Cuando todo se nubla II

340 38 153
                                    

[...]

—¡¡No reacciona, por favor!! —volvió a gritar el moreno al borde del desespero—.

—¡Esteban Lombardo! —agregó uno de los agentes jalándolo con un tanto de brusquedad— ¡El juicio ha terminado y debe venir con nosotros!

—¡Un momento, por favor! ¡Aún no me pueden llevar! —él se resistió ante los jalones que el agente le propiciaba, sin embargo, apareció otro y lo tomó con más fuerza—.

—¡¡Ya debe irse con nosotros!! —exclamó firmemente—.

—¡¡Es mi mujer y mi hijo!! —exclamó él también muerto del miedo y de la impotencia mientras los dos agentes lo sacaban de la sala a rastras—. ¡¡No me puedo ir sin antes saber cómo están!!

—¡Papá! ¡Vete tranquilo! —expresó Hugo bastante nervioso—. ¡Ella estará bien!

Lucía solamente sollozaba ayudando a sostener a su madre.

[...]

Finalmente, Esteban terminó por abandonar el centro penal pero, en contra de su voluntad.

Eran dos hombres ejerciendo fuerza sobre él y por más que trataba de defenderse o de lograr que pararan, tristemente, no lo consiguió. Desde la sala judicial les suplicaba encarecidamente que no se lo llevaran tan rápido porque necesitaba ver a su mujer despertar para corroborar que estuviera bien.
No obstante, al parecer aquellos hombres estaban hechos de acero porque no se les ablandaba el corazón ni por un sólo segundo. Y en últimas, hasta se atrevieron a amenazarlo.

—¡¡Shhh!! —siseó uno de ellos—. ¡Vuelve a pronunciar una palabra más y le aseguro que su condena aumentará considerablemente!

—Y quizás ya no sean diez años... sino quince o dieciocho... —mencionó el otro agente con arrogancia—.

[...]

—¡Vamos! ¡A montarse en la patrulla! —mencionó incisivamente uno de ellos—.

El moreno asintió mordiéndose la lengua y tragándose sus inmensas ganas de matarlos con sus propias manos.

Apenas pudo acomodarse sobre el asiento de la parte trasera de la patrulla se quebró entre lágrimas.

Acababan de condenarlo a diez años de prisión. ¡Diez años! Y por si fuera poco, Marcia no se encontraba bien. La noticia la había afectado gravemente y a él ni siquiera le permitieron estar con ella tan sólo unos miserables minutos para conocer con exactitud su estado.

¡Era terriblemente injusto lo que le estaban haciendo! ¡No podían quitarle el derecho de permanecer junto a Marcia en aquellas circunstancias! ¡Se trataba de su mujer y de su bebé, por Dios!

Los gritos y los sollozos desesperantes de sus hijos, la ansiedad de la pelirroja que presenció de en medio de la audiencia y su evidente palidez al colapsar eran los recuerdos que más le atormentaban atravesando la ciudad esposado.

El moreno iba hundido en sus más dolorosos y temibles pensamientos y a la vez, unas recurrentes lágrimas humedecían su rostro.

—Quiero pensar que fue un simple desmayo y que ahora estás perfectamente bien... —murmuraba completamente destrozado— quiero creer que ya te despertaste, por favor, por favor... —suplicaba alzando su mirada—.

[...]

[Cuarto de urgencias del Centro Penal]...

Marcia yacía sobre la camilla aún inmóvil sin mostrar señales de reacción. Hugo y Lucía estaban allí junto a ella.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora