Escuchando la voz del corazón

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[...]

Esteban sonrió y le dijo. —Permíteme besarte, una vez más, por esta noche...

La pelirroja también sonrió asintiendo.

Fue un beso pequeño y tierno. Ambos estaban exhaustos y sus cuerpos aún no habían recuperado la estabilidad de sus respiraciones.

—¿Quieres que me quede contigo hasta que amanezca?

Ella se quedó pensativa por un par de segundos y luego le contestó. —Si  quieres...

Él sonrió y dijo. —Me voy a recostar y poco a poco te vas a ir bajando.

Marcia rió nerviosa y le respondió.
—Siento que no voy a poder, Esteban.

—Sí, claro que sí. —recostó su espaldar sobre la cama—. Yo te voy a sostener por las manos. ¡Vamos inténtalo!

Marcia lentamente fue acomodando sus piernas y apoyada por el moreno finalmente pudo sentarse sobre el colchón.
De inmediato se tiró en él y se posó de lado.

Esteban se arrimó junto a ella y le dio un cálido beso en su espalda. —Él niño se llamará Rafael. —le susurró mientras le propiciaba caricias de manera delicada en su espaldar—.

La pelirroja sonrió y le preguntó.
—¿Hablas en serio?

—Sí, pénsandolo bien... ¡qué feo ese nombre de <<Alejandro>>! —ambos rieron muy despacio—.

—Descansa, Esteban. —le dijo entre dientes bastante adormilada—.

El moreno asintió apartándose de ella y la cubrió con una de las sábanas.

—Tengo frio, Esteban...

Él entendió perfectamente su mensaje y nuevamente se arrimó quedando pegado a la parte trasera de su cuerpo y se cubrió con la misma sábana que tapaba a Marcia.

Ella percibió el calor natural del cuerpo de su exesposo y con sus cerrados volvió a sonreír, en el fondo deseaba que aquella noche fuese eterna.

El moreno también se rindió ante su cansancio.

[...]

[Día siguiente]...

Marcia sintió una incómoda luz solar sobre la piel de su cara. Bastante adormilada rodó su cuerpo y estiró su brazo. Al darse cuenta de que la cama estaba vacía abrió sus pesados ojos y no vio al moreno.

La pelirroja frunció su ceño y al instante recordó que debía levantarse para ir a trabajar. Sin embargo, la alarma de su celular todavía no había timbrado.

Un poco confundida por no saber exactamente qué hora marcaba el reloj se sentó sobre la cama. Pero, cuando intentó moverse para ponerse de pie, sintió un fuerte dolor en sus piernas.

Su corazón se aceleró pensando enseguida lo peor y muy asustada comenzó a palparse la panza. Respiró aliviada al notar que no había incidios de dolor en ella, era únicamente desde su entrepierna hasta sus extremidades inferiores.

Volvió a recostarse sobre la cama y comenzó a estirar sus piernas, muy despacio.

—¡¿No entiendo porqué me duelen tanto?! ¡¿Qué carajos hice?! —dijo entre dientres mientras hacía muecas de dolor—.

Le dolían. Y era exactamente la misma sensación de la secuela que aparece cuando nos ejercitamos luego de un largo periodo de sedentarismo.

—¡Dios mío! ¡Tengo que trabajar! ¡Ni siquiera sé que hora es! –pensó un tanto desesperada al ver que su estado físico no estaba siendo el mejor—.

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora