Ajedrez

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[Horas antes]...

Minutos después, Esteban llegó de trabajar junto a su hijo.

—Papá, ¿qué tal si no encuentras esos papeles?

—No seas pesimista, Hugo. Estoy seguro de que los guardé en la que era mi recamara antes de irme a Italia.

—Listo, si logras conseguirlos me los entregas, por favor. Estoy totalmente convencido de que Lom-Ent cumplió con todas las normas.

—Lo más probable es que así sea. ¡No te estreses, hijo! De seguro es un malentendido.

El joven asintió.

[...]

El moreno ingresó a su antigua habitación y de inmediato te topó con el tablero de ajedrez. Él frunció su ceño y cuando lo tocó, sintió los pasos de la pelirroja, que justamente estaba saliendo del baño.

Ambos chocaron miradas y Esteban le dijo. —Aah, no me imaginé que estuvieras aquí. Eh, voy a buscar unos papeles, espero no incomodarte.

—No. —negó ella con su cabeza—. No te preocupes, al fin de cuentas es tu recamara y tu casa. —se acercó a él—.

Marcia notó que Esteban seguía observando el tablero de ajedrez y por su semblante, se veía un tanto confundido.

—Yo... eh... estaba buscando una toalla y sin querer lo vi y lo tomé porque me causó curiosidad.

El moreno medio sonrió y le preguntó.
—¿No se te hace familiar?

La pelirroja asintió y apartando su mirada, le respondió. —Hecho en Toronto, Canadá en el año 1999.

—Efectivamente. ¡Me siento viejo, caray!
—medio rió nostálgico—.

Marcia lo encaró sonriendo y le contestó.
—¿Cuantos años era que cumplías? ¿Dieciocho? —lo cuestionó con ironía—.

Esteban sonrió y le dijo. —Veintidos.  Tristemente ese día alguien me recordó que tenía que aceptar mi edad, y además, tuvo la osadía de llamarme viejo. —ella lo vio a la cara y se echó a reír, bueno en realidad, ambos—.

—A veces siento que el tiempo ha transcurrido muy rápido.

—El sentimiento es mutuo. Y lo más raro es que en aquella época ya me sentía viejo y hoy en día me pregunto: ¡¿Yo por qué carajos pensaba eso?!

—Quizás porque ya tenías una esposa y   estabas a punto de convertirte en padre.

—Puede ser...

—¿Por qué has guardado este ajedrez durante veintitrés años? —lo interrogó con una mirada meláncolica puesta en el objeto—.

—Por la calidad. La persona que me lo regaló me dijo que jamás iba a encontrar uno más bonito, fino y costoso que este
—los dos medio rieron mirando hacia el tablero— y tenía razón, hasta la fecha se mantiene intacto.

—¿Sólo por eso?

—No. Hay otros motivos.

Ella lo encaró con un nudo en la garganta y lo volvió a cuestionar. —¿Todavía conservas las piezas?

—Sí.

—¿Y juegas?

Esteban negó con un ademán.

—Yo tampoco he vuelto a jugar más.

—¿Por qué?

—De pronto tengo las mismas razones que tú.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora