hice yo?

[...]

— Bueno, ¿que quieren para comer? —preguntó Leo—

Nos encontrábamos en un McDonald haciendo una pequeña pausa después de haber pasado toda la mañana visitando distintos lugares

— Para mí un BigMac

— Para mí también —murmuró Ana después de Orne— Pero ya sabes que sin mostaza...

— Pepinillos y tomates —completó Leonardo—

— Tú si que eres un amigo —habló la mexicana divertida, me reí—

— ¿Y tú niña?

— Yo... —tragó saliva—

Vi sus ojos deslizarse por el menú electrónico y no se me escapó el echo de que se volvieran vidriosos

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