A todo marrano le llega su noche buena

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[Minutos antes]...

La pelinegra ingresó al bar que acostumbraba a frecuentar semanas atrás, pero aquella vez completamente sola. Se dirigió a la barra y le pidió al bartender una bebida especial.

—Pensé que ya no la veríamos más por aquí. —expresó él entregándole la copa con una sonrisa de oreja a oreja—.

—Simple... —bebió encogiéndose de hombros—. No se me había presentado la oportunidad.

—¿Y por qué tan bonita y tan solita esta noche? —la volvió a cuestionar—.

—Porque los hombres son una mierda. —absorbió nuevamente su copa—. Espero no haber herido susceptibilidades en esta barra. —sonrió descaradamente y se fue a sentar a su mesa—.

—No me heriste, mamacita. —murmuró el bartender sonriente—. Al contrario, me caíste como anillo al dedo. —buscó con su vista al hombre que vigilaba diariamente el lugar por orden del detective Enrique—.

Reparó todos los extremos del sitio y no lo halló. Y al instante, recordó que hacía aproximadamente diez minutos él le había informado que saldría a comer algo porque se moría de hambre.

[...]

10:22 pm

El reloj nocturno continuaba andando sin parar y Verónica también llevaba un rato de estar disfrutando de un par de copas.

Repentinamente, el hombre perteneciente al equipo de detectives regresó al bar  y el bartender respiró aliviado al darse cuenta de que finalmente había aparecido y se acercó a él un poco apresurado. —¡Por fin llegó el objetivo, carnal! —aseguró emocionado—.

—¿Los dos están aquí, Pepe?

—No, sólo ella. Llegó hace varios minutos, justamente cuando saliste a comer. ¡Mírala, está cerca de la barra! 

—Ya mismo le informo al jefe Enrique. 

—¡Bueno, ándale, carnal! —le contestó rápidamente—. Yo me voy a la barra, me echarán si se enteran que la dejé sola.

Cuando el hombre estaba a punto de llamar a su jefe, la pelinegra se levantó de su asiento, se acomodó su vestido corto, negro y escotado, y emprendió su camino hacia la salida. Cuando la observó dirigirse hacia la puerta, desistió de la llamada y cautelosamente procedió a perseguirla.

Ella detuvo un taxi y rápidamente se subió en aquel. El hombre esperó unos cuantos segundos, encendió su coche y se fue detrás.

Para su sorpresa, Verónica no iba camino a su casa como lo había supuesto mientras conducía, sino a una discoteca. Aunque en realidad, lo único que importaba era pisarle los talones, así que al igual que ella entró al animado recinto.

El lugar era lujoso y bastante espacioso, había una multitud de gente encerrada allí, unos demasiado alcoholizados y otros incluso, hasta drogados. Algunas mujeres bailaban pole dance semidesnudas y muchos hombres las recompensaban ajustando billetes de gran valor dentro de sus ropas interiores. En definitiva, la discoteca era toda una joyita.

El hombre no la perdía de vista ni por un sólo segundo mientras trataba de comunicarse con su jefe. Sin embargo, sus esfuerzos estaban resultando en vano. El detective Enrique no respondía las llamadas y tampoco los mensajes.

[...]

3:00 am

Luego de varias horas en aquella discoteca, ella tomó su bolsa sintiéndose muy mareada y se marchó.

—Hola. —escuchó una voz masculina a su lado—. ¿Está teniendo problemas en encontrar un taxi?

La pelinegra volteó a verlo. —Sí, pero no es de tu incumbencia, querido.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora