Me detengo un instante, con el corazón a punto de explotar y la adrenalina desbordándose en cada célula de mi cuerpo. Todo ocurre demasiado rápido. Antes de que pueda procesarlo, Dimitri ya está en movimiento.
—Quédate ahí —me grita mientras me desata el cinturón de seguridad y me empuja al suelo de la limusina.
El golpe me deja atónita. Miro desde abajo cómo levanta el asiento con rapidez, dejando al descubierto un alijo de armas que parecía sacado de una película de acción.
—¿Pero qué…? —comienza a balbucear mi madre justo en el momento en que la limusina da un volantazo violento. Mi cuerpo es lanzado contra el costado acolchado del asiento, y el pánico de mis padres se convierte en gritos.
—¡Claudia! —exclama mi padre, con el rostro pálido como un fantasma—. ¡Agárrate a mí!
El coche zigzaguea de nuevo, y mi madre suelta un grito desgarrador, aferrándose a él con todas sus fuerzas. Desde mi posición, apenas puedo sostenerme, pero Dimitri se mantiene firme, inclinado sobre el alijo, sacando una de las armas con una precisión que parece ensayada.
Entonces, lo oigo.
El ta-ta-ta-ta-ta de una metralleta.
Mis sentidos se congelan al comprender lo que significa ese sonido. Nos están disparando.
El miedo me paraliza, pero mis ojos buscan a mi madre, quien parece al borde de un ataque de nervios. Mi padre intenta calmarla, pero su voz apenas es audible sobre el caos que nos rodea.
La limusina acelera aún más, y desde el suelo solo alcanzo a ver las copas de los árboles, pasando como destellos borrosos. Siento cada curva, cada frenazo, y el chillido de los neumáticos resuena en mi cabeza como un presagio oscuro.
—¡Dios mío! —mi madre grita, aterrada, mientras otro disparo sacude el aire.
A pesar del pánico, logro aferrarme a un asiento y, con esfuerzo, me pongo de rodillas. Necesito ver qué está pasando, aunque sé que lo que encontraré no será nada alentador.
Miro por la ventana trasera, y lo que veo me deja sin aliento.
Detrás de los siete todoterrenos de nuestros escoltas, una horda de vehículos nos persigue como lobos hambrientos. Al menos una docena de coches, la mayoría todoterrenos y furgonetas, y, entre ellos, tres Hummers con metralletas montadas en sus techos, avanzan sin tregua.
El sonido de los disparos vuelve a llenarme los oídos, y los verdes de los árboles pasan cada vez más rápido. El corazón me late con tanta fuerza que casi no escucho el estruendo de los neumáticos al derrapar sobre el asfalto.
Esto no es una persecución cualquiera. Esto es una cacería. Y nosotros somos la presa.
Los hombres con rifles de asalto asoman por las ventanillas de los coches que nos persiguen, disparando sin cesar contra nuestros escoltas, quienes responden de la misma forma. Desde mi posición, observo atónita cómo uno de los vehículos de nuestros perseguidores se acerca demasiado a uno de los todoterrenos que nos protegen y lo embiste por el lateral.
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ÉXTASIS
RomansaEn un mundo donde la pureza se entrelaza con la crueldad, la historia de Liliana y Dimitri se teje en una telaraña de contrastes y pasiones prohibidas. Liliana, una joven criada en un convento rodeada de la paz y la bondad de las monjas, irradiaba d...