Cuando todo se nubla

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Veinticinco años atrás.

Era una mañana espléndida, acompañada de un clima complaciente. Los rayos del sol  resplandecían agradablemente bien y el cielo se pintaba completamente azul con un par de nubes blancas que dibujaban un sin de figuras.

Marcia y Esteban caminaban entrelazados plácidamente por un arborizado y extenso parque de la Ciudad de México. Ambos usaban ropa deportiva, hacía apenas unos minutos acababan de ejercitarse gracias a una larga trotada al rededor de aquel lugar.

—Mi amor, ¿quieres comer algo? Antes de salir de la casa sólo me comí una manzana y estoy que me muero del hambre...

—¿Por qué no te alimentaste como es debido, Esteban? —lo cuestionó con un tono de voz dulce y a la vez le frotaba el rostro suavemente para secar su sudor—.

—No me gusta hacerlo antes de ejercitarme, me causa malestar estomacal.

—Bueno, yo sí me desayuné antes de venir pero, te acepto la invitación. —le sonrió y lo besó—.

Luego se dirigieron a un puesto de tacos y bebidas que se encontraba allí mismo en el parque.

[...]

La mañana seguía transcurriendo de forma amena. El moreno y la castaña platicaban sentados en una banca como un par de típicos enamorados.

Ella lo observaba detenidamente mientras él hablaba y viceversa. Los dos se miraban con gran devoción.

Repentinamente Esteban se puso de pie y exclamó. —¡Quien se quede atrás es un sapo podrido! —corrió—.

Marcia se pegó detrás de él y apretó sus puños para tratar de aumentar su velocidad y alcanzarlo. Sin embargo, el moreno le había tomado cierta ventaja.

—¡Noooo! ¡Es trampaaa! —le gritaba entre risas—. ¡Esteban detente! ¡Me hiciste trampaaa!

Él volteó a verla con una sonrisa maliciosa y procedió a lanzarle un beso.

La castaña sintió que sus fuerzas ya no eran las mismas. Se estaba agotando y por si fuera poco, su novio, quien le llevaba la delantera, la estaba haciendo reír.

—¡No se vale! ¡Saliste corriendo antes del tiempo! —le volvió a gritar agitada—.

—¡Por lo que veo te convertirás en un sapo podrido! —le habló fuerte con un tono burlesco—. ¡Pero no te preocupes! ¡Hoy casualmente amanecí amando a los sapos y si son podridos mucho más!

Marcia experimentó un ataque de risa y su cuerpo definitivamente no resistió más. Se detuvo entre carcajadas apretando sus ojos con rudeza y agachó su espaldar.

Esteban volvió a voltear buscándola con la mirada y cuando notó que estaba estática y con los ojos cerrados, rápidamente retrocedió hacia ella. Juraba que la carrera la había descompensado.

—¡¿Estás bien, mi amor?! —la cuestionó de manera apresurada levantándola—.

Al encararla, la castaña tenía un par de lágrimas sobre sus sonrojadas mejillas y no podía emitir una sola palabra porque literalmente se estaba ahogando de la risa.

El moreno se echó a reír y ella le indicó como ademán negativo que no lo hiciera.
En ese momento, sentía que se asfixiaba y si él le seguía las aguas su ataque iba a aumentar.

Segundos después, logró reponerse y comenzó a secarse sus lágrimas.

—Casi me —rió involuntariamente— me hago pis...

Mi vicio y mi condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora