Con el látigo de la indiferencia

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[6:45 am]...

Esteban percibió una mano húmeda y fria sobre su rostro en más de una ocasión. El moreno abrió lentamente sus ojos pesados y lo primero que observó fue cara de Lucía muerta de la risa.

Él le sonrió aún muy adormilado y ella volvió a realizar la misma acción.

—¡Papá! —se echó a reír—. ¡Deja de domir tanto! ¡Ya es tarde! ¿Acaso no vas a trabajar?

—Hmmm... —musitó él muerto del sueño—.  ¿Qué hora es?

—Creo que son las siete...

El moreno se levantó de inmediato quedando sentado en el sofá. Sin embargo, al hacer aquel movimiento sintió que su cabeza se iba a estallar.

—¡Aahh! —se quejó llevando sus manos hacia ella—.

—¡De seguro tienes resaca! ¿Anoche te emborrachaste, cierto? Obvio que sí, porque hueles a vino...

Él asintió con los ojos cerrados.

—¿Y por qué te dormiste aquí en el sofá?

—Es que... —no sabía qué responder— es que ayer tomé muchísimo en el despacho y luego no pude subir por las escaleras, por eso me quedé aquí en la sala.

—Papá, tú nos prometiste a mi y a Hugo  dejar de beber excesivamente. No, eso no está bien, además, ya eres un hombre que está llegando a los cincuenta.

Esteban le sonrió y le dijo bromeando.
—Gracias por llamarme viejo de una forma tan bonita... —ambos rieron—.

—¡Aahh! ¡No me puedo reír! ¡Me duele la cabeza!

—Es en serio, papá. ¡No me gusta que tomes tanto!

—¡Yo sé que se los prometí, hija! Les vuelvo a dar mi palabra... voy a tratar de controlarme muchísimo más... —le sonrió y la besó en la frente—.

—¡Eso espero! ¡Eehh!

—Me voy a bañar para ver si se me quita esta maldita resaca...

[...]

Esperancita comenzó a servir el desayuno en la mesa.
Allí se encontraban Hugo, Marcia y Lucía.

—¿El señor Esteban va a desayunar?

—Sí, no ha bajado porque se está arreglando... —contestó Lucía—. Esperancita, ¡sírvale a él también, por favor!

La mujer sonrió y asintió.

[...]

Minutos después, el moreno llegó a la mesa con unas gafas de sol y sus hijos comenzaron a reírse disimuladamente.

[...]

—¡Dejen de burlarse de su padre! —se quitó a las gafas y los encaró fingiendo seriedad—. ¡Decidí usarlas porque no soporto la luz del día!

Marcia estaba en la mesa pero no emitía ni una sóla palabra. Únicamente se limitaba a comer.

—¡Yo no me estoy burlando de ti, papá! ¡Es Lucía! —afirmó Hugo librándose de culpas—.

—¡Qué corbarde eres, Hugo! —le respondió ella riendose—. ¡Papá, él me estaba haciendo ojos!

Hugo no se aguantó más y soltó una carcajada. —Bueno, ya. ¡Lo acepto!

—¿A poco se me ven tan mal?

—¡No, al contrario! ¡Te has quitado cinco años! —afirmó su hija sonriente—.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora