El subconsciente no perdona nada

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[7:35 am]...

—¡Mamá! ¡Papá! —exclamó Hugo tocando la puerta de la habitación—. ¿Van a ir a trabajar?

Después de una buena, larga y movida noche en la casa Lombardo, Marcia y Esteban quedaron completamente agotados. Tanto así que ni siquiera la alarma o los toques y la voz de su hijo mayor lograban despertarlos.

—¿Aún siguen dormidos? —volvió a tocar la puerta—.

El moreno reaccionó removiéndose y medio abrió sus ojos.

—¡Solamente digan si irán a la empresa o no! ¡Papá, necesito saberlo para preparar algunas cosas en la oficina!

—¡No! —exclamó adormilado y en ese instante la pelirroja se despertó—.

—¿De qué hablas? —susurró ella—.

—Es Hugo, quiere saber si iremos a la empresa.

Marcia hizo un gesto de confusión y volvió a cerrar sus ojos. —¿Ahora?

—Sí, ahora.

—¿Y qué día es hoy? ¿Hoy no es sábado?

Él rió despacio y le contestó. —No, hoy apenas es jueves, Marcia.

—Entonces debemos ir, Esteban.

—¡Marcia tengo mucho sueño, por Dios! —expresó con un tono de voz exhausto, cerró los ojos y procedió a arroparse de pies a cabeza—.

—Ay, yo igual... —se aproximó a él quedando pegada a su costilla—. ¡Hugo, hoy no! ¡Estamos muy cansados!

No obstante, para ese momento ya el joven iba bajando las escaleras.

—A ver, dame cobija, te la robaste toda para ti... —musitó y los dos rieron suavemente—.

Él le cedió gran parte de la gruesa tela ayudándola a cubrirse, luego ella lo abrazó y le montó una pierna hasta que nuevamente ambos volvieron a caer rendidos.

[...]

Horas después, faltando poco para el medio día, Marcia y Esteban decidieron levantarse de la cama y alistarse para bajar a la cocina y comer algo.

Sin embargo, no contaban con que Esperancita ya les estaba preparando el almuerzo.

—¿Les gustaría esperar treinta minutos más o desean que les haga el desayuno de inmediato?

—Por mi no se preocupe, Esperancita. Yo puedo esperar pacientemente el almuerzo. —afirmó Esteban—.

—Exacto. No queremos que se ponga a trabajar doble.

—No, mi amor. Tú no deberías esperar, recuerda que no es bueno ayunar en tu estado.

Ella rió. —¡Exagerado!

El moreno le sonrió arqueándole una ceja. —Sabes perfectamente que no lo soy. Es más, debiste desayunar hace varias horas.

—Bueno sí, esta vez sí te tengo que dar la razón. —asintió y tomó una manzana verde del frutero—. Aunque, Rafa ya está acostumbrado a comer poco.

—Marcia, creí que esto de no alimentarte bien había sido únicamente los primeros días que estuve en prisión.

—No te voy a mentir, mi apetito estos dos meses estuvo un poco rebelde, sobre todo al principio. Esas primeras semanas fueron muy difíciles para mí. Me costaba probar la comida, me asqueaba, pero de todos modos me obligaba a hacerlo porque sé que estoy embarazada. Bueno, tampoco te voy a decir que comía en grandes cantidades o como solía hacerlo en general antes de que te metieran a la cárcel, pero siempre lograba comer. Además, los muchachos andaban ahí todo el tiempo pendientes de mi comida como si en lugar de madre, fuese la hija... —él sonrió junto a ella—.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora