Cuando todo parece ponerse patas arriba

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[Noche, casa Lombardo]...

Marcia daba vueltas y vueltas sobre su cama, la noche parecía transcurrir a paso lento y al parecer el insomnio se había adueñado de ella.

No podía conciliar el sueño, la situación de su exesposo la tenía con los nervios de punta y la ansiedad a mil.

Se removía una y otra vez, se acariciaba la panza y el pequeño Rafael recorría su vientre también muy inquieto. Ya estaba acostumbrada a ver a Esteban al lado de ella o por lo menos, a dormir sabiendo que se encontraba en la otra recamara.

—¿Estará bien? ¿Tendrá cobijas? ¿Le habrán dado de comer? —todas esas ideas rondaban en su cabeza mientras golpeaba su pie derecho sobre la cama sin parar, estaba completamente ansiosa—. Él está bien... él está bien... tu papá está bien... —afirmaba tratando de convencerse a sí misma y de paso le hablaba a su hijo—.

Por milésima ocasión intentó dormir y de repente le llegaron un par de pensamientos intrusivos  —¿Y si todo sale mal? ¿Y lo condenan? —sus ojos se abrieron de un sólo golpe y muy espantada levantó su espaldar logrando quedar sentada—. ¡Nooo! ¡Noo! —volvió a repetirse y pasó sus manos por su cabello bastante desesperada—. Él va a volver, tiene que volver... tiene que estar conmigo...

En medio de su angustia empezó a sentir que le faltaba el aire y de inmediato intuyó que probablemente iba a sumergirse en uno de esos malditos ataques de pánico.

¿Un ataque de pánico y estando embarazada? Definitivamente, no era lo más conveniente.

Ella se conocía a la perfección y sabía que si se quedaba en aquella recamara, hundida entre sus ideas catastróficas iba a colapsar.

Un poco apresurada bajó hacia el primer piso y salió al jardín para caminar y tomar aire puro. Estaba en pijama y descalza, moverse y percibir el gélido césped la ayudaba a contrarrestar su ansiedad. La ayudaba a estar en el presente y no en el futuro.

Mientras continuaba dando pasos al rededor del jardín miró la luna llena y respiró fuerte para no quebrarse, sentía algo que le apretaba el pecho. —Me haces falta... —expresó un tanto agitada y una lágrima se escapó de su ojo color esmeralda—. Quiero que vengas a bromearme y a reírte de mi...

[Horas antes]...

—¡El tiempo se ha acabado! —exclamó el guardia tocando fuertemente uno de los barrotes de la celda—.

—¡No! ¡No me quiero ir todavía! —negó la pelirroja–.

—Tienes que hacerlo... —la tomó por su rostro y la besó—. ¡Vete tranquila!

—¡Esto no es una visita conyugal! —el hombre volvió a golpear la celda con su bastón de seguridad—.

—Yo no voy a estar tranquila sabiendo que estás aquí, Esteban.

—Marcia, debes estar en calma, recuerda que estás embarazada. Cuídate, por favor, cuídate. ¡No te preocupes, yo voy a salir muy pronto de aquí! 

Ella asintió y lo besó. —Trataré de hacerlo... —caminó hacia la salida—.

[...]

Presente

[Celda de Esteban]...

El moreno tampoco podía dormir. La cama no era para cómoda, al contrario, era tan dura que parecía estar reposando en el mismísimo suelo.

Ahora la incertidumbre era su fiel compañía. No tenía idea de lo que le deparaba su futuro, quizás sólo Dios.

Además de tener mil pensamientos inciertos, extrañaba a su exesposa. El moreno igualmente se había acostumbrado a dormir junto a ella, a percibir su pierna encima de su cuerpo y su cálido abrazo en una de sus costillas. Extrañaba que se acunara junto a él inconscientemente.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora