Tropiezos II

753 43 165
                                    

[Día siguiente]...

[8:19 am]...

Esteban se encontraba completamente solo en aquella extraña habitación del departamento de la pelinegra.

Minutos después comenzó a removerse por toda cama, medio abrió los ojos y volvió a cerrarlos posándose rápidamente de lado. Sin embargo, ya se había despertado y su consciencia empezaba a hacerlo también.

Otra vez abrió sus ojos y procedió a reparar la recamara, aún un poco adormilado.

Él se sorprendió al ver que no era su recamara, y de un sólo golpe, bastante alarmado, levantó su espalda logrando quedar sentado sobre la cama.

Inmediatamente bajó su mirada y se dio cuenta que estaba totalmente desnudo, literalmente como Dios lo trajo al mundo.

—¡¡¿Y yo por qué estoy aquí y así?!! —se dijo muy confundido—.

Automáticamente recordó que la noche anterior había estado tomando con Verónica en un bar, pero únicamente eso.

El moreno comenzó a desesperarse porque realmente el último recuerdo que tenía era el de estar platicando muy a gusto con la joven mujer. Ágilmente se puso de pie para buscar su ropa bastante desconcertado e intranquilo.

—¡¡Ay, Esteban Lombardo!! ¡¡No me digas que tú fuiste tan imbécil de acostarte con esa mujer!! —se recriminaba un poco acelerado mientras buscaba la ropa por toda la habitación—.

Del misma confusión e impaciencia que se cargaba buscaba, buscaba y volvía buscar y no veía sus prendas de vestir. Todavía seguía como llegó a este mundo.

—¡¡Puta madre!! ¡¡Qué mierda hiciste, cabrón!! —murmuró entre dientes ya bastante frustrado y se rascaba bruscamente su cabeza—.

Por arte de magia llevó su mirada hacia el frente y notó que antes de llegar a la puerta había un gancho atado a la pared con unas prendas colgadas.
Enseguida caminó y por fortuna, era su bendita ropa.

Ahí estaba aparentemente todo, su camisa, pantalón, chaqueta, interior, cinturón, zapatos y calcetines. Lo único que faltaba era la corbata negra que llevaba puesta unas horas atrás. Aunque, no lo importó y procedió a vestirse con rapidez cargando toda la vergüenza del mundo.

—¡¿Qué putas había pasado?! ¿Se acostó realmente con Verónica? ¡¿Cómo fue que terminó en aquellas circunstancias?!

Todo eso se preguntaba mientras aceleradamente se cubría el cuerpo.

[Sala]...

Cuando salió de la desconocida recamara no había absolutamente nadie en aquel desconocido departamento. Es que ni siquiera sabía exactamente si en realidad le pertenecia a la pelinegra.

Pero por lógica, esa propiedad tenía que ser de ella.

Esteban nunca antes había estado allí, excepto la noche anterior que fue la primera vez que ingresó. Sin embargo, su memoria no tenía la capacidad de revivir ese momento. Francamente lo último que su cerebro podía recordar era que tomaba abundante whiskey en compañía de ella en un bar nocturno de la ciudad.

—¡Verónica! —gritó con la peor resaca de su vida, sentía la cabeza a punto de estallarle—.

—¡Buenos días, señor! —apareció repentinamente de la cocina una mujer de mediana edad—.

—¡¿Quién es usted?! —preguntó desconcertado—. ¡¿No es este el departamento de Verónica...?! —en ese instante no se acordaba de su apellido y no agregó nada más—.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora