Un sábado cualquiera a tu lado

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Días después

[Sábado, 8:15 am]...

—¡Lucía! ¡Lucía! ¡Te va a dejar el avión!

—¡Ya, mamá! —le gritó desde el pasillo de las habitaciones—. ¡Ya voy a bajar!

—¡Lucía! —exclamó Esteban entrando a la casa—. ¡Llevo como una hora esperándote afuera en el coche! ¡Apúrate, caray!

—¡Ay! ¡No sean tan exagerados, por favor! —les respondió bajando de prisa por las escaleras—.

—Esteban, ¿guardaste las maletas?

—Sí, y me quedé como quince minutos esperándolas dentro del coche y nunca llegaron.

La pelirroja rió y dijo. —La culpa no es mía, es de tu hija que demora mil horas arreglándose.

—¡Ya, párenle a crítica! —rió—. ¡Hoy por fin se librarán de mi por un mes!

El moreno y Marcia rieron.

—No digas eso. —contestó ella sonriéndole y le acarició el rostro—. Tú nunca serás un estorbo.

—Te vamos a extrañar, Lucy. —Esteban la tomó por la mano—.

—Papá tiene razón... —interrumpió Hugo regresando de la cocina y se acercó a abrazar a su hermana—. Me vas a hacer muchísima falta. ¿Ahora con quién voy a pelear todos los días? —la joven rió y él le dio un cálido beso en la frente y otro en su mejilla—.

—Te amo, Huguín. —le respondió conmovida sosteniendo su mano—.

—Yo más, enana. ¡Y diviértete en ese viaje!

[...]

"Los pasajeros con destino a Canadá".

Al escuchar el llamado, Lucía, Esteban y Marcia se levantaron de la banca de donde se hallaban conversando acerca de los comportamientos y prevenciones que debía tomar su hija en un país desconocido, a pesar de ir en compañía de un grupo de jóvenes.

—Bueno, queridos padres, ha llegado la hora.

Marcia se quebró en lágrimas y pasó rápidamente sus manos por su rostro.
—Disfrútate esta aventura y sé feliz, hija. —la abrazó y la llenó de besos—.

—No te pongas triste, mamá. Pronto estaré de vuelta. —dijo despegándose de su cuerpo y se refugió en los brazos su padre—.

—Ya sabes hija, si esos canadienses no te tratan bonito, me avisas. En cuestión de segundos estaré allá para traerte conmigo. Ah, y les daré su merecido.

Lucía rió limpiándose sus lágrimas y le contestó. —Obvio papá, yo soy tu princesa.

—Mi princesa no, mi reina. —la volvió a abrazar—. Bueno, en realidad tengo dos reinas... —afirmó mirando a su exesposa y ella le regaló una leve sonrisa—.

La joven tomó sus equipajes y emprendió su camino.

Marcia sentía que el corazón se le quebraba con cada paso que daba su hija y el moreno al notar su afección la estrechó cálidamente contra su cuerpo.

[...]

Él y la pelirroja iban en dirección hacia la casa Lombardo, cuando repentinamente se empezaron a escuchar suaves sollozos dentro del coche.

El moreno volteó a ver a su exesposa y de inmediato, se dio cuenta de su llanto. Lleno de compasión se detuvo cerca de una esquina y la encaró. —Me siento igual que tú, Marcia.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora