Falsa alarma

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P.O.V. Marcia

Hoy estando sola en mi departamento siento una ansiedad que me revuelve las tripas de mi estómago.

Desde ayer en la tarde que almorcé con Alba y experimenté el primer mareo no me he sentido del todo bien.

Regresé a la empresa confiada en que sólo fue un simple síntoma de la disautonomía porque al cabo de unos minutos logré reponerme a la perfección en aquel restaurante. Pero, una vez estando en mi computadora, otra vez repentinamente llegaron a mí esos insufribles mareos y esas espantosas ganas de vomitar.

Sin poder evitarlo más decidí ir al baño para sacar todo lo que mi organismo quería botar, ya que si no lo hacía realmente no iba a ser capaz de resistirme y mi oficina terminaría hecha un desastre.
No fue para nada fácil llegar hasta allá, me sentía demasiado debil, casi sin fuerzas para caminar.
Todo, absolutamente todo me daba vueltas, parecía como si estuviera en una montaña rusa que zarandean sin parar. Además, las luces de los pasillos me estorbaban terriblemente.

Verdaderamente fue un azaña lograr entrar al baño. Cuando me vi ahí inmediatamente me arrodillé ante un taza y expulsé todo lo que tenía.

No podía parar de vomitar, es más, por un momento pensé que iba a colapsar metida en aquel baño.
Cuando finalmente comencé a sentirme un tanto más aliviada y con más fortaleza me levanté y bajé la taza de baño varias veces porque efectivamente había expulsado hasta la vida.

Me acerqué a los lava manos, allí abrí la llave, lavé mi boca y me eché afundante agua en la cara. Todavía seguía con mareos, aunque ya no eran tan intensos como antes. Por fortuna, el malestar en mi estómago se había desaparecido.

—¡Maldita disautonomía! —pensé mientras me limpiaba el rostro mirándome al espejo—.

Nuevamente me fui a mi oficina para terminar mis deberes laborales y al cabo de dos horas otra vez me tocó salir corriendo al baño.
Volví a experimentar exactamente lo mismo que hace un par de horas. Sin embargo, en esa ocación no intenté desmayarme, muy probablemente porque no me dejé tomar tanto tiempo en la oficina como la primera vez.

—¡Dios! ¡Tan grave debo estar! —pensaba bastante preocupada e incluso hasta asustada mientras me volvía a recuperar nuevamente en el baño—. ¡Dios mio!
—imploré mirando hacia arriba—. ¡Quítame esto! Te prometo que me voy a cuidar más de esta enfermedad.

Definitivamente vivir esto en carne propia era de las peores cosas que podía padecer alguien.

Ayer, se puede decir que fue un pésimo día.

Luego de haber ingresado al baño por dos ocaciones con los mismos síntomas sentí que el tiempo transcurrió muy lento en mi oficina.

Cuando por fin llegué a mi departamento, de inmediato me metí a la ducha y me mojé de pies a cabeza. Debía sí o sí quitarme ese desagradable olor a émesis que se me había impregnado en todo el cuerpo y que además me generaba nauseas.

Todo iba perfectamente bien.

Sin embargo, precisamente cuando el agua de la regadera caía en mi rostro y yo pasaba mis manos sobre él tuve rápidamente un terrible flashback que me espantó haciéndome poner los nervios de punta e hizo que mis ojos se abrieran de un sólo golpe.

"Tía, en estos momentos tienes una cara de embarazada..."

Era la tercera vez que lo recordaba, y cada vez que lo hacía la ansiedad y los nervios se apoderaban de mi. Siempre me daba una horrible y extraña sensación, era como si algo en mi interior se subiera y se bajara con una velocidad intensa.
Pero, eso no era todo. El sentir esa sensación dentro de mi hacía que mis tripas se revolucionaran generándome unas indeseables ganas de vomitar y efectivamente, esta vez no era la excepción.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora