Añoranzas

387 45 285
                                    

[...]

—Ay, por fin te veo... —expresó sonriente— te he extrañado tanto... A los muchachos también les haces mucha falta, ellos están tan acostumbrados a convivir contigo y verte todos los días.  ¡Te amamos! —exclamó Marcia feliz y volvió a sonreír—.

Repentinamente abrió sus ojos adormilada y sintió un horrible vacío al darse cuenta de que en realidad todo había sido un maldito sueño. Su subconsciente la había engañado haciéndole creer que visitaba a Esteban nuevamente.
Inhaló profundo y exhaló decepcionada. ¡¿Por qué diablos tuvo que despertarse justo en ese momento?! Estaba siendo un sueño verdaderamente plácido y maravilloso.

La pelirroja se posó a medio lado, tomó una de sus almohadas y la abrazó. Sentía frío estando completamente sola en aquella habitación. Lo extrañaba, tal como lo había mencionado en voz alta segundos atrás, y por supuesto, también lo deseaba. Deseaba que estuviera allí acostado con ella, deseaba que le diera un cálido abrazo y la besara con intensidad y ternura, así como en el sueño. Sin embargo, lo que más deseaba era que él estuviera bien, sano y salvo, y que no sintiera ese mismo frío de soledad que la invadía cada noche y madrugada.

—Sólo espero que te encuentres bien, mi amor... —mencionó cabizbaja y finalmente cerró sus ojos—.

[...]

—¡¡Ayuda!! —exclamaba Esteban adolorido mientras caminaba casi sin aliento—.

Cuando llegó al cuarto de urgencias, dio fuertes golpes a la puerta. —¡¡Ayuda!!

La enfermera que descansaba a través de su siesta se despertó alarmada al oír los gritos y golpes del moreno. De inmediato, abrió la puerta muy de prisa.

Al observar el aspecto físico de Esteban se espantó llenándose de nervios —era la primera vez que le tocaba atender a un paciente tan gravemente herido en la cárcel—. Un tanto horrorizada lo ayudó a ingresar para prestarle los primeros auxilios.

Con motas de algodón repletas de alcohol inició la curación mientras él gritaba padeciendo el insoportable dolor y ardor.

—Ahora viene lo más complejo, señor. Debo coserle la herida que tiene en su hombro.

El moreno asintió jadeando.

Ella se quitó sus guantes ensangrentados y procedió a lavarse las manos. Al colocarse otros, tomó una gran aguja quirúrgica y le atravesó un resistente hilo.

—Oiga, señorita. —enfatizó el moreno impresionado y a la vez un tanto asustado—. ¿Me va a coser así nomás? ¿No me aplicará algo para no sentir dolor?

—No, señor. Lamentablemente aquí no contamos con anestesia, tiene que aguantar.

Esteban hizo una horrible mueca al imaginarse de la manera que iba a sufrir y asintió nervioso. —Bien, bien, yo soy fuerte.

La enfermera retiró la venda que le había propiciado hace unos minutos para detener el sangrado en su hombro y comenzó. Dio el primer pinchazo y Esteban pegó un grito en el cielo maldiciendo hasta su propia sombra. 

No obstante, aquellos quejidos no fueron un impedimento para que ella continuara elaborando su tarea. 

—¡¡Marciaaaa ven a salvarmeeee!! —exclamó entre jadeos mientras percibía los horrorosos agujazos en sus carnes y después se echó a reír junto a la enfermera—. Mejor me rio para no llorar, señorita. —afirmó y soltó otro quejido agobiante—.

—De eso me doy cuenta, señor. —volvió a reír—. ¿Espera que su pareja venga a salvarlo?

El moreno asintió con su cabeza y también rió. —Estoy seguro que de si fuese ella quien me estuviera cosiendo no me dolería tanto. Tiene unas manos suaves.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora