A veces la lluvia acarrea un buen recuerdo

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[...]

Esteban caminaba apresurado en conjunto de los demás hombres que iban en dirección a la sala de visitas.
Cuando cruzó por la puerta reparó su al rededor muy ansioso y de frente se topó con una hermosa mujer pelirroja, con una panza de un tamaño considerable, para ser honestos, estaba que se reventaba, y a la vez se echaba aire con su mano, seguramente el bochorno se había apoderado de ella.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro del moreno y de inmediato, se dirigió hacia ella.

—¡¡Marcia!! —le habló fuerte, producto de su emoción—.

La pelirroja estaba distraída observando la fachada del lugar y al oír su indiscutible voz, se volteó hacia él sonriente.

Los dos procedieron a acortar su distancia rápidamente, como si estuvieran desesperados por obtener un contacto físico después de mil años.

¡Por fin! ¡Por fin! ¡Por fin! Era literalmente lo que gritaban los gestos de ambos mientras se acercaban. Finalmente, Esteban y Marcia unieron sus cuerpos con fuerte y cálido abrazo y ella, sin poder evitarlo, se quebró entre lágrimas.

—Me haces falta... —le dijo apretándolo con un poco rudeza—.

—Gracias a Dios, estás bien... —la pelirroja lo encaró—. No tienes idea la tortura que ha sido para mi estos días sin saber nada de ti, de tu salud, de nuestro hijo... ¡Dios! ¡Cada rato pensaba que te había sucedido lo peor y que quizás te encontrabas en un hospital! —exclamó aliviado y comenzó a rodearla de besos por su cara—.

—No. Sólo fue un pequeño desmayo. Me impresioné muchísimo con los años de tu condena —otra vez se quebró entre lágrimas y negó con su cabeza— aún no lo asimilo y tampoco lo acepto.

—Marcia, —le susurró frunciendo su rostro de forma triste y comenzó a secarle suavemente su cara— ya te dije que no me voy a dar por vencido.

La pelirroja le sonrió y lo besó.

—Ojalá pudiera quitarte de una buena vez por todas este sufrimiento. No quiero que te sientas mal por mi pero, también comprendo que te es imposible.

—Sí, es imposible porque yo te amo, Esteban.

—Y yo a ti. —le dio un beso en la frente—. ¡Cuídate, por favor! Es lo único que te pido, trata de cuidarte. Tu semblante me inquieta un poco.

Marcia se tocó inconscientemente el rostro y lo cuestionó. —¿Tan fea me veo?

—¡No! —exclamó sonriéndole—. ¿Tú cuando has sido fea? ¡Nunca, por Dios! —le acarició una mejilla y la pelirroja también sonrió— lo digo porque te noto un poco pálida, a pesar de tu sencillo maquillaje. Además, cargas unas pequeñas ojeras que no sé por qué me dan la impresión de que no estás conciliando el sueño como debe ser.

Ella asintió con un ademán y le contestó. —Estás en lo cierto. La mayor parte del tiempo no tengo apetito y por más infusiones que me prepare, no puedo dormir como quisiera porque me hace falta montarte una pierna...

Ambos medio rieron cabizbajos y el moreno la estrechó delicadamente contra su cuerpo. —Yo también extraño que una embarazada me monte la pierna y me abrace una costilla.

[...]

—¿Y los muchachos cómo están?

—Ellos están bien, dentro de lo que cabe. Hugo ya sabes, llevando las riendas de la empresa y muy pendiente a tu proceso con el abogado Rodrigo y el detective Enrique.

—¿Nada que Enrique consigue más pistas sobre el paradero de ese infeliz y esa mujer?

Marcia negó con un ademán. —De todos modos, no hay que desistir. Tú, Esteban, eres inocente y mereces tu libertad. Ten la seguridad de que ni los muchachos ni yo te vamos a dejar hundir.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora