Capítulo 3 - Por Bianca Winston.

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—¡Mierda! —exclamo hoy yo, según solo para mí, pero al parecer lo dije fuerte porque él me escuchó.

—¿Se lastimó el pie? —me pregunta aparentemente preocupado, estabilizándome y agachándose para inspeccionar los daños.

—No, fue solo el zapato se me ha roto el tacón —le digo deseando que la tierra me trague. ¡Justo lo que faltaba! Que los únicos zapatos de tacón alto que tengo se me arruinaran, «¡mierda!», digo esta vez solo en mi mente.

—¿A qué piso se dirige? —me pregunta.

—Al vigésimo quinto —le respondo.

—¿Tiene cita con Suazo? —me pregunta él

—Sí, tenía entrevista con él pero dudo que quiera recibirme en estas fachas —le digo viendo mi tacón dañado.

—No se preocupe, doy fe de que el incidente no fue culpa suya —me comenta—. Venga, la voy a acompañar —ofrece colocando una mano en mi espalda y la otra en el brazo para ayudarme a estabilizar.

—No es necesario, si el señor Suazo no tiene inconveniente en recibirme a pesar de mi estropeada presentación, puedo ir sola no se preocupe, gracias —le digo intentando arreglarme la falda que se me ha subido hasta arriba de media pierna, y en la blusa se desabrochó el botón superior dejando visto mi brasier de blonda.

Él observa cada uno de mis movimientos, y yo sigo deseando que la tierra me trague por tener que pasar este bochorno frente a semejante monumento.

—¡Claro que es necesario!, por culpa de alguien que no hizo bien su trabajo usted por poco se quiebra un pie, venga conmigo —pide llevándome a la puerta del ascensor.

Cuando las puertas vuelven a abrirse, ¡wow!, sale de él el amor platónico de Sofía, lo sé porque lo he visto mil veces en fotografías.

Aunque debo de decir que en persona se ve mucho mejor.

—Creí que te habías ido —le comenta al monumento de ojos azules que me ayudó, que por cierto es muy parecido al amor platónico de Sofía, solo que él es ojos color miel.

—No aún no, adelántate, iré luego —le responde sin soltarme ni alejarse de mí.

—¿Olvidaste alguna reunión? ¿No vas a presentarme a la señorita? —lo pincha el amor de Sofía dedicándonos una sonrisa traviesa.

—La señorita no viene a reunirse conmigo —le aclara el adonis de ojos azules sin soltarme y conduciéndome hacia adentro del ascensor.

—En ese caso disculpa. —le pide a él y luego se dirige a mí—. ¡Mucho gusto! —me saluda mientras hace un gesto de despedida con su mano, y el ascensor comienza a cerrarse—. ¡No tardes! —es lo último que escuchamos antes de que este se cierre por completo.

Debido a los nervios generados por la caída y la cercanía de su cuerpo al mío, no me fijo en que el ascensor pasa del piso que me indicó la recepcionista, hasta que siento que se detiene y veo que es en el trigésimo piso.

—Lo siento, debo de regresar, la entrevista la tengo en el vigésimo quinto piso —le digo saliendo por fin de mi trance hormonal.

Veo el reflejo en el espejo y en lo que a mí respecta, lo que proyecta se ve espantoso, tengo el cabello desordenado, la blusa medio torcida y la falda con una gran marca húmeda en el trasero, «¡peor facha para una entrevista no podrías tener!», me grita mi mente.

—Con el zapato así no puede andar sola, podría torcerse el pie, vamos sujétese de mi brazo —me ordena.

—El Sr. Suazo me está esperando —le contesto, ahora sí preocupada por perder mi entrevista, pero haciendo caso a lo que él me dice.

Señor Brown no firmaré ese contrato.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora