Desquite

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[...]

[Días después]...

Esteban se encontraba acostado en su celda mientras lanzaba una pelota de tenis hacia arriba y al instante la atrapaba. Llevaba aproximadamente setenta minutos jugando con aquella. Realmente era un mecanismo de supervivencia, o si no, se iba a enloquecer.

—¡Esteban Lombardo! —exclamó un guardia llegando a su celda—. Tiene visita.

—¿Visita? —preguntó confundido volteando a ver al guardia—. Pero hoy no es día de visita.

—Es su abogado. Dice que tiene algo muy importante por informarle acerca de su proceso.

Al escucharlo sintió un alivio y sonrió emocionado.

—¡Siga, por favor! —ordenó el guardia dirigiéndose a la salida—.

El hombre se acercó lentamente a la celda.

La mandíbula de Esteban se tensó de forma impresionante e instintivamente apretó sus puños con una fuerza desmedida. En cuestión de segundos, su semblante de alegría se esfumó dando paso la rabia e impotencia.

—Buenas tardes... —expresó el español con un tono burlesco—.

El moreno sin poder contener su ira, se sobresaltó yéndosele encima. Pero, para su desgracia, los barrotes impidieron que pudiera tocarlo como tanto ansiaba y además, Iñaki retrocedió un poco.

—¡¡Infeliz!! ¡¡Te voy a matar!! —le gritó el moreno golpeando los barrotes de su celda—.

Iñaki rió y le contestó. —Vine a comprobar si lo que dicen las noticias es cierto.

—¡Maldito infeliz! —expresó el moreno entre dientes—. ¡Sé que estás detrás de todo esto, tú y Verónica! ¡Lo sé todo!

—¿Yo? —volvió a reír sin moverse de su sitio, si se acercaba a Esteban, este era capaz de ahorcarlo pese a los barrotes—. ¿De qué hablas?

—¡Ten la suficiente hombría para reconocerlo, cabrón! —golpeó de nuevo los barrotes, era su manera de desahogar sus ganas de salir de ahí y matarlo—. ¡Ten la suficiente hombría para reconocer que tenías una maldita espía en mi empresa y que fuiste tú quien planeó el fraude junto con ella! ¡Ojalá estuviera fuera de esta miserable celda para matarte con mis propias manos! —le dijo muerto de la ira—.

—Ojo con lo que aseguras, Esteban Lombardo... —le contestó con un tono indiferente—. Me estás acusando sin pruebas... —una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios—. Y peor aún, me estás amenazando con matarme... ¡Bueno! ¡No me sorprende! ¡Tú eres un delincuente!

—¡Te juro que te voy a hacer pagar cada una de tus sucias jugadas! ¡Una por una!

El español rió con frivolidad y le refutó.
—¿Sucias jugadas? ¡Madre mía! Al salir pediré que te venga a chequear un psiquiatra, creo que el encierro te está afectando...

—¡Lárgate! —le contestó Esteban sereno, estaba haciendo su mejor esfuerzo por no explotar y hablar demás—.

—Claro que sí. —volvió a sonreírle—. Pero antes de irme te quiero ofrecer mi más sentidas condolencias a ti, y a Marcia.

Esteban rió con ironía y lo cuestionó.
—¿Aún sigues respirando por la herida, Iñaki Sinisterra? ¿Aún sigues sin poder superar que Marcia me haya elegido nuevamente a mi? ¡No, no, me corrigo! Aquí la verdadera pregunta es... ¿Aún sigues pudriéndote por dentro porque Marcia te adornó la frente conmigo?

La rabia del español se aumentó e impulsivamente se encimó a los barrotes, Esteban lo esperó igual de ansioso y ambos se presionaron por el cuello de sus camisas.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora