Capítulo 47 - Por Stefan Brown.

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—Señor, los circuitos de seguridad no han terminado de ser instalados, estaría más tranquilo acompañándolo, me mantendré alejado —me pide.

—Como quieras, y cerciórate de que terminen eso cuanto antes, quiero poder caminar libremente por donde me dé la gana en este lugar.

—Sí, Señor, mañana mismo estará terminado —me responde.

Camino hacia la playa y me quito los zapatos para caminar en la arena, siempre que estoy estresado, hago ejercicio en el gimnasio, nado o salgo a correr, pero hoy no quería nada de eso, solo quería alejarme de todo y poner en orden mis ideas.

No es posible que una simple calentura por una mujer me tenga tan fuera de mí, cierto que me atrae mucho, que me ha encantado saber que he sido el primero en su vida, pero no puedo dejar que por esa razón tome el control de mi existir, y ahora deba de comenzar a ceder a sus caprichos así sin más.

«¿Y si Gabriel tiene razón, y si ella te quiere por quién eres?», me pregunto a mí mismo. «¡No!, ¡Siempre he mantenido el control de mis emociones y no pienso dejar de seguir haciéndolo!», digo queriéndome convencer a mí mismo.

«Concéntrate capullo» —me digo a mí mismo tomando una piedra y tirándola al agua, llego hasta el muelle y camino hasta el final de él, me siento y observo el alrededor, hace una noche estupenda con la luna iluminando todo, y sería mucho mejor si ella estuviera aquí conmigo y pudiera acariciar su hermoso cuerpo. «¡Maldita sea, otra vez pensando en ella!», me regaño.,

—¿Por qué me has hechizado Bianca Winston? —le pregunto a la noche.

«Casi por nada cabrón», te dio lo que nunca nadie te había dado, la certeza de ser solo tuya, y su pasión abrazadora que te alcanza por lejos que este de ti, y eso te ha vuelto adicto a ella.

Suena mi celular sacándome de mis cavilaciones y contesto enseguida.

—¿hola, que sucede? —Es Camila quien llama.

—Hola hermanito, quiero hablar contigo sobre unos planes que tengo y no estoy del todo convencida.

—De que se trata —le pregunto.

—Es de la universidad.

—Dime, te escucho —le respondo.

—No, por teléfono no, tiene que ser en persona, ¿puedes venir mañana a cenar?

—Haré todo lo posible, tengo una reunión en la tarde, pero procuraré salir pronto para ir a verte, ¿te parece? —le pregunto.

—¡Oye!, ¡ponle pausa y acuérdate de tu familia!, casi no vienes a visitarnos, y hasta los más millonarios del mundo necesitan descansar de vez en cuando, y estar con su familia —me regaña.

—Pareces mi madre regañándome —le contesto masajeando mi frente, nada alegre de estar recibiendo un sermón en este momento.

—Si fueras mi hijo no solo te regañaría, sino que te zarandearía también —contesta la pequeña mujercita que es mi hermana, y por su tono sé que no está nada contenta.

—¡Qué temperamento por Dios!, pobre el hombre que se fije en ti, ¡vas a vivir madreándolo! —la acuso ahora con voz divertida.

—Sí, y más si es un gilipollas como mis dos hermanos, uno demasiado dulce esparciendo su miel por donde quiera que va y el otro... tiene cerrada la fábrica teniendo en buen estado la maquinaría —responde exasperada.

—¿Oye y tú como sabes eso? —le pregunto asombrado de escucharla hablar así.

—¡Eres joven Stefan!, no padeces de ninguna enfermedad que nosotros sepamos, ¡así que debe servirte! A menos que... lo que dice Javier, ¡sea cierto!

Señor Brown no firmaré ese contrato.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora