Las mieles de la convivencia

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—¡Si es así, lo voy a matar! —murmuró el moreno lleno de ira—.

—¡¿Qué dijiste?! —lo cuestionó Marcia un poco confundida—.

—Que si ese infeliz está detrás de todo esto... ¡Lo voy a matar!

—Esteban, ¡¿Por qué hablas así?! ¡No! ¡No digas eso ni en broma!

—No es broma, te juro que si descubro que él fue quien provocó tu accidente, soy capaz de matarlo con mis propias manos... —afirmó con una rabia visceral  que se le notaba hasta en sus ojos—.

—¡Ya me estás asustando, por Dios! —le contestó nerviosa—.

—No, no... —se acercó y la tomó por su mano—. Tranquila, no tengas miedo.

—¡¿Cómo me pides que no tenga miedo?! ¡Esteban, estás hablando de matar! ¡¿Te has puesto a pensar que si lo llegas a hacer irías carcel?! ¡¿Qué ganarías con estar preso?! ¡¿Que Hugo y Lucía se queden sin padre y peor aún, este bebé?! —le reprochó llena de temor—.

Él recapacitó al instante y le dijo.
—Tienes razón... —asintió y la abrazó—. Ese maldito quedaría muerto y yo, muy probablemente también, por estar encerrado en una cárcel.

—Ese lugar es un infierno... —su voz se entrecortó— yo no quiero que acabes allá, no tú. Además, no sabemos si él realmente está detras de todo esto...

—Pero tú sospechas que puede estarlo, ¿Aparte de que juró vengarse de nosotros te hizo algo más para que lo pienses? —la encaró separándose de ella—.

Marcia se quedó callada. No quería confesarle a Esteban que él además la había golpeado, sabía que si lo hacía iba a empeorar la furia del moreno.

—Marcia, ¿por qué te quedas en silencio? ¿Hay algo más?

—Sí... hace una semana me enviaron una caja de rosas negras y blancas. Lo raro es que, fue una entrega anónima, cuando abrí la puerta de mi nuevo departamento no había nadie, sólo estaba la caja ahí tirada en el suelo.
Al principio no le di importancia porque  estaba convencida de que era una tonta equivocación. Sin embargo, ahora que lo pienso, pudo ser una señal, no sé, quizás una señal de la muerte... por el color de las flores...

—Esto es muy delicado, Marcia. —dijo él preocupado—. Si de verdad Iñaki te envió esa caja, entonces conoce la dirección de tu departamento... a menos de que se la hayas dado antes. 

—Claro que no. Desde que firmamos nuestro divorcio en la notaria jamás lo he vuelto a ver.

—O sea que... ¿ya no trabajas con él en Spectacles?

—No, ya no. Él renunció a Spectacles un día después de haberse enterado de mi embarazo y terminar nuestro matrimonio...

—No, tú definitivamente no estás para nada segura en tu departamento.

—Esteban, solamente son simples sospechas, todavía no podemos afirmar nada.

—Aparentemente, aunque todo esto me da muy mala espina. ¿Qué tal si te está siguiendo los pasos desde que se divorciaron para cumplir su juramento de venganza? Porque supongo que tú continuas trabajando allá, hasta la fecha...

La pelirroja asintió.

—¡Ves! Esa empresa es su referencia para perseguirte y saber tus movimientos.

—¡Dios mío! ¡Si lo que dices resulta ser cierto... no! —exclamó completamente asustada y pasó sus manos por su cabeza bastante inquieta—.

—¡Cálmate! —la tomó por su rostró de manera delicada—. Recuerda que no debes intraquilizarte sino permanecer serena, descansando... ¡Escúchame bien! No tienes de qué preocuparte porque te vas a ir a vivir conmigo.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora