Capítulo 56 - Por Bianca Winston.

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—¡Para empezar él no es ningún hijo de puta! Y tampoco estábamos dándonos arrumacos, simplemente ¡teníamos días de no vernos y nos emocionamos, eso fue todo! —trato de explicarle y hacerle entrar en razón.

—¡Demasiado emocionados diría yo! Me extraña que no pidieras la tarde para ir a ponerte al día con él —me contesta con sarcasmo.

—Pues la verdad me hubiese gustado, pero él tenía que regresar temprano a su casa, además yo estoy trabajando —le respondo poniéndome en pie, no me gusta la ventaja que tiene al estar parado y yo sentada.

—¡Mira nada más!, Que responsable resultaste —comenta con sarcasmo, encerrándome nuevamente, solo que hoy contra el escritorio y sus brazos.

—¡Bueno, ya basta! —Le digo empujándolo para que me deje salir de esa trampa—. ¡Ni que fuera para tanto!, he visto a compañeras ser realmente cariñosas con sus novios cuando vienen a almorzar con ellas, y no me he enterado qué les montes un drama; tampoco he sabido, que recursos humanos les haya puesto una amonestación por eso, así que deja de comportarte como un energúmeno —le respondo casi gritándole también, recordándome que tengo que controlarme, porque las chicas están allá afuera y podrían escucharnos.

—¿Un energúmeno?, ¡un energúmeno!, ¿eso te parezco? —Dice acercándose nuevamente a mí y atrayéndome a sus brazos—. ¿Cómo pudiste decirme que no tenías novio y hoy tan tranquila me lo estregas en la cara? —me pregunta cabreado.

Mientras se acerca más y despiadadamente sus labios se posan en los míos, me le resisto al inicio, pero su insistencia termina con mi voluntad y me entrego a un beso que en un inicio nada tenía que ver con los que nos hemos dado anteriormente.

Esté inició agresivo, salvaje, pero no tardó en envolvernos en su pasión y en un dos por tres puso mi cuerpo en llamas de deseo.

Sin ser consiente, un gemido sale de mi boca y siento como Stefan me alza para sentarme en el escritorio, mientras él se coloca entre mis piernas, besa mi cuello y con manos diestras desabotona los primeros botones de mi blusa, con mis piernas lo aprisiono y lo acerco más para sentir mejor la fricción que genera con sus movimientos. Eso hace que vuelva a gemir.

—Dime, ¿si él te prende tanto como yo? —me pregunta sensualmente—. Dime, ¿si sus besos tienen tanto poder en ti, como tienen los míos? —Me pregunta mientras besa mi cuello y con una mano explora la cara interna de mi pierna—. Dime, ¿por qué si lo tienes a él preferiste entregarme a mí tu virginidad? —me pregunta.

Sus palabras finalmente, caen en mí como un balde de agua fría cuando tienes temperatura mayor a 38 grados, y con eso ultimo hace que despierte de inmediato de la nebulosa de pasión en la que sus besos me habían envuelto, y me separo de él dándole una sonora bofetada.

—Eres un imbécil por creer que Brandon y yo tenemos ese tipo de relación, —le reprocho, aprovecho haberlo agarrado distraído y me bajo del escritorio.

Acomodo mi falda y lo que puedo de la blusa se acerca nuevamente a mí, pero esta vez no dejo que me toque.

—¡A no! Dime entonces ¿qué tipo de relación tienen?, ¿cómo es que sin ser nada tuyo dejas que te dé de comer en la boca y tú muy sonriente le devuelves el favor?, y ¡van del brazo caminando por la calle como dos tortolitos! —me reclama gritando.

Sus ojos tan lindos que tanto amo, porque me recuerdan el azul del mar, ahora parecen dos brazas, ¡que en otras circunstancias podrían causarme miedo!

—¡No me estaba dando de comer!, no seas alcanzativo, simplemente me estaba dando a probar un chocolate, malinterpretas y das todo por cierto. Además, tú y yo ¡no somos nada! —le recuerdo, cabreada de tener que soportar sus rabietas injustificadas—. ¡Y para que lo sepas! Tengo la misma libertad que tú tienes; ayer desapareciste toda la tarde, y aquí en la oficina no se hizo otra cosa que hablar, de la belleza que te debías de haber follado, como para que reservaras una suite en el hotel de Vancouver para verte con ella, y hoy vienes y te comportas como un idiota energúmeno haciendo acusaciones estúpidas —le digo explotando en coraje.

Y haciéndole saber la rabia que tuve que tragarme por su viajecito improvisado de ayer, tomo el pomo de la puerta y él hace el intento de detenerme, tomándome de la mano.

—¿Y por eso hiciste esto, para vengarte de mí?, ¿Por qué pensaste que ayer estuve con otra mujer? —me pregunta—. ¿No crees que era más fácil que me preguntaras y aclaráramos todo? —pregunta con sarcasmo pero sin bajar su nivel de enojo.

—¡Sí, claro!, ¿así como tú te has tomado la molestia de preguntarme quién era ese hombre con el que según tú estoy enredada? —Le reprocho derramando mis primeras lágrimas sin poder soportarlo más—. Y suéltame no quiero que me toques —le pido jalando mi brazo.

—Lo que está a la vista no se pregunta, se les notaba a kilómetros la complicidad que tienen el uno con el otro, hasta Mariana te comentó al respecto —me responde sin soltarme.

—¡Cierto!, y como ella lo dio por hecho, ¡tú también!, ¡bonito señor Brown!, dudo, que si tus empresas las administraras con la misma lógica, hoy tuvieras el imperio que tienes —le dejo ir—. Y suéltame, porque posiblemente él o algún otro hombre me esté esperando allá afuera —le digo zafándome finalmente de él, y saliendo de su oficina, olvidando por completo que las chicas aún pueden estar en sus cubículos.

Stefan no me sigue ni dice nada, y yo agradezco que los cubículos de Any y de Aby ya estén vacíos, entro en el mío y sin tanta ceremonia apago la computadora y luego recojo mis cosas y me dirijo al ascensor al tiempo que Javier viene hacia aquí, supongo que va para la oficina de su hermano.

—Bianca ¿te sucede algo, puedo ayudarte? —me pregunta preocupado al ver mis fachas. Le indico que no con un movimiento de cabeza y cubriéndome la nariz para no gimotear frente a él.

—Lo siento, tengo que irme —le digo continuando mi camino.

—¿Segura que estás bien?, puedo llevarte a algún lugar si quieres —me ofrece desde donde está.

Pero en la oficina de Stefan, que tiene la puerta entreabierta se escucha un fuerte estruendo, como si se estrellara algo contra la pared Javier y yo volteamos a ver al mismo tiempo, y él parece muy sorprendido.

—Mejor ve con tu hermano —le pido indicándole la oficina—. No vaya a ser que acabe con su oficina —Javier parece dividido entre acompañarme o ir con su hermano—. Ve con él —le pido, y él me hace caso dejándome ir.

Ruego porque nadie se suba en el ascensor y así no tener que inventar ninguna excusa sobre lo que me ha ocurrido, logro llegar al estacionamiento sin encontrarme a nadie, pero para acrecentar mis males me encuentro con que no traigo la llave del pichi en la cartera.

Sin embargo no quiero subir y tener que verle la cara al idiota ese, ¿cómo se atreve a pensar tan feo de mí?, así que opto por irme en bus, o quizá camine un poco, ¡creo que me vendrá bien serenarme!, bueno, como sea, ¡da igual!, ahora lo único que quiero es alejarme de aquí y de él.

Señor Brown no firmaré ese contrato.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora